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Los antiguos pobladores de Fuerteventura resurgen de la tierra

Tras décadas sin saber dónde estaban los restos de los mahos, un puñado de excavaciones en enterramientos funerarios están aportando luz en torno a los lugares de sepultura y rituales de la muerte

Eloy Vera 2 COMENTARIOS 14/08/2021 - 09:00

En 1979 se encontró en Mérida la tumba de un legionario romano, perteneciente a la Legio VII Gemina. A cientos de kilómetros de la antigua ciudad romana, unas arqueólogas descubrían ese mismo año los restos de dos mahos en un tubo volcánico de Villaverde. Por fin, aparecían huesos de los antiguos pobladores de Fuerteventura después de décadas en las que los arqueólogos se preguntaban qué había sido de los esqueletos. En los últimos tiempos, nuevas excavaciones han ido rescatando de debajo de la tierra los huesos de los primeros pobladores de la Isla.

Hasta hace unos años, había que acudir a las fuentes etnohistóricas para reconstruir el ritual funerario de los mahos y ver dónde se les daba sepultura ante la falta de testimonios materiales sobre el terreno que arrojaran luz sobre el tema. Las fuentes etnohistóricas hablan de que los antiguos pobladores de Fuerteventura se enterraban en cuevas, mirlados y envueltos en pieles.

Sin embargo, es posible que las condiciones climatológicas hayan impedido que los envoltorios hayan llegado hasta nuestros días. También se pensó durante mucho tiempo que el clima y la erosión del terreno habían actuado como enemigos de la arqueología, impidiendo que los huesos resistieran al paso del tiempo.

En 1979, las arqueólogas Francisca Hernández y Dolores Sánchez debieron callar algunas voces tras el hallazgo en la cueva de Villaverde de los restos de dos individuos, un adulto y un menor, durante una campaña de excavación financiada por el Ministerio de Cultura. Luego, el tubo volcánico se cerró y no se volvió a abrir hasta hace tres años, cuando un equipo de arqueólogos se empecinó en visibilizar la cueva, uno de los yacimientos más importantes de Canarias, y continuar con los trabajos arqueológicos.

Pasaron los años y los huesos de los mahos siguieron bajo tierra hasta que en 2012 el perro de un cazador dio con un cráneo en el interior de una cueva en el barranco de los Canarios. Poco después, se inició una excavación en la zona, la primera que se hacía en décadas, en busca de restos óseos aborígenes.

Poco debieron imaginarse los arqueólogos que participaron en la excavación que los trabajos proporcionarían la primera información disponible sobre los ritos funerarios de los antiguos mahos. Tras la excavación y el envío de material a un laboratorio de Miami, en Estados Unidos, se pudo saber que, entre los años 1040 y 1260, el solapón fue utilizado como lugar de enterramiento de cuatro individuos, tres adultos y un niño de unos diez años de edad.

El equipo de la empresa que realizó los trabajos, Tibicena, calificó en aquel momento el hallazgo de “hito” para la arqueología majorera, ante la ausencia de excavaciones en yacimientos funerarios. Rosa López fue una de las arqueólogas que participó en los trabajos. Estos días excava la cueva de Villaverde en busca de nuevos datos que le permiten reconstruir el asentamiento que rodea la entrada al tubo volcánico.

La arqueóloga hace un parón en los trabajos para explicar cómo el enterramiento del barranco de los Canarios permitió, entre otras cosas, saber cómo los mahos trataban a sus muertos. “El solapón fue acondicionado con piedras sobre las que fueron depositando los restos de los cuatro individuos a lo largo de un periodo de 220 años”, explica.


Las arqueólogas Rosa López y María Castañeyra.

Muerte violenta

El siguiente hito llegó en 2014, cuando se pudo documentar el primer caso de muerte violenta entre los aborígenes de Fuerteventura, tras el hallazgo de un fémur y un cráneo por parte de un grupo de pescadores, en la zona de La Tonina, en La Oliva. El descubrimiento fue notificado a la Unidad de Patrimonio Cultural del Cabildo de Fuerteventura que, más tarde, encargó unos sondeos en la zona. La excavación realizada en una especie de abrigo, localizado en el acantilado de La Tonina, sacó a la luz un nicho funerario donde fue depositado el cuerpo tras su muerte.

Las pruebas de carbono 14 en uno de los premolares dataron los huesos entre los siglos XI y XIII. Los estudios bioantropológicos llevados a cabo por la especialista Verónica Alberto pudieron poner edad al individuo, entre 17 y 20 años e, incluso, alguna característica física: “muy alto y de complexión robusta”.

En aquel momento, el director de Tibicena, Marco Moreno, destacaba como principal novedad del hallazgo el haber podido documentar el primer episodio de muerte violenta entre los miembros de la sociedad preeuropea de Fuerteventura.

El cráneo presentaba fracturas en su base, compatibles con un golpe propinado desde atrás, con la persona agachada y, posiblemente, inmovilizada. Por las características de las fracturas, el chico fue golpeado con gran contundencia con un objeto romo. Y, llegados a este punto, cabe recordar la crónica del historiador Abreu Galindo: “La ejecución de justicia se hacía en la costa del mar, tendiendo al delincuente sobre una piedra o losa y con una piedra redonda el ejecutor de la justicia le daba en la cabeza haciéndosela pedazos...”.

Poco después, aparecieron unos huesos en una cueva de Huriamen, en Villaverde. El Cabildo de Fuerteventura encargó un estudio bioantropológico de los huesos. Las conclusiones señalaban que se trataba de restos óseos de tres individuos, dos hombres y una mujer.

En 2017, Yeray García y Alejandro Alonso decidieron asomarse a la cueva de Punta de los Caletones para ver qué secretos y tesoros guardaba la cueva. La respuesta no tardó en llegar. Los jóvenes se percataron de que desde la tierra sobresalía un hueso que, más tarde, resultó ser un peroné del siglo XVI y 13 huesillos más del pie izquierdo.

El pasado mes de julio, los arqueólogos de Arenisca dieron a conocer los resultados de los cinco sondeos realizados en la cueva por encargo del Cabildo majorero. Rosa López, al frente de los trabajos, explica que el objetivo principal de la excavación era conocer si los restos óseos que aparecieron en Punta de los Caletones “estaban descontextualizados o pertenecían a un enterramiento que pudiera conservarse in situ” y también aclarar si “se trataba de un único enterramiento o una cueva colectiva donde hubiera más cuerpos”.

Los sondeos pudieron confirmar que no era una cueva de enterramiento, ni colectiva ni individual, sino un enterramiento “puntual y atípico”. “Sabemos por la practica funeraria que no fue enterrado, sino que se dejó el cuerpo un tiempo a la intemperie. Nos encontramos con fauna cadavérica, que solo actúa cuando el cuerpo está al aire libre”, explica López, y “en un momento posterior, se enterró”.

En el periodo en el que habitó el individuo, siglo XVI, convivían en Fuerteventura europeos, moriscos y descendientes de aborígenes. La falta de pruebas de ADN no ha podido aclarar a qué etnia perteneció. Tampoco la forma de enterramiento ha ayudado a confirmar posibles hipótesis.

La arqueóloga plantea que, si fuera morisco, se hubiera enterrado de cubito lateral, ladeado y mirando a La Meca. De ser católico, continúa explicando, hubiera sido depositado en un lugar santo y, como descendiente de aborigen, hubiera tenido sepultura en el interior de la cueva y no en la boca y “posiblemente el cuerpo hubiera tenido alrededor restos de ajuar como, por ejemplo, piezas de cerámica”. Aun así, serán las pruebas de ADN, que esperan poder realizarse en el futuro, las que aclaren la etnia del individuo.

Los estudios antropológicos, realizados por Elena Sánchez y Samuel Cockerill, han permitido saber que fue un hombre que murió ya bastante longevo, con unos 50 o 60 años, que realizó grandes esfuerzos musculares durante su vida y que sufrió infecciones dentales repetidas que le produjeron fiebre, malestar e, incluso, la muerte.


Huesos de un individuo del siglo XVI.

Hasta los Caletones

Desde la cueva de Villaverde, en 1979, hasta Punta de los Caletones, en 2021, se han excavado cinco enterramientos funerarios en Fuerteventura. Una cantidad mínima que impide a los especialistas crear tesis. Aun así, los primeros datos ya permiten establecer algunas hipótesis.

“Gracias a los trabajos arqueológicos en Villaverde, barranco de los Canarios y Huriamen tenemos la certeza de que entre los siglos XI y XIII, la última etapa aborigen y fecha en la que hemos datado los huesos de estos tres yacimientos, se enterraban en cuevas”, apunta la especialista en arqueología. “También, vemos cómo las cuevas tenían “un sentido de colectividad, ya que nos estamos encontrando con cuevas de enterramiento colectivo, donde están representadas distintas partes de la sociedad: adultos, tanto hombres como mujeres, y niños”, dice.

Durante todo el periodo aborigen, las cuevas han sido el lugar primordial de enterramiento para los aborígenes canarios, aunque también se enterraban en túmulos y cistas. “Con los pocos datos que tenemos, nos aventuramos a decir que en Fuerteventura se enterraban en cuevas, pero no descartamos otras fórmulas como túmulos o cistas. Tampoco sabemos en qué período de toda la etapa aborigen, que comprendió 1.500 años, pudo realizarse”.

La literatura arqueológica recoge citas del historiador Jiménez Sánchez, que habla de la exhumación de los restos de una tumba aborigen en El Matorral. También existen referencias acerca de la presencia de enterramientos tumulares, cuevas sepulcrales y del llamado Cementerio de los Niños, en la zona de Montaña del Cardón, donde la leyenda sitúa el enterramiento de Mahan, uno de los personajes míticos de la prehistoria majorera. Además, se han encontrado restos óseos en cimas de montañas como La Muda, próxima al topónimo Iglesia de los Majos.

Asignatura pendiente

La arqueología funeraria ha sido la gran asignatura pendiente en los estudios arqueológicos de Fuerteventura. Durante décadas, los arqueólogos han escuchado cómo los restos de los primeros pobladores de la Isla eran arrojados al mar o devorados por guirres. También sabían, a través de fuentes orales, del hallazgo de huesos humanos mientras araban o en cuevas en lo alto de la montaña.

Por otro lado, las fuentes escritas dan cuenta de visitas esporádicas de exploradores europeos como Berthelot o el antropólogo francés René Verneau, quien vino al Archipiélago a finales del siglo XIX a estudiar los restos de los antiguos canarios y, a su regreso, se llevó una muestra de varias islas, entre ellos de Fuerteventura, que, más tarde, fueron almacenados en el Museo del Hombre de París.

Rosa López explica cómo, durante todos estos años, “han aparecido restos de personas mientras alguien araba, en obras, barrancos... Lo que toca ahora es saber si esos huesos son aborígenes. Además, hay mucha documentación escrita que hace alusión a hallazgos y restos en los museos”.

Arenisca, con financiación de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, puso en marcha el pasado año el proyecto Los contextos funerarios de Fuerteventura, una iniciativa que intenta avanzar en el rompecabezas que existe en torno a la muerte en el mundo aborigen de la Isla.

El equipo recorrió durante meses varios yacimientos en los que había referencias orales o escritas sobre posibles enterramientos funerarios. Después de todo el pateo, pudieron localizar 35 huesos. Ahora falta hacer pruebas de carbono 14 y sondeos en los yacimientos con más potencial arqueológico.

López reconoce que se ha empezado a avanzar en el campo de la arqueología funeraria en la Isla, aunque aboga por un gran proyecto, con un equipo multidisciplinar al frente, que permita definir los lugares que los mahos eligieron para enterrar a sus difuntos. El análisis de los huesos permitiría conocer la dieta de los antiguos pobladores, enfermedades, causas de la muerte o, incluso, “las marcas de actividad y estrés que aparecen en los restos óseos nos permitirían saber qué tipo de actividades llevaron a cabo los mahos en el territorio”, concluye la arqueóloga.

Comentarios

Y a ese el de la foto que le pasa ahora con el hueso.
Otro nido para enchufar a los amiguetes del "Cabirdo"

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