El escritor publica ‘Una red pintada de palabras’, libro de poemas y microrrelatos con el que explora la conexión entre su vertiente literaria y plástica

Félix Hormiga: una mantada de verso centellea en pleamar
El escritor publica ‘Una red pintada de palabras’, libro de poemas y microrrelatos con el que explora la conexión entre su vertiente literaria y plástica
Si le preguntaran a Félix Hormiga por sus primeras lecturas, respondería describiendo una pequeña biblioteca, regentada por una señora que vigila el ir y venir de los chinijos. Describiría también los cómics, las láminas, los libros viejos. Si le preguntaran a Félix Hormiga por sus primeras lecturas trascendentes, su memoria viajaría hacia un enorme garaje de camiones, y de allí hacia una modesta oficina y, dentro de la modesta oficina, recorrería con los ojos una estantería con una clásica colección de editorial Aguilar: libros de tapa marrón donde pueden leerse los nombres de Lorca, Unamuno, Baudelaire o Camus. Él tenía catorce años y la estantería era de Guillermo Toledo Duchemín, para quien trabajaba como oficinista.
Sin embargo, si le preguntaran a sus lectores, a sus lectoras, con probabilidad les dirían que las primeras lecturas de Hormiga fueron, en realidad, el trazado de los caminos y empedrados de su niñez, el enredo del mar, los ojos de los marinos, Arrecife. Porque de todas las lecturas de Hormiga, quizás la primera, profunda, insondable, no estaba en los libros.
El escritor conejero acaba de presentar Una red pintada de palabras, libro de poemas y microrrelatos que publica con Mercurio Editorial y con el que explora la conexión entre su vertiente literaria y plástica. Reunidos en un tomo de pequeño formato, los poemas de Félix Hormiga flotan con su caligrafía de puño y letra sobre coloridas páginas de fondo plagado de acuarela: 89 láminas manuscritas por intervención directa del autor, digitalizadas para hacer posible un libro-objeto íntimo, cercano y con vocación de cuadernillo manufacturado.
“Fue un juego”, confiesa el escritor, que ríe y pregunta, divertido: “¿Me creerán si digo que se hizo entero en el fregadero?”. Lo que comenzó, cuenta, como una experimentación con papel de gramaje consistente y acuarela líquida, explorando su potencial estético para sumar valor a las palabras, pasó a ser una técnica, trabajada a pie de fregadero, que despertó el interés del editor, Jorge Liria. “Diría que escribí en el fregadero, este libro nada más”, bromea, y apunta a que en el proceso se sumaron incluso textos escritos directamente en la lámina una vez consolidado el color, en un ejercicio de escritura automática que complementa el trabajo literario del casi centenar de poemas que recoge este facsímil de primera edición.
La red
“No busco fórmulas, ni mecanismos. Escribo sin un orden establecido y solo me guío por lo que me plazca, me sugiera”, apunta Hormiga, que de esta manera explica la deriva estilística de un libro compuesto por formas, métricas y estructuras libres. También las temáticas presentes en sus páginas juegan a lo diverso, si bien la voz del autor es reconocible: su humor, crítico y socarrón, se hace patente en algunos poemas de carácter satírico, que dan pequeños golpes de luz a un conjunto protagonizado por el amor, por la recurrente presencia de una mirada melancólica y por un hilo conector que entra y sale, jugando al escondite, cosiendo y descosiendo elementos frecuentes en la obra literaria de Hormiga.
El libro reproduce los poemas manuscritos sobre láminas de acuarela
A golpe de pespunte, este hilo conforma toda una red (quizás la que da título a la obra), que de forma velada, casi invisible, conecta la diversidad de los poemas en una temática subyacente: lo intangible, existencial y trascendental; y en un estilo: un lirismo próximo al modernismo literario. Las imágenes, por tanto, se tornan protagonistas y los elementos paisajísticos (cielo, mar, territorio, aire -Lanzarote en el centro-) adquieren personalidad poética y un lugar primordial. Así, en el octavo poema: “Adiós nube, el cielo/ azul te ha tragado goloso./ (...)/ Si tú, nube, no te hubieras/ sonrojado, quizá el cielo-niño/ no te hubiera pensado/ algodón dulce”; o en La libertad de soñar: “(...) Arrecife despertó de golpe/ sin bostezo largo,/ sin párpados vagos,/ con un vértigo nuevo/ para volver a soñarse [Paraíso”.
Al baile de imágenes se suma la referencia mitológica y clásica, como en el poema número 79: “Puede que llegue a cruzar/ la llanura de Asfódelo/ y los verdes prados del Érebo,/ y ser juzgado por Radamantis,/ Minos y Éaco, más aún, puede/ que mi destino sean los/ paseos por los Campos Elíseos/ o el olor de la compañía/ de Sísifo en el Tártaro, / pero donde quiera que esté/ junto al óbolo estará/ tu nombre en mi boca”.
Lirismo y una aproximación al modernismo literario, claves en los textos
En cambio, para Félix Hormiga la dimensión poética de los textos pasaría a un segundo plano al valorar el conjunto: “Tiene una carga poética, sí, pero diría que tiene mayor carga de pensamiento. Y en ella se cuelan, entre otros, los textos de humor”, señala el autor, que destaca estos últimos por la positiva respuesta del público. Muestra de esta deriva satírica son poemas como los dedicados al “ángel de Hacienda”, el poema corto Y va de coña o en La noche, que en cuatro estrofas reúne absurdo, surrealismo, sátira y realismo mágico: “La fabricación de la noche/ conduce a un gasto/ que no todos podemos/ cubrirlo sin arruinarnos./ Cuando se pensó en desnochar/ hubo gran alteración popular/ ¿¡Cómo vamos a dormir!?/ Cortinas gruesas, alegó el Gobierno./ ¿Y cuánto podemos dormir?/ Tres horas máximo,/ tal vez menos, alegó/ por decreto el Gobierno./ ‘Se pierde mucho dinero durmiendo’/ (...)”.
Ficción real
Asegura Félix Hormiga que de la literatura necesitamos, sobre todo, lo ficcionado. “Siempre hay realidad, pero la importancia de la escritura es que es capaz de crear un universo propio para trasladar lo real: todo lo que tiene de no real da fuerza, énfasis, a lo que hay de verdad”. Al servicio de lo real, su literatura ha revoloteado desde sus inicios alrededor de memorias y paisajes, relatos afianzados en la propia historia familiar (La vieja a veces bebía, Mercurio Editorial; 2017), imágenes y personajes de un Arrecife extinto (Arrecife, Ediciones Remotas; 2020), testimonios tragados por el mar, en antiguos naufragios que formaron parte de una cultura marina que marcó su propia infancia (El rabo del ciclón, 1992).
Contradicciones de lo literario, la suya es una escritura (alegórica o no, ficcionada o no) repleta de realismo y verdad, construida desde la memoria. “De joven entendí que las palabras tienen un contenido. Detectaba la fuerza de los pequeños textos. Era algo que no me sé explicar a mí mismo. Me encantaba el hecho de que existiera una historia detrás: ese destello”, asegura. Esta verdad (destello) también se cuela en su poesía y tanto en Assa (2015) como en Una red pintada de palabras las referencias históricas, los guiños al léxico diferencial y la recurrente alusión a elementos culturales convierten también su poesía en un espacio de valor identitario.
“La escritura es capaz de crear un universo propio para trasladar lo real”
Y sin embargo, si debiéramos escoger un elemento de toda la obra de Félix Hormiga que atraviese, con fuerza, también esta red pintada de palabras, ese sería el mar: “El mar, siempre. Siempre estuvo a mi lado... No: yo siempre estuve al lado de él”, se corrige el autor.
En estos días, presentación tras presentación, una imagen de la memoria acude de forma reiterada al escritor y la señala, emocionado, como “una verdad absoluta, nada de literario”. En la imagen, el Félix niño (“un chinijito”) avanza orilla adentro, agarrado a la falda del vestido de su madre. “Ella iba descalza, con un traje (no había bañadores). Yo me agarraba al traje y ella me decía: ‘Agárrate bien’. Y me agarraba. Cruzo con ella así, agarrado, por ese llano de agua, en el Arrecife verde (actualmente no lo es), con el color verde del fondo del mar, de las hierbas marinas, y la chufa. Ella iba con el pie, descalza, tocando sobre las hierbas, sobre las hojas. Cuando algo picaba un poco, se agachaba y buscaba: sacaba la mano con una santorra, girándola hacia arriba y la santorra se engruñaba sobre sí misma, recogiendo las patas. La metía en un saco, con eso nos alimentaba. Siempre estábamos en el agua, cerca, yo siempre colgado de ella. Habíamos nacido pegados al mar”.
“Tiene una carga poética, sí, pero diría que tiene mayor carga de pensamiento”
Quizás por esta verdad, el mar entra y sale batiendo en oleaje por toda su obra. En su Arrecife (Ediciones Remotas, 2020) lo describe así: “De niño, al mar lo llamaba mare, creando una nueva palabra que contuviera mar, marea y madre. Mare me volvió las puntas del cabello doradas, con tanto oxígeno y el calor reinante, con tanto baño entre su vientre generoso. Toda la chinijería, encachazada de mare y solajero; parecíamos morenos querubines que gritábamos el nombre de las cosas y las personas porque estábamos, sin saberlo, construyendo la patria”.
Félix no podía saberlo entonces. Su patria ya había sido construida, toda jirones y roca, barcos a la deriva y marineros entrando y saliendo de la tierra estéril. La suya era una patria sin fronteras, mapas o límites, y le esperaba pacientemente más allá de los paisajes. Porque en el mar, en el mar verde del Félix niño, en el llano de agua bajo las faldas de la madre, en el mar limpio del Arrecife antiguo, allí, en ese mar, estaba escrita su poesía. Esa, ninguna otra: esa es la patria de Félix Hormiga.
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