SOCIEDAD

Ibrahima, confinado en Guinea Conakry, a más de 2.000 kilómetros de su mujer y sus hijos en Fuerteventura

A este majorero de adopción la pandemia le alcanzó de visita en su país natal. Con las fronteras cerradas y la tarjeta de residencia caducada no sabe cuándo podrá regresar

Eloy Vera 1 COMENTARIOS 13/06/2020 - 09:00

Ibrahima Barry trabaja durante un año o dos seguidos, ahorra y se va de vacaciones un mes a Guinea Conakry a ver a sus padres. Este año, le tocaba visita. En febrero pudo viajar, pero a mitad de la estancia llegó la pandemia. Los países cerraron sus fronteras aéreas y se quedó retenido en su país sin poder regresar a Fuerteventura. Aún el virus, le tenía reservada otra zancadilla, el 12 de abril su tarjeta de residencia caducó. Ahora, no sabe cómo puede renovarla, con las administraciones cerradas, ni los inconvenientes que tendrá que sortear para poder regresar a España junto a su mujer y sus cuatro hijos.

Ibrahima es un rostro conocido para los guineanos residentes en Fuerteventura. Forma parte de la Asociación de Guinea Conakry en la Isla, a la que llegó en 2003 con el sueño de empezar una nueva vida, trabajar y poder traer a su mujer y a sus dos hijos de África.

Su sueño comenzó mucho antes en Guinea Conakry, uno de los países africanos a los que sacude la corriente migratoria con miles de jóvenes que buscan un futuro fuera de sus fronteras terrestres. Un día, decidió salir de su país y probar suerte fuera. Vivió en Gabón, de allí viajó a París y en 2001 a Barcelona. Recuerda que el cambio de la peseta al euro le cogió ya en la ciudad condal.

En marzo de 2003, se mudó a Fuerteventura. No paró de trabajar hasta que pudo demostrar que tenía capacidad económica para iniciar el proceso de reagrupación familiar. Seis años más tarde, logró traerse a su mujer y a sus dos hijos. Aquella noche, Ibrahima durmió feliz.

Fuerteventura ha visto cómo Ibrahima ha logrado ganarse la vida como pintor de brocha gorda. Ha trabajado en empresas y desde hace algunos años como autónomo, siempre sin abandonar la brocha; la Isla también ha sido testigo del nacimiento de sus dos hijos más pequeños y de la entrada de su hija mayor Hawa a la Universidad. Estudia enfermería en Fuerteventura.

Desde Fuerteventura, Ibrahima ayuda a sus padres de 83 y 75 años. Ellos siguen en Ley-sere, un pueblo de agricultores a unos 800 kilómetros de la capital, Conakry. Siempre que puede, coge el avión y pasa un mes a su lado.

El 7 de febrero viajó a Guinea Conakry desde Fuerteventura con escalas en Gran Canaria y Lisboa. La estancia en su pueblo comenzó bien, hasta que empezaron a torcerse las cosas. Su padre sufrió un ictus que le dejo paralizado el lado derecho del cuerpo.

“Lo llevamos al hospital provincial, porque no podíamos ir a la capital, estuvo 25 días y luego volvió a casa, al pueblo”, explica Ibrahima por teléfono desde Guinea Conakry. Ahora es él quien lo cuida, le da el medicamento y las terapias que el doctor le indicó que hicieran. Por suerte, su padre ha ido recuperándose.

El siguiente obstáculo fue la llegada del coronavirus a Guinea Conakry. Su pueblo ha conseguido librarse de los azotes del virus, aunque los casos en la capital y otras zonas del país han ido extendiéndose con rapidez. Para combatir la Covid-19, el Gobierno decretó el cierre de escuelas, lugares de culto, restaurantes y bares y el uso de mascarillas con multas a quien se salte la norma.

Ibrahima empezó a vivir el confinamiento con preocupación, alejado de su mujer y sus cuatro hijos, la mayor de 19 y el más pequeño a punto de cumplir cuatro años. A poco de llegar a Guinea, recibió un mensaje de que le habían concedido la nacionalidad española, pero por estar fuera del país aún no ha podido hacer el juramento.

La preocupación de Ibrahima fue a más cuando recibió un mensaje de la compañía aérea portuguesa en la que le comunicaban que su vuelo había sido cancelado a causa de la pandemia. Era 17 de marzo. Ese día tenía previsto partir hacia la capital y, desde allí, coger un avión seis días después.

Pronto, se dio cuenta de que su regreso a Fuerteventura no iba a ser inmediato. El coronavirus seguía dejando miles de muertos al día en todo el planeta. El confinamiento y el cierre de fronteras parecían la única opción posible para ganar la guerra al virus.

Fuerteventura ha visto cómo Ibrahima ha logrado ganarse la vida como pintor de brocha gorda. Ha trabajado en empresas y desde hace algunos años como autónomo

El 12 de abril caducaba su tarjeta de residencia permanente. Fuera de España sería difícil poder renovarla. La incertidumbre empezó a planear en su cabeza. Al final, decidió acercarse a Conakry y consultar en la embajada de España. “Antes de que caducaran los documentos, fui a la embajada para avisarles que estaba en esa situación y que se iba a caducar mi residencia fuera de España. Allí, me dieron un teléfono y un mail al que dirigirme”.

Desde un ciber, Ibrahima mandó su pasaporte, el resguardo del billete y un escrito en el que explicaba su situación. Estaba preocupado. “No sé cómo poder salir de nuevo para Fuerteventura, por el aeropuerto será muy difícil”, lamenta.

Finalmente, la contestación llegó al correo electrónico. En él se le planteaba que tendría que solicitar un visado en la embajada. Sin embargo, esta posibilidad preocupa a Ibrahima, “el visado tiene gastos y tarda mucho”, reconoce.

En busca de aeropuertos

La incertidumbre y el temor se han ido apoderando de Ibrahima durante las últimas semanas. No sabe cuándo podrá coger el avión rumbo a España, ni cómo podrá salir del país con la tarjeta de residencia caducada. Sigue expectante el anuncio de apertura de posibles aeropuertos que lo pongan de nuevo en Fuerteventura. En la isla, le esperan su mujer y sus cuatro hijos.

Su pensamiento en estos tiempos de la pandemia está al lado de ellos, querría volver lo antes posible. Ibrahima asegura que “llevar una familia grande y una casa ella sola y con esta situación resulta muy complicado”.

Su mujer trabajaba en la hostelería hasta que los turistas dejaron de venir a Fuerteventura por la Covid-19 y acabó en un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). “Ella está luchando como una mujer y también tenemos familiares guineanos en Fuerteventura que la están apoyando”, comenta su marido.

Su hija mayor Hawa está estos días atareada con los exámenes fin de curso. Explica que no ha sido fácil ahora vivir en una casa donde antes entraban dos sueldos y ahora solo la prestación por el ERTE. Reconoce que al principio fue duro pasar el confinamiento, pero poco a poco se han ido tranquilizando gracias también “a mi padre que nos decía que estuviéramos tranquilos y que no pasaba nada”. Se consuela pensando que su padre no es el único al que el cierre de fronteras le ha dejado alejado de su hogar. “En parte, ha tenido suerte porque está allí con su familia”, comenta. Más le preocupa que su padre tenga problemas al volver por el tema de tener caducada la tarjeta de residencia permanente.

Ibrahima habla a diario con su mujer y sus hijos. Su hija de once años, le pregunta todos los días cuándo va a volver. Él también se lo pregunta. Sabe que tiene que regresar. Le espera su familia.

Comentarios

Que lo nombren ministro de economía. Yo gano 1.500 euros al mes, solo tengo un hijo y no me puedo permitir visitar mi pais cada uno/dos años.

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