“Mamá Araceli”, la mujer que acoge a tres niños refugiados ucranianos en casa
Logró sacarlos de la guerra y desde entonces residen con ella en su vivienda de Pájara
El día que estalló la guerra, Araceli Rodríguez pensó que no volvería a ver jamás a Denys, Kristina y Anastasiia, los tres “hijos ucranianos” que durante los últimos años habían pasado los veranos y algunas navidades en su casa de Pájara. No paró de arrepentirse de no haberlos sacado antes del país hasta que pudo correr a la frontera polaca con Ucrania en su búsqueda. Cuando los vio bajar del tren, en la estación de Cracovia, se dijo a sí misma que, a partir de ese momento, “los quería en su vida”.
Denys fue el primero en llegar a la vida de Araceli en el verano de 2018. Una amiga le había hablado de una asociación que traía niños ucranianos a España durante los meses de estío. Tiempo después de enterarse del tema, Araceli estaba en el aeropuerto esperando el avión que traía al joven. Denys se bajó del avión con cara de asustado. Cuando ella le dijo que era Araceli, el niño le contestó: “No, tú eres mamá”. “Me quedé impactada”, recuerda.
Más tarde supo que Denys tuvo una infancia dura. Había tenido que enterrar a su madre, y vivía con sus abuelos y con sus dos hermanas en el pueblo de Gaurylivka, en el distrito de Bucha, cerca de la capital, Kiev. A su casa, a veces, no llegaba la comida; el Papa Noel traía algún jersey para el frío y comer tarta solo estaba reservado para los cumpleaños.
Las visitas de Denys a Fuerteventura se fueron sucediendo durante los siguientes años. También comenzaron a venir a la Isla sus hermanas Kristina, de 13 años, y Anastasiia, a la que todos conocen en casa como Nasty, de 11 años.
Todo estaba programado para que Denys se viniera a estudiar a España, pero estalló la guerra a las puertas de Europa. Desde entonces, la ONU estima que han fallecido, al menos, 6.755 civiles de los que 424 son menores. El conflicto ha dejado también la imagen de millones de personas huyendo de sus hogares. Unos 7,8 millones han huido del país y alrededor de 6,5 millones son desplazados internos.
Cuando Araceli se enteró de que habían empezado los bombardeos, sintió miedo. “Sabía que estaban cerca de la capital y pensé que no los volvería a ver”, comenta. Luego, llegó el sentimiento de culpabilidad. “Me dije, Dios mío, por qué no fui antes, por qué no fui cuando me dijeron que estaban colocándose los tanques. Sentí mucha responsabilidad”, confiesa.
Al principio, pudo estar en contacto con ellos hasta que un día Araceli dejó de recibir mensajes. Estuvo 17 días sin saber nada de ellos. Desde Pájara no dejaron de salir mensajes con destino a Ucrania. Les escribía por la mañana y por la tarde. En los mensajes se leía: “Denys, mamá te está esperando”, “Denys, mamá te va a ir a buscar”, “Denys, Kristina y Nasty, los quiero”.
Tras estallar el conflicto, Araceli estuvo 17 días sin saber si los niños estaban vivos
Al mismo tiempo, las hijas de Araceli intentaban tener alguna noticia del paradero de los niños a través de las redes sociales. Los buscaban en Instagram; intentaban contactar con conocidos de los pequeños; algunos le decían que estaban refugiados en sótanos... Araceli siempre tuvo claro que se pondrían en contacto desde que tuvieran cobertura. Así hasta que 17 días después llegó un “hola, mamá” al WhatsApp de Araceli. Era Denys. La cogió en su puesto de trabajo. “Fui incapaz de contestarle. Le pasé el teléfono a una compañera y le pedí, por favor, que escribiera. Luego, rompí a llorar”, recuerda.
Después consiguió llamar a su marido. Solo atinó a decirle que estaban vivos. Mientras Araceli esperaba una señal desde Ucrania, los tres hermanos se refugiaban en el sótano de la casa de la abuela. Los niños vivían en un pequeño pueblo del distrito de Bucha, uno de los lugares donde la guerra de Ucrania ha vivido uno de los episodios más macabros y dejado una de las mayores masacres en Europa desde la Segunda Guerra Mundial con cientos de civiles muertos a manos del ejército ruso.
Las dos hermanas llevan unos minutos escuchando el relato de Araceli. Denys llega de jugar en la cancha, se sienta junto a ellas en el sofá y empieza a hablar sin parar. “Cuando empezaron los aviones y helicópteros, mi abuela nos mandó al sótano. A los cinco minutos, empezamos a escuchar las bombas”, explica el joven. La abuela no paraba de preguntarse dónde dormiría su familia si las bombas destrozaban la vivienda. Cuando paró el bombardeo, Denys pudo subir a mirar. “Todo el techo estaba en el suelo, las ventanas y las puertas rotas”, recuerda.
Estuvieron días sin agua, luz, ni gas. Solo salían del sótano, donde la abuela solía guardar las papas, para orinar. Cuando empezaron los bombardeos, no les dio tiempo a bajar los colchones; algunos de los miembros de la familia dormían sobre los sacos de papas hasta que una vecina se llevó a las dos niñas a dormir a un sótano más grande que daba refugio a unas 20 personas.
Viaje a la frontera
Tras llegar el mensaje desde Ucrania, Araceli les dijo que corrieran hacia la frontera polaca. Allí, ella y su marido estarían esperándolos. Denys reconoce que nunca pensó en la posibilidad de salir de Ucrania rumbo a Fuerteventura. Recuerda que el día que Araceli les dijo que iba a buscarlos, “nuestra abuela se puso más feliz que nosotros porque ella creía que íbamos a estar en Fuerteventura tranquilos, sin guerra ni muertos”.
Cuando estaban haciendo el trasbordo en Barcelona, Araceli recibió otro mensaje en el que pudo leer: “Mamá estamos camino del cordón”. La familia estaba ya más cerca de la frontera. Los tres hermanos, junto a sus abuelos, hicieron un viaje de 21 horas en el que no pararon de encontrarse soldados rusos y tanques. Un vecino les ayudó a llegar a la frontera. Allí, cogieron un tren hasta la estación de Cracovia, donde Araceli y Carmelo les esperaban desde hacía algunas horas. Era el 17 de marzo de 2022.
“Araceli es algo más que una madre”, confiesan los tres hermanos ucranianos
Araceli aún no ha podido olvidar la imagen que se encontró en la estación, muy superior a la que cada día veía en su televisor. Una madre con su hijo de unos cuatro años acostado sobre la maleta; personas mayores tiradas en el suelo durmiendo; otras aseándose en los baños y un olor nauseabundo que recorría de esquina a esquina el edificio. Después de horas de espera llegó el tren. Araceli recorrió los vagones nerviosa. La familia viajaba en el último de ellos. Una mujer le sonrió, poco después supo que era la abuela de los niños. Luego, llegaron los abrazos, las lágrimas y la marcha a un hotel a descansar. “Venían cansados, con un color cenizo en las caras. Llevaban días sin poder ducharse, estaban destrozados”, recuerda.
Al día siguiente, comenzó la odisea burocrática para poder traer a los tres niños a España. Araceli explica que Denys “sí tenía el pasaporte porque se venía a estudiar ese año a España, pero los documentos de las dos niñas los tenía la trabajadora social de Ucrania. No teníamos ningún papel con foto de ellas para poder traerlas en el avión, tal y como exigen las compañías aéreas”. Luego tuvieron que ir a un notario para que quedara constancia de que la abuela cedía el acogimiento hasta que acabara la guerra o de forma indefinida.
Tras mil problemas, consiguieron una Notaría. Al final, Araceli se dio cuenta de que tenía guardada una copia de los pasaportes de las dos niñas de cuando estuvieron en España. Recorrieron las embajadas de España y Ucrania en Polonia para ver si alguien les decía cómo podían regresar a España, pero fue imposible. La única recomendación es que volvieran rápido a España porque la situación “se volvería insostenible”. Al final, hicieron el viaje en coche. El Ayuntamiento de Pájara les pagó un vehículo de alquiler.
Tras día y medio de recorrido, llegaron a Madrid. El 22 de marzo aterrizaron en Fuerteventura. Uno de los momentos más duros para todos fue la despedida de los abuelos. Araceli los invitó a venirse con ellos a España, pero el matrimonio decidió regresar a Ucrania. Meses después, Kristina aún se emociona recordando la despedida.
Los tres hermanos cuentan sus planes de futuro en España desde su casa de Pájara. Los dos mayores van al instituto, en Gran Tarajal, y la pequeña al colegio de Pájara. Denys entrena en un equipo de fútbol en Gran Tarajal y ellas están inscritas en bádminton. La pequeña de la casa insiste en que se va a apuntar a clases de baile. Kristina asegura que ve su futuro en España. “Vivir aquí es mejor. España está en la Unión Europea y veo más oportunidades de estudiar y trabajar”, señala.
Denys está a dos años de cumplir la mayoría de edad. Piensa estudiar Medicina porque “quiere ayudar a las personas”. Si no fuera posible cursar la carrera, le gustaría ser policía o militar. Nasty aún no sabe qué hará, pero tiene claro que le gusta vivir en Pájara. “Vivir aquí es chulísimo”, espeta a su hermano e insiste: “En España he conocido más amigos que en Ucrania. Pensé que sería duro conocer a gente de aquí, pero no”.
Los chicos venían en verano y Navidad a la Isla hasta que empezó la guerra
Los tres se han incorporado con facilidad a la vida del pueblo. Se les trata como a tres vecinos más. Varias cajas de ropa se amontonan en casa de Araceli. Es ropa que los vecinos han ido dando para los chicos. “Tengo ropa para ellos para dos años”, dice agradecida. Los ucranianos han vivido la Navidad más dura que recuerdan con temperaturas bajo cero, bajo la luz de las velas y con el ruido de las bombas de fondo. Los tres hermanos han tenido la suerte de vivir una Navidad en cholas y manga de camisa, pero sobre todo en paz.
Pero ¿qué significa para ellos Araceli? La primera en contestar es Nasty. “Para mí Araceli es mamá. Siento como si fuera mi madre”. “No es madre, es algo más”, añade entre sollozos Kristina. “Es una persona muy grande, con un gran corazón. Ella es más que una madre. Siempre la voy a ayudar. Cuando muera, todas las personas van a decir que ella ha ayudado a los ucranianos, que es muy buena persona y que tiene un gran corazón”, agrega Denys.
Carmelo y Araceli tienen cinco hijos, algunos de anteriores relaciones, y dos nietos. Algunos de ellos viven en casa aún. Para los ucranianos, ellos son sus hermanos. Para los majoreros también. Carmelo y Araceli vivían a tope. Viajaban con frecuencia. Ahora, la mujer explica cómo han tenido que dejar un poco aparcada esa vida. “En estos momentos, toca sacarlos a ellos adelante”.
“La economía familiar no es la misma. Es un sacrificio, pero estamos intentando salir adelante. No me arrepiento porque los tengo aquí”. Cuando los tres hermanos llegaron a Fuerteventura, Araceli iba cada noche a mirar cómo dormían. Luego, le decía a su marido: “Están durmiendo en una cama, están a salvo”. “Solo me importaba que estuvieran a salvo”, explica.
Comentarios
1 Ester Colero Lun, 06/02/2023 - 09:01
2 Anónimo Lun, 06/02/2023 - 15:53
3 Elora. Lun, 06/02/2023 - 21:34
4 Anónimo Mié, 08/02/2023 - 12:47
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