PERFIL

En la fragua de Marciano Acuña

Tiene casi 90 años y aún conserva la misma fragua con la que ha trabajado toda una vida fabricando, entre otras cosas, aperos de labranza

Fotos: Manolo de la Hoz.
Saúl García 0 COMENTARIOS 25/06/2018 - 07:51

La fragua es la misma, desde finales de los años cuarenta, hecha con el material de un bidón. El taller también es el mismo y el herrero, pues también, pero más mayor. El pueblo también ha cambiado, y el oficio no es el mismo, pero Marciano Acuña Brito (Haría, 1929) todavía es capaz de pegar unos buenos martillazos sobre el yunque. El ruido también es el que era. “Me ha fastidiado el oído”, dice, “y por la fragua estoy fatal de los bronquios”, añade. Pero no lo parece. Las próximas velas que sople Marciano serán noventa y habla sin parar, acaba de renovar el carné de conducir para llevar su Hillmann que tiene aparcado en la puerta y que no vende a pesar de las ofertas, y todavía va al campo y hace su propio vino.

Fue a la escuela hasta los 14 años. No había servicio de transporte hasta Arrecife y tuvo que dejar de estudiar. Ya le atraían los coches porque su padre era conductor de camión, de un Ford 4 que transportaba arena para el campo. Su madre lo mandó a trabajar al taller que Fermín Santana, Maestro Fermín, tenía en Máguez. No cobraba pero aprendía, y unos años más tarde, cuando volvió del servicio militar en Cabo Juby, montó su propio taller. No había muchos coches. En Haría sólo tenían coche propio Anastasio y Salvador Romero, y después llegaron algunos Ford 4, Ford 8, Chevrolet o Bedford.

Como no había muchos coches había que diversificar. Con la fragua empezó a fabricar aperos de labranza. Por el primer plantón que vendió cobró dos o tres pesetas. Sus herramientas tenían éxito porque duraban. “Yo nunca he engañado a nadie”, asegura. Hacía los plantones con las ballestas de los coches, y hasta que no llegó la radial, e hizo el trabajo más fácil, no los cortaba. Los templaba y se los llevaban para toda la Isla, para plantar cebollas, porque no se cambaban.

También hacía escardillas “y hasta me las traían a arreglar, gastadas por un lado… pero eso cuando las miserias”, dice. Y también hacía azadas, tanganillas, rejas para arados y rozones para barcos pequeños. Y una cocina de petróleo, con su nombre inscrito y el de su mujer, y el de la propia cocina, que se llamó, se llama aún, la Invencible.

No es extraño que también tenga el nervio de la mano “escachado” de tanto golpe. Dice que pasaba más horas en la fragua dándole a la manivela para mantenerla encendida que haciendo los aperos, porque no había corriente eléctrica. La encendía con carbón y era más fácil conseguirlo entonces, porque antes venía para las caleras, y hoy sólo lo hay en una ferretería de Arrecife.

Pero con la fragua y la mecánica no alcanzaba, así que también se hizo fontanero. Empezó gracias a las carencias. En Haría las casas no tenían baño y él fabricaba unas duchas artesanales con una lata, que se compraba en la ferretería o se reciclaba del aceite, y un tubo. Con agua fría, agua caliente y unos agujeros, la ducha estaba lista.

Después se recicló en fontanero de verdad. Al dueño de la primera casa, en Haría, donde instaló un baño, le advirtió que no tenía ni idea, pero el albañil le dio unas indicaciones y la cosa salió bien. “Después ya se lo hice a todo el pueblo”, primero con tuberías de hierro, que daban mucho trabajo, y después ya de plástico “con los codos galvanizados”. En los primeros años no hacía falta ni comprobar la presión porque tampoco había agua corriente.

Y así pasó la vida. “Yo no he ido a ningún sitio”. “¿Vacaciones?” A la casa a la playa, a Punta Mujeres, pero a veces le llamaban y tenía que ir al taller para no perder los clientes. En los días libres iba al campo, y sigue yendo. Dejó la mecánica cuando cambiaron los coches y el resto lo ha dejado y no lo ha dejado. “Me jubilé y no me jubilé”, dice Marciano, que se llama igual que el alcalde de Haría, pero no es por casualidad, sino porque es su padre.

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