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Tres incansables en la defensa del folclore, la salud y la danza creativa en Fuerteventura

Olga Cabrera Noda, Ana Trujillo Miranda y María José Guerra Perdomo son tres mujeres que han dedicado sus vidas a luchar por el progreso cultural y social de la Isla

Fotos: Cedida y Carlos de Saá.
Itziar Fernández 1 COMENTARIOS 08/03/2021 - 10:11

Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, será diferente en las calles. No se desplegarán pancartas, no habrá lemas, gritos, mogollones ni aplausos, pero cada mujer protagonizará su lucha individual.

Tres mujeres que han dejado huella en Fuerteventura son la folclorista Olga Cabrera Noda, la presidenta de Asomasamen, Ana Trujillo, y María José Guerra Palermo, empresaria y profesora de baile de Entre Siluetas.

OLGA CABRERA. Su vida ha estado marcada por el folclore, por la vida en el campo y por la etapa en la que tuvo que dejar la Isla para trabajar en El Aaiún. Desde hace tres décadas, forma parte de la rondalla Maxorata y ha puesto voz a todo su repertorio.

Nació en La Montañeta, entre El Time y La Matilla. “Siempre recordamos los momentos felices de la infancia, pero también tengo grabados algunos muy duros. Fui la tercera de 10 hermanos, había mucha faena en casa, íbamos caminando al colegio de La Matilla y, cuando llovía, llegábamos empapaditos a clase”, destaca.

Además, había que cuidar las cabras, plantar, limpiar y ayudar en todo en casa. "Mi padre fue el partero en mi casa, atendió en cada parto a mi madre, con una vecina, y vivíamos allí, muy aislados en el campo", rememora. "Había un baile al año y mi abuelo Félix tocaba muy bien el violín; mi hermano iba a tocar el timple, pero a mí me gustaba cantar y bailar, aunque nunca estudié música". Recuerda los bailes en El Casino de Manuel González, en La Matilla: “Pero nosotros no teníamos guagua y vivíamos muy lejos”.

Con 17 años se mudó a Puerto del Rosario con su tía, para trabajar en el hotel Las Gavias. “Me gustaba, era más independiente, y allí conocí a mi marido, que siempre había trabajado en Paradores, y nos mudamos a vivir al Parador Nacional del Sahara, en El Aaiún”. Olga guarda recuerdos muy bonitos de aquella etapa en el vecino continente. Allí organizaban festivales de música canaria. "Sentí el respeto por las dos culturas, la gente vivía bien y aunque fueron tres años de mucho trabajo, guardo grandes recuerdos y me encantaría regresar para recordar los lugares y ver el cambio", asegura.

De El Sáhara regresaron al Parador del Teide y luego al Parador de Turismo de Fuerteventura. En el barrio de Buenavista de Puerto del Rosario formó su familia: tiene dos hijos, Oliver y Minerva, que han heredado su pasión por el folclore. “Mi prima Fefa me animó a que me metiera en la rondalla Maxorata, donde he mejorado y he disfrutado mucho”, confiesa. "Yo le decía que no sabía cantar y ella insistía en que podía hacer coros". Olga, de 66 años, asegura que no ha sentido machismo en la rondalla, ni en la música canaria. “Las mujeres hemos tenido un papel importante en el folclore majorero”, opina. "Tal vez antes no había muchas mujeres, pero a mí tocó una época de hombres y mujeres participando por igual en la rondalla, en el baile, el toque o cantando", destaca.

Olga es un ejemplo. Mujer pionera en diversos ámbitos, desde la música canaria al turismo, y amante de las tradiciones. “El amor por el folclore se lo he transmitido a mis hijos”, dice. Ambos formaron parte de la Agrupación Folklórica Universitaria de La Laguna. Ahora es abuela y a buen seguro que su sensibilidad musical será heredada.

La pandemia le ha afectado mucho: "Solo deseo volver a los ensayos". Al echar la vista atrás, destaca la cantidad de tiempo dedicado a la rondalla y los viajes para dar a conocer el folclore. "El último fue muy especial, a Luisiana, en Estados Unidos, donde se celebró un festival para los isleños". Al regresar les pilló la declaración del estado de alarma y el confinamiento.

ANA TRUJILLO. Otra mujer destacada por su perseverancia en la vida y en el ámbito social es la presidenta de Asomasamen, nacida en Santiago del Teide en 1956. Trabaja cada día para visibilizar los problemas de salud mental en la sociedad majorera y enseñar que cada persona posee la llave de su salud. Ana nació en el seno de una familia humilde. “Fuimos cinco hermanos pero mi padre decidió atender a mi tío, que llegó bastante tocado de la guerra, y nos mandaron a los dos mayores a un internado a estudiar, aunque siempre nos quisieron”, señala.

Era una niña de sobresaliente, pero en la adolescencia, durante el cambio hormonal, sufrió un trastorno que le afectó la memoria. Así que muy joven se trasladó a vivir con sus tíos a La Laguna y comenzó a trabajar en el comercio familiar. “Fueron tiempos muy felices, me gustaba mucho charlar con el público y también me ocupé de mis hermanos”, comenta. En ese tiempo conoció a su marido, Juan Pedro Martín, un lanzaroteño que estudiaba Derecho. Se casaron y se mudaron a Agaete, y después a Pájara.

“Mi contacto con la salud mental llega con mi hijo Rubén, porque en su primer año universitario se bloqueó y sufrió algunos problemas psíquicos”, cuenta Ana. Ahí comenzó su batalla por el bienestar mental. En 2007 conoció la existencia de la Asociación de Salud Mental Asomasamen y decidió vincularse, al compartir la “magnífica labor social que desarrolla”. Un colectivo en el que las mujeres han jugado un papel “esencial”. De hecho, en la junta directiva, de siete personas solo hay un hombre. “Creo que las mujeres no esperamos a que nos lo den hecho, tomamos las riendas y decidimos avanzar”, sostiene Ana, que aboga por “acabar con el estigma social”.

“Una persona diagnosticada con esquizofrenia o bipolar no encuentra un empleo”, lamenta. Algo que califica de “insostenible” en una sociedad moderna que busca la empatía. Para Ana, hace falta más apoyo emocional y escuchar a las personas que padecen una enfermedad mental. "Espero que toda esa falta de humanidad y que ese estigma se eliminen con la pandemia, donde se ha evidenciado que los problemas de salud mental nos pueden afectar a todas las personas, en cualquier momento de nuestra vida", espeta.

Ana demanda a las institución públicas que pongan las herramientas y financiación para que los profesionales puedan atender problemas de salud mental desde Atención Primaria, con un tratamiento holístico e integral. "Si ven cualquier problema, que lo deriven, como lo harían con otra patología, y que se refuerce la atención psicológica, para que cuerpo y mente estén en armonía", señala.

En el caso de Asomasamen, pone de relieve el trabajo que lleva a cabo el colectivo para aumentar las terapias, desarrollar proyectos y dar voz a los pacientes que necesitan "comprensión y apoyo social para empoderarse y sentir que son importantes y pueden hacer grandes cosas en la sociedad".

MARÍA JOSÉ GUERRA. Otra mujer sobresaliente en el mundo cultural, social y empresarial majorero es María José Guerra. Se casó un 26 de noviembre de 1988 en Gran Canaria, con 20 años, y al día siguiente se mudó a vivir a Fuerteventura junto a su marido, el músico Domingo Ruano. Ambos arrancaron una carrera musical y dancística marcada por su sensibilidad formativa y su implicación en la vida majorera.

De sus recuerdos de infancia cuenta que se crio en Santa María de Guía y que a los tres años ya bailaba. Entre sus profesoras de baile recuerda a Josefa Morales, Heada Robertson, Gelu Barbu y, en su juventud, Lorenzo Godoy, Anatole Yanowsky y Carmen Robles, o en Madrid a Carmen Roche. "En toda mi familia el arte se lleva dentro: mi padre es pintor y en casa vivimos volcados en la música", señala.

“En 1989 abrí mi primera academia de baile en Gran Tarajal y formé la primera compañía de clásica, que se llamó Isadora Duncan, con niñas que ahora son grandes artistas como Guacimara Gil o Sulay Curbelo”, rememora. “Fue una etapa mágica que compaginé con el nacimiento y crianza de mis tres hijos”. Ahora da clase a su nieta.

Luego, inauguró la academia Entre Siluetas, en Puerto del Rosario, y más tarde llegaron proyectos atractivos como la Habitación danzante, de la Asociación de Escuelas de Danza de la Isla, o Sobre mis huellas, en donde fusiona danza con naturaleza. Nunca le gustó acudir a concursos o competiciones sino enseñar para que sus alumnas aprendieran danza y, a la vez, disfrutaran. "La danza es mi verdadera vocación y mi profesión", añade.

Guerra disfruta ahora de su madurez artística y se siente realizada como profesora. “Son 35 años desgantando zapatillas”, bromea. "Las niñas crecen, se van a estudiar, pero se llevan ese amor por la danza, y me queda la satisfacción del trabajo bien hecho", afirma. Su última danza creativa en el centro ocupacional de Gran Tarajal ha sido una inyección de energía positiva.

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Felicidades A todas las Mujeres, luchadoras incansables Como el caso de Ana Trujillo. María José Guerra, y Olga cabrera.

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