El desierto de Fuerteventura no es tan desértico
Nuevos estudios botánicos revelan que la riqueza florística se mantiene en la Isla a pesar de la sequía y de la presión turística
Tanto la mayoría de las personas nacidas en la Isla, como los recién llegados o los que tan solo la visitan para hacer turismo, se asombran con sus grandes playas de aguas color turquesa, sorprendentes llanuras, pintorescas montañas y volcanes, pero consideran que todo es un desierto biológico, sin apenas vida; un gran escenario vacío. O al menos, sin esa naturaleza reventona más propia de las Canarias occidentales, casi tropical. Pero se equivocan.
Fuerteventura también tiene sus selvas, sus ríos, sus jardines naturales, sus bestezuelas salvajes, aunque en proporciones chiquitas, difíciles de apreciar para el ojo no habituado a lo pequeño. Porque como decía el poeta Juan Ramón Jiménez, a veces los detalles más insignificantes “son los más significativos”.
Incluso en los aparentemente secarrales majoreros hay mucha vida, muchas plantas increíbles. Unas 750 especies silvestres diferentes, de las que cerca de 450 son autóctonas, ya estaban aquí antes de que habitáramos la Isla, han llegado por sus propios medios (empujadas por el aire, transportadas por el mar o en el buche de un pájaro) y no fueron introducidas voluntaria o involuntariamente por el ser humano. Unas quince de ellas son endémicas, únicas, exclusivas de Fuerteventura, tan adaptadas a su territorio que no existen en ninguna otra parte del mundo.
Es una asombrosa riqueza natural que pasa desapercibida para la mayoría de la gente, incapaz de distinguir un cardón de Jandía (Euphorbia handiensis), que tan solo crece en cuatro barrancos del sur de la Isla, del famoso cardón canario (Euphorbia canariensis), frecuente en casi todo el Archipiélago, o de un cactus de origen americano. Una riqueza invisible que entusiasma a los científicos, quienes consideran a Fuerteventura un laboratorio natural de gran interés en tiempos tan complejos de emergencia climática y calentamiento global.
Porque en esto de la degradación de los ecosistemas, aumento de las temperaturas y descenso de las lluvias, la vegetación isleña sabe mucho. Lleva miles de años lidiando con ella, adaptándose a unos cambios que desgraciadamente cada día se han generalizado más por todo el planeta.
No todo va a peor
¿Y cómo le van las cosas a la vegetación autóctona de Fuerteventura, la que sobrevive sin riego ni cuidados bajo un sol de justicia, la que resiste a la hambrienta presión de las cabras y a la aún más voraz especulación urbanística? Nuestra visión derrotista, tan propia de los últimos tiempos, nos haría pensar que todo va a peor, que el desierto avanza imparable y las especies se extinguen inexorablemente, pero la ciencia lo desmiente.
Pico de la Zarza con jorao. Foto: Stephan Scholz.
Ya había unas 750 especies silvestres antes de que habitáramos la Isla
Así lo confirma una reciente revisión botánica firmada por los doctores en Biología Stephan Scholz y Juan Miguel Torres publicada en inDiferente, revista de ciencia y divulgación en las islas oceánicas. Según este trabajo, donde peor deberían estar las cosas por culpa de la presión turística, en las costas majoreras, a la flora no le va tan mal; seguramente porque la mayor parte del desastre se cometió a finales del siglo pasado y lo que queda está protegido. “Los saladares, el matorral de zonas arenosas y el matorral de aulagas y salados han tenido una evolución favorable”, confirman los expertos.
Tampoco van a peor sus bosques relictos, tanto el más mediterráneo termófilo como los restos de laurisilva confinados en un reducido puñado de alturas, pues a pesar de haberse quedado en su más mínima y liliputiense expresión después de dos milenios de hacha, fuego y diente de cabra, en lo que va del siglo XXI estos frágiles ecosistemas permanecen estables. En los restos de monteverde se encuentran especies arbóreas tan interesantes como el aderno (Heberdenia excelsa), el peralillo (Gymnosporia cassinoides) y un único ejemplar de mocán (Visnea mocanera), considerado el “último mohicano” de la laurisilva majorera.
Pero no todo son buenas noticias. Lo que el ciudadano de a pie entiende como bosques, las masas arboladas, van a peor. Se registra un retroceso acusado en los palmerales, los bosques de tarajal y el pinar de repoblación. También en comunidades de arbustos tan característicos del paisaje majorero como el cardonal-tabaibal y el matorral de jorao (Asteriscus sericeus).
Los saladares o el matorral de zonas arenosas evolucionan favorablemente
Entre los factores adversos “clásicos”, algunos como la recogida de leña para alimentar hornos y caleros han cesado hace ya mucho tiempo. Han sido sustituidos por otros más modernos, pero igualmente lesivos como el sobrepastoreo, provocado por la industrialización de la actividad ganadera, que garantiza pienso y agua suplementaria a los rebaños semi estabulados. A ellos se les han añadido los efectos del cambio climático, aún poco estudiados, la urbanización, la sobreexplotación y contaminación de las aguas subterráneas, junto con la expansión de plantas invasoras, plagas y nuevas enfermedades.
Saladar de Lobos. Foto: Stephan Scholz.
Saladares
Saladar es un canarismo que identifica espacios costeros inundables con las mareas donde se desarrolla una comunidad botánica adaptada a esos ambientes salinos periódicamente cubiertos por el mar. Son las marismas canarias. En Fuerteventura ocupan una superficie pequeña, tan solo 132 hectáreas, pero su importancia natural es formidable, pues suponen el 43 por ciento de los existentes en Canarias.
El saladar de mayor extensión es El Matorral, en Morro Jable, salvado in extremis de su destrucción gracias a la presión ciudadana y que, a decir de los expertos, “ha respondido bien a las medidas de conservación aplicadas posteriormente”. Los de la costa este, noroeste y norte de Fuerteventura han permanecido relativamente inalterados, excepto el de Bristol, próximo a Corralejo, degradado por una pista que lo atraviesa, el pisoteo constante de turistas y el vertido de basuras.
Tarajales
Tarajal es otro canarismo común para designar un tipo de arbusto siempre verde, el Tamarix canariensis, de tronco retorcido y hojas capaces de sudar el exceso de sal de la tierra, que crece en las orillas de los barrancos o junto a la costa. También identifica sus bosques, esas extensiones de árboles que se extienden en el fondo de los barrancos acompañando a las aguas salobres y que serían la versión canaria de los sotos y bosques de ribera de la Península. Amigos de tener los pies siempre empapados, de zonas encharcadas, también aparecen en el entorno de embalses, maretas y presas secas. En los siglos XVII y XVIII eran tan apreciados que el Cabildo contrataba vigilantes para evitar que nadie pudiera cortarlos sin permiso.
Es un ecosistema científicamente muy interesante que a trancas y barrancas aguanta los embates del desarrollo. En Gran Tarajal, a pesar del orgullo hacia este árbol que bautiza a la localidad, los tarajales fueron destruidos en varios barrancos por unas polémicas obras de encauzamiento que en 2010 sustituyeron con hormigón a la vegetación natural. Según los científicos, su retirada no evitará inundaciones, como algunos defienden, sino que provocará riadas más violentas.
Cardonal Vinamar. Foto: Cedida.
Se registra un retroceso acusado en los palmerales o los bosques de tarajal
A pesar de haber sufrido una notable regresión, Fuerteventura sigue albergando junto con Gran Canaria las mayores y mejor conservadas formaciones de tarajal del Archipiélago. Pero en los últimos decenios les han salido un duro competidor, una serie de plantas introducidas que están empezando a ocupar su hábitat, dejándoles sin espacio para prosperar. Es el caso de la mal llamada acacia majorera (Acacia cyclops), pues es australiana. Producida con ganas por el Cabildo y el Instituto Canario de Investigaciones Agrarias en Pozo Negro como posible arbusto de interés forrajero, regalada a ganaderos, agricultores y público en general, lo cierto es que sus hojas no se las comen ni las cabras y en cambio han provocado un morrocotudo problema ambiental al desplazar a las especies locales.
Pero la más peligrosa de todas las recién llegadas, por agresiva, es la acacia sauce llorón (Acacia salicin). Ha sido la última en aparecer en la Isla de las tres especies australianas del género presentes en el medio natural de Fuerteventura. Y en apenas 20 años ha colonizado toda la Isla. En algunos sectores de barrancos, como en Montaña Tirba, donde antes había tarajales ahora hay acacias lloronas. Una presencia potencialmente peligrosa en caso de inundaciones, pues al contrario del tarajal, llegan a taponar los cursos de agua.
Pero la especie invasora no se ha detenido en los barrancos. También ha empezado a ocupar gavias, en donde aunque sean cortadas vuelven a rebrotar con facilidad. Algunos agricultores han confirmado a los biólogos que esta especie australiana es capaz de secar los frutales cuando crece cerca de ellos, seguramente por culpa de una serie de sustancias inhibidoras del desarrollo de otras plantas que producen para garantizarse la exclusividad de la ocupación de las tierras.
Palmeras en La Oliva. Foto: Stephan Scholz.
Palmerales en la UCI
La situación del palmeral de Las Peñitas y Madre del Agua es “alarmante”
Junto a los tarajales, los palmerales constituyen la vegetación arbórea nativa más extendida de Fuerteventura, aunque la mayoría no es lo que parece, porque pocas hacen bosque, forman un palmeral, y menos aún las que cumplen con los dos preceptos básicos del científico, que pertenezcan a la especie autóctona canaria, Phoenix canariensis, y que su origen sea natural, no hayan sido plantadas.
Betancuria, Las Peñitas y Madre del Agua son los palmerales naturales más importantes, pero su estado actual, a decir de los expertos Scholz y Torres, es “alarmante” y se encuentran en un acelerado proceso de regresión. La regeneración natural es casi nula, advierten, y en muchos casos se observa una pérdida creciente de ejemplares. La poda periódica de palmeras, lejos de ayudar, las debilita aún más. La principal causa de este decaimiento generalizado es la escasez de agua, unida a la presencia de plagas como la del escarabajo Diocalandra frumenti y el desarrollo de hongos infecciosos.
Comentarios
1 Vecino de la Oliva Dom, 23/02/2025 - 08:48
2 Matheus Dom, 23/02/2025 - 13:06
3 Roberto Dom, 23/02/2025 - 22:17
4 Bania Dom, 23/02/2025 - 22:21
5 Gonzalo Dom, 23/02/2025 - 22:21
6 Gonzalo Dom, 23/02/2025 - 22:23
7 Violante Dom, 23/02/2025 - 23:25
8 Pepe Benavente Lun, 24/02/2025 - 08:06
9 Nenita Lun, 24/02/2025 - 09:23
10 Jandía Vie, 28/02/2025 - 09:20
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