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Rosa y Carmen, las últimas de La Cornisa

Son las únicas vecinas que aún viven en esta zona histórica en riesgo de desaparición

Eloy Vera 6 COMENTARIOS 13/08/2025 - 07:12

Rosa Martín no paró de llorar el día que vio que taponaban la playa de Las Escuevas. Tenía veintipocos años. No paraba de decir “qué pena” y se preguntaba por qué nadie intentaba parar aquel atentado contra Puerto de Cabras. Hoy, con más años a las espaldas, tiene claro que si ve llegar la piqueta a las casas de La Cornisa se pondrá en primera línea para evitar su derribo.

Rosa es una de las últimas vecinas de La Cornisa, un conjunto de viviendas que pueden presumir de ser de las más antiguas de la capital. Algunas con casi doscientos años. Esta huella del viejo Puerto de Cabras podría desaparecer después de que 16 de las casas quedaran fuera del catálogo tras un informe de los servicios jurídicos del Ayuntamiento, que considera que incluirlas contradice las previsiones de desarrollo contempladas en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) aprobado en 2017.

La decisión ha supuesto un jarro de agua fría para gran parte de la sociedad majorera, llegando a crearse, incluso, una plataforma que intenta que La Cornisa no tenga el mismo futuro que han tenido otras viviendas de la capital: el derribo.

Virgilio Martín y Serafina Morales, los padres de Rosa, compraron la vivienda a don Marcos Hormiga, una de las familias que se asentaron en La Cornisa. Rosa abre sus puertas a Diario de Fuerteventura. Orgullosa enseña las estancias y los techos de madera que aún se conservan en algunas de sus dependencias. Su historia está encerrada en estas cuatro paredes. En ellas nació hace 71 años, vivieron sus padres hasta que fallecieron y en medio de sus muros ha criado a sus dos hijos.

Sentada en uno de los sillones, Rosa abre la caja de los recuerdos y viaja al viejo Puerto de Cabras, a la zona de La Cornisa. Allí tiene de vecinos a los Machín, los Pérez, los Rodríguez y otros tantos. Ella es una niña que cada día baja la escalinata hasta la playa para darse un baño. Va y viene nadando hasta el muelle. A la vuelta a casa, siempre se encuentra con alguna vecina dispuesta a ofrecerle algo para merendar. “Todos los vecinos éramos como una gran familia”, recuerda.

Desde la ventana de su casa, veía a los barcos con pescadores y si echaba la vista un poco más allá el trajín del muelle fondeando el Alcora y el Nivaria, los barcos que venían a cargar la piedra de cal. De noche, se dormía con el zumbido del mar.

Hubo un día en que La Cornisa empezó a vaciarse. Los vecinos echaron el candado y comenzaron a marcharse. A unos les llegó la muerte; otros decidieron mudarse a otras zonas de la capital tras vender sus casas. Desde hacía algún tiempo, varios empresarios de la Isla pululaban alrededor de La Cornisa. Habían olfateado el potencial urbanístico que encerraba la zona y no querían desaprovechar la oportunidad. Tocaban a la puerta y ofrecían cantidades que, tal vez, aquellos hombres y mujeres del mar jamás pensaron que podrían llegar a tener en las cuentas del banco. “En ese tiempo te tocaban a la puerta a cada rato ofreciendo dinero para comprar”, recuerda.

Rosa y sus padres decidieron quedarse. “A mi madre le llegaron a ofrecer mucho dinero, pero ella decía que de allí se iba para el cementerio de Zurita”. Y eso es lo que también tiene pensado hacer Rosa. “Me gusta la zona. Me crie aquí. En mi casa estoy cómoda”, insiste.

A principios de los años ochenta, La Cornisa se puso en boca de todos. Desde el Ayuntamiento se llegó a planear una balconada con la excusa de que Puerto del Rosario vivía de espaldas al mar y había que abrir la ciudad al océano. La idea parece ser que escondía el derribo de La Cornisa. La iniciativa se quedó en el cajón hasta que algunos empresarios comenzaron a comprar las casas. Ellos pensaban en echarlas al suelo y, en su lugar, levantar edificios.

Se planteó un PAMU (Programa de Actuación en el Medio Urbano) en la zona conocida como La Cornisa Norte, promovido por siete empresas (Covirape, Arbitramar, Alimentaria Antonio Soto, Inmomajo, Mapfre, Maxokade e Inmosur Gestión), otros tantos particulares y el Club Peña La Amistad.

Los promotores quieren “la demolición de todas las edificaciones”

Se empezó a tramitar en marzo de 2020 hasta archivarse en el pleno de este pasado mes de julio por incumplir lo previsto en el Plan General de Ordenación (PGO) de 2017 y lo contemplado en una sentencia que en el planeamiento se cometió un error en el cálculo del aprovechamiento urbanístico otorgado, que traducido en términos económicos equivale a 129.000 euros.

No obstante, la intención de los promotores es continuar adelante con la operación urbanística. Pretenden intervenir en una superficie de unos 7.000 metros cuadrados, entre la Avenida Marítima y las calles García Escámez y Fernández Castañeyra. “La propuesta del PAMU consiste en la demolición de todas las edificaciones existentes en el ámbito de actuación, con el objetivo de edificar un complejo inmobiliario de usos comerciales y residenciales”, se destaca en la memoria del proyecto.

En la parte más próxima al mar se plantean edificaciones de uso comercial con 32 locales y en la parte superior “cuatro edificios independientes”, también con locales comerciales, unos 30, y 72 viviendas.

En su momento, se hicieron reuniones informativas para explicar el proyecto a los vecinos. A Rosa solían invitarla a los encuentros, pero cuando vio las imágenes dejó de creer en la idea. “Cuando vi aquellos edificios, pensé si estábamos locos. Parecía Nueva York en vez de Puerto del Rosario”, dice. La mujer volvió a reafirmarse en que no vendería ni permutaría su casa.

“Siempre me decía que por qué tirar La Cornisa. Si veo que donde se paran los extranjeros a sacar fotos es aquí”, dice. Las presiones no tardaron en llegar. Querían que firmara para que se desarrollara el PAMU, pero ella se negó.

Poco a poco, se fue sembrando un discurso en contra de las viviendas de La Cornisa. Unos decían que no tenían valor histórico ni patrimonial. Incluso una concejala, hoy en la oposición, llegó a decir que eran casas viejas, un “nido de ratas”. “Aquello me dolió mucho. Nunca he visto por aquí ni ratas ni ratones”, dice Rosa aún molesta.

Carmen, a las puertas de su casa, vive en la zona desde los diez años.

Propuesta de BIC

El Ayuntamiento asegura que trabaja para incluir las viviendas en el Catálogo Municipal de Bienes Patrimoniales Culturales. En una entrevista con Diario de Fuerteventura, el director general de Patrimonio Cultural, Miguel Ángel Clavijo, aseguraba que las viviendas se iban a salvar y no descartaba su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC).

Rosa dormirá tranquila el día que las vea protegidas. “Todos los lugares tienen un casco histórico protegido. Puerto del Rosario no”, lamenta. Su derribo supondría “un disgusto grande”, asegura. “Toda mi vida está aquí dentro. Puede que para algunos no tenga historia, pero para mí tiene mucha. La mía y la de los que estuvieron antes en La Cornisa”.

Rosa: “Cuando vi el proyecto pensé si estábamos locos, parecía Nueva York”

Un par de casas más allá de la de Rosa vive Carmen Pérez, la otra vecina que queda en La Cornisa. Tenía unos diez años cuando su familia se mudó de Tesjuate a la capital. Su padre, Juan Antonio Pérez, era panadero en Puerto de Cabras. Un día se decidió a comprar una de las casas de La Cornisa. En ella nacieron algunos de sus hermanos.

Carmen desconoce cuántos años puede tener el inmueble, pero seguro que más de un siglo. Los techos de madera y los pisos de baldosa confirman que la vivienda es muy antigua. Al igual que su vecina Rosa, todos los recuerdos de la vieja Cornisa son agradables.

Con nostalgia recuerda que bajo las casas había dos playas: una de callaos, más próxima a su vivienda, y otra de arena. “Nos poníamos el bañador, bajábamos y nos pasábamos el día en la playa”, comenta.

Carmen también vivió con angustia la marcha paulatina de los vecinos. “Éramos todos como una familia”, dice. Ella no quiso vender. No le faltaron ofertas, pero decidió quedarse en la casa. “Para mí, vivir en La Cornisa supone todo. Creo que no me encontraría bien viviendo en otra zona”, asegura.

La amenaza de la piqueta sobre La Cornisa lleva muchos años. Carmen prefiere no imaginar que pueda llegar ese día. “Me tendrían que llevar por delante con la piqueta”, dice. “¿Por qué las van a derribar? Toda la vida han estado estas viviendas. Lo que deberían hacer es arreglarlas”, insiste. Y recuerda a quien quiera oírla que el resto de las Islas y lugares de los que ha oído hablar tienen casas antiguas protegidas. “¿Por qué estas no?”, vuelve a preguntarse.

Carmen: “¿Por qué las van a derribar? Me tendrían que llevar por delante”

Carmen pinta cada año la vivienda. Este año está a la espera de que llegue el pintor para volver a darle una mano nueva de pintura. Si tiene que arreglar o restaurar algo está dispuesta. Todo antes que demolerla.

En lo que los promotores denominan “Plan de Realojo y Retorno”, se valora la vivienda de Rosa en 99.462 euros y la de Carmen en 64.390 euros. Y lo que proponen es facilitarles de forma temporal sendas casas de “similares características” y, una vez derribada La Cornisa y construidos los nuevos edificios, ofrecerles a cada una, en las futuras manzanas, “una vivienda en régimen de arrendamiento”.

Rosa y Carmen solo quieren acabar sus días tranquilas en La Cornisa. Antes de irse, les gustaría ver las casas en pie y restauradas, con vida. Incluso, con nuevos vecinos.

Comentarios

La playa de las Cuevas. Lo de las Escuevas es el invento de algún iluminado (probablemente de fuera de la isla) que en vez de "Las Cuevas" le pareció escuchar "Lasescuevas" (por la ese aspirada canaria y demás particularidades del acento del lugar). Así tenemos Guisguey en vez de Guijey. Y bastantes más erratas que los antiguos majoreros de a pie no debieron pensar que se acabarían de asentar y alterar la toponimia de Fuerteventura.
Si las ponen a la venta a particulares, les pagarían bastante más que 99.462 euros y 64.390. Vamos, que por ese precio, yo compro las dos y ya me encargo de que no las echen abajo. Los promotores lo que son es unos caraduras y estafadores.
Vengo viniendo de veraneo a casa de mis abuelos en Puerto del Rosario desde que nací y no puedo entender cómo hay empresarios en esta isla que, en lugar de querer , de conservar y de mejorar esta ciudad y está isla,sólo buscan ganar dinero para ellos sin importarles lo mejor que tienen,Fuerteventura. Destruyen los pueblos, las playas y construyen sin sentido viviendas que igual pueden estar en Fuerteventura que en Madrid. Se pierde la esencia de la isla sin que a empresarios y políticos les importe.
Qué poca vergüenza tienen algunos buitres en la isla!
Mi respeto y admiración para estas dos valientes mujeres que luchan por preservar la historia. Mientras algunos sólo ven dinero, ellas ven memoria, identidad y patrimonio. Ojalá mas personas se unieran a su causa antes de que lo destruyan todo por intereses económicos. Destruir el pasado es negar el futuro.
No se necesita mucho esfuerzo y mucho menos trabajo, lo que se necesita es voluntad y llamar a las cosas por su nombre. Aquí como siempre impera la ley del dinero, el pelotazo, el cargarse lo poquito que tenemos que es parte de la historia del viejo Puerto Cabras. Los que ya nos hemos quedado calvos, los que peinamos canas y los que somos más viejos que la esquina de Blas como cariñosamente conocíamos a lo que es hoy el Hostal Roca Mar, pensamos como Rosa Delia Martín Morales, no nos sacan de nuestros recuerdos, de nuestras añoranzas, de nuestros ancestros, ni que nos ofrezcan todo el oro del mundo.

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