13.30: el adiós al padre
Dailos Ruiz Armas explora en el Centro de Arte Juan Ismael el duelo y el vínculo paterno-filial
De todos los silencios que podrían ocupar una sala de arte, el abrumador es el más escaso, difícil de encontrar. Vuelve poroso el aire, tiene su propio grado de densidad y convierte en palpable el hueco que separa obra y público. Pocos silencios abrumadores se desploman, de golpe, sobre todos los oídos en una inauguración; y, sin embargo, cuando ocurre, se da el milagro de la asfixia colectiva: por encima de las bocas cerradas se escucha latir, sanguínea, agresiva, contenida, la fuerza de la obra.
Un silencio duro cayó como una losa sobre Dailos Ruiz Armas el pasado 15 de mayo, mientras dirigía sus pasos ante la mirada de todos, de todas, hacia el patíbulo del Centro de Arte Juan Ismael para iniciar la performance de apertura de su exposición 13.30. Al fondo del espacio, dos bancos, en blanco brillante. Sentado sobre uno de ellos, su ropa también en blanco impoluto, un cuerpo (el de Paquito Nogales) se representa como anónimo.
Ruiz Armas toma asiento frente al cuerpo desconocido; lo mira a los ojos, observa atentamente sus facciones; con meticulosidad, cuidadosa ternura, comienza a intervenirlo: recorta su barba; afeita con cariño íntimo su tez; cambia sus ropas blancas por unas azules -camiseta del aeródromo, pantalón vaquero-; por último, tomando un pincel, modifica el color de su largo bigote. Lo coge de la mano. Al alzarlo y colocarlo en pie sobre el banco, el público reprime una tensión emocionada.
El artista toma asiento junto a su insólita obra: un hombre que ya no es anónimo, que se mantiene en pie, firme ante al público. Ambos miran al frente. Con apretado cariño, el artista se abraza a las rodillas del nuevo hombre, apoya su frente contra su torso, oculta allí su cara. El silencio vibra en los dos pisos, que atienden a la fuerza contenida de la imagen: hay un emocionado abrazo de niño que busca consuelo, un hijo que se despide del padre, un adiós público que nadie esperaba. Solo el saludo final del artista rompe el hechizo: una lluvia de aplausos se extiende en una larga ovación en la primera y la segunda planta.
La acción performática llevó por título Creando al padre y sirvió para conceptualizar, desde su carácter de obra inaugural (y efímera), todo el conjunto que conforma 13.30, un panegírico de arte contemporáneo al duelo, la relación paterno filial y la ausencia, que puede visitarse en el Centro de Arte Juan Ismael hasta el próximo 21 de julio.
Las manos que lo sostienen son las del majorero Dailos Ruiz Armas que en esta exposición, su primera individual, se introduce de lleno en el arte procesual, autobiográfico y de instalación para indagar en su propia herida: la muerte drástica de su padre en un accidente de aviación cuando el artista tenía quince años. “Para mí el arte siempre ha sido terapéutico. Este es mi proceso de duelo”, describe el artista, que apunta a que la obra ha venido gestándose desde 2004 en muchos sentidos, si bien los elementos que contiene y el trabajo de composición artística ha evolucionado paulatinamente desde 2016, cuando, tras iniciar sus estudios artísticos, comenzó una búsqueda de fórmulas que le permitieran expresar el dolor desde toda su complejidad.
Construida a partir de cuatro bloques diferenciados, la exposición es para Ruiz Armas entendida como una única obra por fascículos, un trabajo monográfico en torno a la pérdida que indaga sus distintas perspectivas en formatos que van desde el dibujo, la videoacción, la intervención directa en el espacio, el arte objetual o la instalación. Con una visión profundamente biográfica y arraigada en lo procesual, en esta investigación artística en torno al duelo el autor ofrece una mirada introspectiva, que se filtra en todo su trabajo. Es un ejercicio salvaje de exposición personal al servicio de un fin último: colocar ante el público un itinerario hacia la conmoción de la pérdida, sus claroscuros y las etapas del duelo, desde la crudeza de la honestidad.
Un intangible
Un dibujo a carboncillo de trazo ligero en la pared muestra el movimiento de un perfil de hombre, girando hasta quedar de espaldas. Siguiendo el estilo del motion sketch, esto es, el boceto de movimiento utilizado en la creación de piezas audiovisuales a partir de la animación de dibujo, Dailos Ruiz introduce al público en una escena con un esbozo a mano alzada que refleja apenas unos segundos de movimiento. Esta milésima de segundo da apertura al itinerario de la exposición. Debajo, una fecha escrita a mano: 1989.
El momento capturado es significativo: se trata del único recuerdo del que queda evidencia gráfica de padre e hijo, juntos. El dibujo representa los escasos segundos que un vídeo VHS los capta a ambos en una imagen, en este caso durante la celebración del bautizo del artista. “Durante años, he trabajado recopilando y buscando material; descubrí que no hay ninguna fotografía en que aparezcamos juntos. Este movimiento es el único momento registrado en vídeo en que mi padre y yo aparecemos a la vez en la misma imagen”, señala el artista.
Sobre esta base arranca 13.30, con un primer bloque dedicado a la exploración de la relación paterno-filial en el que se habla de lo que fue. A partir de este primer boceto en motion sketch, se sucede una representación cuidada de quince años de afecto de los que no quedaron imágenes que lo prueben, una ausencia en la hemeroteca de recuerdos familiares que el artista restaura creando obra específica para cada año, basándose en detalles que evoca y dota de nuevo significado.
“Para mí el arte siempre ha sido terapéutico. Este es mi proceso de duelo”
Una hilera de marcos blancos en perfecta armonía se despliega, siguiendo este hilo conceptual. Cada uno de ellos se posa sobre idénticos garabatos a mano en la pared donde se indica el año al que hace referencia cada cuadro: hay una pieza por cada año vivido juntos. Así, el conjunto está compuesto por composiciones en las que se enmarcan imágenes, si bien no se trata de fotografías o dibujos en exclusiva: en un juego de eclecticismo entre distintos formatos de representación contemporánea, Ruiz Armas crea piezas a partir de fotografías, pero también ofrece objetos intervenidos (la imagen de una almohada bordada con una frase de una canción del artista favorito del padre), instantáneas sobre-escritas (un edificio, en el que se marca la casa paterna), dibujos que reproducen regalos de la infancia (una moto de juguete) o momentos icónicos (“Un niño picaresco en un seat panda”, reza uno de ellos en que se representa al artista niño y el coche del padre), se suman a formatos libres como una imagen que reúne las cifras de diez coordenadas en limpia composición (“Los lugares donde comíamos juntos”, explica el artista), una palabra repetida en pulcra caligrafía de escuela, o breves textos poéticos que abordan elementos importantes de la memoria. Son, señala el autor, los recuerdos palpables: “Estos son mis quince recuerdos, de mis quince años. Son mis recuerdos con él, sin él”. A golpe de obra, vuelve tangible lo intangible.
Hay espacio, también, para dos recuerdos que no quiere, y así queda señalado sobre los dos marcos que los representan. El primero se sitúa sobre la marca de 1998: una foto del dictador Francisco Franco, elegantemente difuminada, que el artista dice recordar vivamente colgando en la pared de un taller de trabajo del padre, es una memoria de sus nueve años de edad. “Con los años entendí quién era; pienso que no quiero este recuerdo pero también existe, es real”, indica el artista, que señala que decidió incorporar también lo incómodo, en un ejercicio de honestidad con el pasado. El segundo recuerdo que el artista quiere rechazar cierra el conjunto: un dibujo del loop fallido, la maniobra aérea que en 2003 provocó el accidente en que murió su padre. “Los que no quiero también forman parte de esta memoria. Los tengo todos presentes”, concluye.
El duelo
Según Elisabeth Kübler-Ross, la más conocida teórica de la psicología del duelo, todas las personas experimentan cinco fases para transitar una pérdida: negación, ira, negociación, depresión y, finalmente, aceptación.
Pasado un primer bloque destinado a la relación paterno-filial, 13.30 parece abrir las puertas a una interpretación personal de algunas de las fases del duelo a través del uso de formatos multidisciplinares en los que el mural, la intervención sobre el espacio y la instalación cobran especial protagonismo. Así, la continuación del recorrido expositivo plantea “lo que no será”, en lo que podría ser una representación atípica y profundamente autobiográfica de la fase de negación. Un mural en tiza directamente trazado sobre la pared representa a padre e hijo tomando una fotografía con el móvil, sobre el título Selfie con papá; la imagen a gran escala acompaña paneles donde se reproducen conversaciones ficticias de Facebook entre padre e hijo desde 2003 hasta la actualidad, plasmando las felicitaciones de cumpleaños que no ocurrieron, y la impactante imagen a media escala en un monitor donde, por obra de la Inteligencia Artificial, se muestra cómo sería el rostro del padre si hubiera podido envejecer.
Dibujo, instalación y videoacción, grandes protagonistas
“Este conjunto es ‘lo que no será’; es también lo que me habría gustado que fuera. Supone un ejercicio de imaginar un imposible”, cuenta Ruiz Armas. Es, además, una forma de conectar, una vez más, a través de obra artística lo intangible. Del mismo modo, cubre la pared principal de la exposición un mural de gran formato, donde a trazo de tiza, dibujo a mano alzada, el artista reproduce una fotografía de su padre junto a una avioneta y la interviene, colocándose a sí mismo junto a él. A estos murales trazados sobre la pared, acompañan por el suelo trozos de tiza y palabras, enumerados todos los días del padre que no se celebraron e intervenidos aquí y allá distintos espacios del centro de arte. Bajo el mural principal, un mensaje: “Me dediqué a dibujarte para no olvidarte”.
Por otro lado, en la intervención del espacio, las tizas de color apuestan a enviar dos mensajes al público: la recuperación del niño, que se mantuvo en el abrazo del padre, con un juego de trazos en los suelos que evocan la rayuela escolar; y lo efímero, transicional, de estas escenas imaginadas, al retratarse con un material que puede descartarse fácilmente sin dejar rastro.
En el espacio adyacente a este segundo bloque, una videoacción es proyectada a pared completa. El artista, vestido con un mono de trabajo, se afana con un soplador de hojas por mover una amplia extensión de terreno estéril. Bajo la videoacción, ocupa el suelo una vista aérea donde han sido situadas varias carpetas rojas, sobre focos de luz: se trata del espacio del accidente y los puntos de impacto. “Estoy tratando de evitar ese accidente, limpiando la zona. La instalación es una captura del espacio donde ocurrió y, sobre los lugares donde el avión golpeó, los focos de luz y el informe del suceso”. Si en el anterior bloque se mostraba una interpretación de la negación del duelo, en esta pieza Dailos Ruiz Armas entra con su videoacción de lleno en la fase de negociación, buscando evitar el hecho traumático y enfrentándose, con impotencia, a la irreversibilidad del suceso.
Momento final de la performance ‘Creando al padre’.
Instalación
Por último, en lo que podría considerarse un último bloque expositivo centrado en la obra de instalación, el artista ofrece al público una visión cruda, descarnada, del proceso. En el último tramo de la sala, en un espacio apartado, una nevera abierta e iluminada muestra al público algunos objetos personales del difunto: “Hay una reflexión material, lo que me queda de él: solo ropa de la escuela del aeródromo. Está bañado por cal, que es el componente utilizado para acelerar la descomposición, y guardado para su conservación en frío”, señala el artista. La pieza señala emocionalmente la contradicción de la pérdida de la persona frente a la permanencia de los objetos materiales, evocando al frío y la luz blanca que recuerda a los espacios destinados a la conservación de los difuntos en ritos funerarios. Guardadas en frío, las pertenencias personales parecen destinadas a perdurar.
Sin embargo, Dailos Ruiz Armas se reserva para el final el golpe de dolor, la conmoción: al cruzar el tabique final, el público se coloca de frente con la fase definitiva del duelo, sobrevenida de golpe: un clásico salón familiar de madera de pino, con cojines a rayas y algunas imágenes familiares en el estante. En el mueble aparador, el televisor reproduce una y otra vez el vídeo de una avioneta que se estrella contra el suelo una y otra vez. Es el vídeo original de la tragedia. “Este es su salón. Es un lugar íntimo, personal, familiar. Quise reproducir este ambiente, de su espacio personal”, señala el artista. En la aparente calma de la sala, la caída en picado de la avioneta rompe de golpe con la armonía. La tragedia cae, una y otra vez, sobre el salón familiar.
Cuenta Ruiz Armas que al acabar su performance de apertura de la exposición lo sintió. “Di ese abrazo, ese último abrazo que no recuerdo haber dado de niño, y fue bonito. Fue emocionante, liberador y bonito”. Lo que Dailos Ruiz no esperaba es que en su abrazo, apretados y en silencio, se despedían con él todos los que acompañaron la inauguración. De todos los silencios que podrían ocupar una sala de arte, el abrumador es el más escaso, difícil de encontrar. Dailos Ruiz Armas arrancó uno, como una larga bocanada, en su primera exposición individual. Que vengan muchos más.
Comentarios
1 Marcos Rivero M... Sáb, 21/06/2025 - 22:37
2 Vecino de Puerto Dom, 22/06/2025 - 07:58
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