CULTURA

En busca de la huella de Juan de Miranda, el maestro del barroco canario

Un equipo de restauración recupera los lienzos de San Agustín y Santa Ana de la ermita de Valles de Ortega, atribuidos al pintor grancanario, que se encuentran en avanzado estado de deterioro

Lienzo de San Agustín. Fotos: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 26/10/2020 - 07:20

Chus Morante y Teresa Manrique llevan semanas retirando el polvo y la suciedad que durante 200 años se han ido acumulando en los cuadros de San Agustín y Santa Ana, dos lienzos de la ermita de San Roque, en Valles de Ortega, atribuidos al pintor Juan de Miranda. El trabajo de las restauradoras está permitiendo recuperar las pinturas, en avanzado estado de deterioro, y sacar a la luz la genialidad del maestro del barroco canario.

Su lavado de cara pone de manifiesto la importancia de estas obras, consideradas de las más interesantes de las que se custodian tras los muros de las iglesias majoreras. “Juan de Miranda es el pintor más sobresaliente que tuvieron las islas durante el Antiguo Régimen”. Quien lo asegura es Juan Alejandro Lorenzo Lima, doctor en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna y experto en el pintor grancanario.

De su boca conocemos algunos detalles de la obra y episodios de la vida de este autor, con tintes novelescos. Según este experto en arte, el pintor viene a representar “la esencia del arte dieciochesco o lo que se ha venido a denominar el tardobarroco”. Las pinturas de Valles de Ortega pertenecen a un autor que “renovó por completo los planteamientos anteriores y dio a la pintura canaria una modernidad que antes no tenía”, explica Lorenzo Lima.

Si moderna es su obra, también debió de ser sorprendente y atrevida su vida. El maestro pintor nació en 1723 en Gran Canaria. En los años cuarenta y cincuenta del siglo XVIII lo encontramos en La Laguna. En la ciudad de Los Adelantados, se vio envuelto en un escándalo público con la mujer con la que convivía, Juana Martín Ledesma. Fue encarcelado por vivir amancebado y tener varios hijos con una mujer que no era su esposa. Cuando lo apresaron por esos cargos, se descubrió que llevaba encima un puñal y una espada desnudos.

Tras unos años en la cárcel de la Audiencia, lo trasladaron a la prisión de Orán, al norte de África. Poco más se sabe de su vida en esos años, más allá de que desde la cárcel envió en los sesenta un cuadro a un concurso para cubrir una plaza en la Academia de San Fernando de Madrid. Tras quedar en libertad, vivió en la Península hasta que regresó a Canarias en 1773. Murió en 1805, en Tenerife.


Chus Morante y Teresa Manrique, encargadas de la restauración.

Lazos majoreros

Lorenzo Lima también pone sobre la mesa la relación del pintor con Fuerteventura, una vinculación artística que, “aunque no fue muy prolífica, sí muy importante”. El maestro grancanario es el artífice del políptico de la iglesia de La Oliva, considerada una de las obras más importantes de Fuerteventura y también de las producidas por Juan de Miranda.

El especialista en Miranda asegura que además de la vinculación artística con Fuerteventura, existe un nexo familiar con la Isla. En 1790, el pintor hizo una investigación genealógica para saber cuáles eran sus orígenes, con la intención de legitimar y realzar su apellido. “Ahí deja entrever que sus bisabuelos maternos, durante un tiempo del siglo XVII, vivieron en Fuerteventura. Más tarde, a principios del XVIIII, sus abuelos aparecen residiendo en Gran Canaria”, apunta el investigador tinerfeño.

Hasta finales del siglo XX, los estudiosos del arte atribuían a Miranda en Fuerteventura solo los cuadros de La Oliva. En 1999, el doctor en Historia del Arte de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, José Concepción, llamó la atención sobre la importancia de un cuadro de Santa Ana con San Joaquín y la Virgen Niña, en la ermita de Valles de Ortega, que él creía que podría ser obra de Miranda.

En 2011, Juan Alejandro planteó en una biografía que realizó sobre Miranda que el autor del cuadro de Santa Ana fuese también el de San Agustín, los dos ubicados en la parte alta del retablo. Revisó los libros de la ermita en busca de documentos, pero no pudo documentarlas porque, según explica, “el libro no habla del pago ni tampoco del encargo que se hizo para la elaboración de esas pinturas”.

Tras la restauración, han empezado a aparecer detalles como los pliegues de las vestimentas, la fineza de la mano de Santa Ana o los rasgos faciales de San Joaquín y San Agustín

Los estudiosos siguieron durante esos años atribuyendo los cuadros de la ermita de San Roque a Miranda, hasta que, en 2016, José Concepción reparó en la figura de Ana de Cabrera, una vecina de Casillas de Morales, hija del capitán Juan Mateo Cabrera.

La mujer, perteneciente a una de las familias con más poderío de la época y de grandes convicciones religiosas, no llegó a casarse, pero sí a crear una fortuna. En su testamento menciona terrenos, ganado, joyas, libros y 3.000 pesos para, que, tras su fallecimiento, se haga una lámpara para la iglesia de Betancuria. En 1810 realizó un codicilo para rectificar algunas de las cosas expuestas en el anterior testamento. Ahora cita tres pinturas dedicadas a San Agustín, Santa Ana y San Juan con las que espera que se construya un retablo para la iglesia de Antigua.

“No sabemos qué pasó, pero lo más probable es que no se hiciera el retablo. Posiblemente, las pinturas que están en la ermita de San Roque sean las que menciona Ana de Cabrera. Hay que recordar que era vecina de ese pago y también hay que tener en cuenta que los temas que se representan en esas pinturas no son muy habituales y están vinculados con su familia: Santa Ana, como se llamaba ella; San Agustín, por una hermana llamada Agustina y Juan, debido a que muchos de sus familiares se llamaban así, Juan”, explica.

Aunque el dato que más corrobora la autoría de Miranda en estos cuadros tiene su origen en 1787, cuando Ana de Cabrera y su hermana Agustina apoderaron a Juan Bernardo de Cala, de Gran Canaria, para que llevara sus asuntos una vez fallecido su hermano Juan Mateo. Casualmente, el tal Bernardo estaba casado con Josefa de Miranda, hermana del pintor, por lo que “todo encaja”, apunta el historiador del arte.

Lorenzo Lima no duda en atribuir ciertas características de Miranda a los cuadros de Valles de Ortega. “Son pinturas muy atractivas. En el caso de la de Santa Ana es más difícil apreciarlo porque está más estropeada, pero, a mi juicio, la que tiene mucho más que ver con Miranda es la de San Agustín. El modelo de representación que nos transmite Juan de Miranda tiene mucho que ver con los modismos del siglo XVIII, lo que se denomina religiosidad ilustrada. Eso se representa, sobre todo, en imágenes muy descriptivas como este San Agustín vestido como un santo obispo con su mitra y atributos distintivos”.

Además, sigue argumentando, “los rasgos de composición de la cara son mirandescos y la técnica también. Incluso, la paleta de colores grises azulados tendentes a los verdes y también los celajes de este cuadro son muy de Miranda”.


Detalles de Santa Ana con San Joaquín y la Virgen Niña.

Lienzos en la UCI

Los cuadros de San Agustín y Santa Ana con la Virgen Niña llevan semanas de trabajo en un improvisado taller de restauración. Los lienzos llegaron a manos de las restauradoras muy deteriorados. No se sabe cuándo aparecieron en la ermita ni cuándo se colocaron en la parte de arriba del retablo, pero debió de ser a principios del siglo XIX.

Desde entonces, han permanecido expuestos al polvo, los insectos y la luz que entra por las ventanas del templo. Chus Morante apunta que, sobre todo el de Santa Ana, “sufría perdidas de policromía y tejido en el lienzo y tenía mucha suciedad por toda la superficie.

No hay que olvidar que han estado más de 200 años ahí arriba, recibiendo polvo sin que nadie pudiera acceder a ellos. Además, tienen repintes y cortes. Posiblemente, se cortaron para hacerlos cuadrar en el retablo”. Después de tanto olvido, parece que la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias ha querido sacar las dos pinturas de Miranda de la desmemoria y la suciedad.

Teresa explica que lo primero que se ha hecho ha sido proteger la capa pictórica, antes de bajarlos del retablo para ser tratados. Una vez en el suelo, fueron trasladados a un local de restauración, cedido por el Cabido, donde empezó el trabajo de estas dos “cirujanas”.

Su empeño se centrará ahora en sacar los cuadros de la UCI. Saben que por delante les espera un trabajo minucioso y tedioso, pero también gratificante: poder viajar al siglo XVIII y conocer las técnicas y materiales que empleó el maestro grancanario en estas dos producciones.

“Tras depositarse en el suelo”, explica la restauradora, “se trata el reverso del cuadro. Se retira la suciedad del soporte textil y se realiza una microcirugía con injertos de tela donde hay agujeros”.

Tras tratar el reverso, las dos especialistas en restauración se encuentran ahora tratando y limpiando la capa pictórica, realizando análisis con luz ultravioleta y tomando muestras y analíticas que envían a los laboratorios de Madrid para ver si existen repintes y conocer cuáles eran los barnices que empleó Miranda, a finales del XVIII.

Aunque aún les queda al menos un mes de trabajo, Chus se muestra orgullosa de los resultados. Después de más de 30 años ejerciendo de médica de las obras de arte de las ermitas majoreras, la restauradora no oculta su entusiasmo.

“Estaban muy estropeadas, pero ya han empezado a aparecer detalles como los pliegues de las vestimentas de la Virgen María y San Joaquín, la fineza de la mano de Santa Ana, que antes nos parecía más tosca, o los rasgos faciales de San Joaquín y San Agustín, que tanto nos recuerdan al pincel de Miranda”, explican.

Las dos restauradoras se atreven a decir que, una vez finalicen los trabajos, los resultados serán muy sorprendentes. Ese día, Fuerteventura habrá dado un paso más en el cuidado de su patrimonio histórico, aunque aún quedan muchas otras obras que pasar por el quirófano de la restauración.

Añadir nuevo comentario