DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXVIII)

Humor

Saúl García 0 COMENTARIOS 22/04/2020 - 20:39

Ha muerto Marcos Mundstock, el serio de Les Luthiers, el narrador, el de la voz profunda. Los descubrí en la adolescencia por una cinta de VHS que acabó gastada de tanto revisar las aventuras de Maestropiero, de Yogurtu Mghe o de Warren Sánchez. Yo sabía que se podía hacer humor desde la seriedad, pero eso era un paso más. Ya había visto la organización de los payasos de la tele, con Gaby ejerciendo como el payaso carablanca, el papel que le correspondería a Mundstock, y también me gustaba mucho Eugenio, que dejaba la risa para los demás.

Sin embargo, lo de los argentinos era otra cosa. No contaban chistes y no eran payasos. De hecho, eran unos señores que ya eran mayores hace 35 años, que vestían impecablemente, que tocaban todo tipo de instrumentos musicales y que parecían muy cultos. Tenían todos los elementos para no hacer gracia. No soy un teórico del humor pero es una de mis grandes aficiones, y Les Luthiers, por su forma de retorcer el lenguaje, una de mis referencias, solo un peldaño por debajo de Gila.

El caso es que ya solo queda uno de los fundadores. Daniel Rabinovich, el gracioso, murió en 2015, unos meses después de que actuaran en Lanzarote, aunque él no vino. Ambos estuvieron actuando casi hasta el final porque como el humor es una forma de vida, es difícil dejarlo mientras no te deje él a ti. Eso sí, ya no llegarán hasta el nivel de Tommy Cooper, un humorista británico que murió en directo en un show televisivo. Le dio un infarto y la gente se partía porque pensaba que era parte del show. Son los riesgos del humor, que juega con la ambigüedad.

Lo de morir con las botas puestas parece heroico. Se suele ensalzar. Por supuesto, en militares o fuerzas de seguridad o en otras profesiones de riesgo. La del humor también es, últimamente, una profesión de riesgo, aunque no creo que haya muchos que aspiren a imitar a Cooper. Cuentan que Picasso le preguntó a su amigo el torero Luis Miguel Dominguín si no le gustaría morir en la plaza, toreando. No sé si la anécdota es cierta, pero debería serlo. Dominguín le contestó con una pregunta: ¿A usted le gustaría morir pintando? “Por supuesto”, dijo, Picasso. “Pues a mí también”, dijo el torero.

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