ECONOMÍA

El virus deja el verano sin ‘perritos piloto’ y sin trabajo a los feriantes de la Isla

El gremio calcula pérdidas elevadas y lamenta la falta de ayudas para hacer frente a la prohibición de celebrar fiestas populares. Muchos se han dado de baja como autónomos y se resignan a “reinventarse”

Un puesto de feriantes, aparcado en un solar de Puerto del Rosario. Fotos: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 14/08/2020 - 08:17

El coronavirus se llevó por delante los algodones de azúcar, las posibilidades de ganar un perrito piloto en la tómbola o la de soñar con estar en la Fórmula 1 todo el tiempo que durara la ficha de los cochitos de choque.

La pandemia pilló al gremio de feriantes en plena temporada alta. La nueva normalidad tampoco les dará mucho respiro, ante la prohibición de celebrar festejos populares. Unos intentan reinventarse, apostando por proyectos de parques de ocio con todas las garantías sanitarias que exigen los protocolos; otros han decidido aparcar el carromato a la espera de tiempos mejores.

Primero, fue la intensa calima la que obligó a cancelar la mitad de los actos del Carnaval de Puerto del Rosario y, luego, la COVID-19, la que los ha dejado sin trabajo durante todo el calendario de fiestas populares. Los feriantes de Fuerteventura recordarán 2020 hasta que la vejez los condene a la pérdida de la memoria.

Son autónomos o pequeñas empresas familiares, acostumbrados a trabajar unos meses de fiesta en fiesta y a ahorrar para vivir el resto del año. Durante el confinamiento, algunos tuvieron que recurrir a los bancos en busca de créditos; muchos tuvieron que darse de baja como autónomos para evitar seguir sumando recibos; otros han podido seguir adelante gracias a que compaginan el negocio de la feria con otros trabajos.

Paqui Mora presume de haber nacido hace 53 años detrás de una tómbola, al lado del Castillo de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria. Forma parte de una de las estirpes de feriantes más antiguas de Fuerteventura. Su padre era Antonio Mora, conocido por El Ronco. Un tombolero que vivió toda la vida con la caravana a cuestas entre Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, hasta que murió en 1990.

Gracias a El Ronco, muchos jóvenes de Fuerteventura pudieron subirse en una noria o un tiovivo por primera vez. Las generaciones más jóvenes, incluso, en un dragón que no paraba de dar vueltas con el sonido de fondo de la tómbola que rifaba las famosas muñecas chochonas. Su familia ha continuado con el negocio de las golosinas y con los ventorrillos.


Paqui Mora en su hamburguesería en Puerto del Rosario.

El chiringuito El Majorero tiene el sello de los Mora. “Mi marido y yo trabajábamos con mi padre en el puesto de golosinas hasta que él murió, Después seguí yo con lo mismo”, cuenta Paqui. Gracias a la venta de chuches en las fiestas, esta mujer ha conseguido sacar adelante a sus tres hijos. “A pesar de ser un trabajo solo de fines de semana, me he ido haciendo una clientela, una reputación, y me ha ido bien. Me da para comer y vivir, no para lujos”, asegura.

Sin embargo, la pandemia dejó a Paqui sin niños a los que vender sus golosinas. La pilló en pleno Carnaval de Corralejo. Tuvo que recoger los bártulos y, desde entonces, no ha podido volver a la venta. De no ser por el coronavirus, este verano hubiera estado en Lajares, Corralejo, El Roque, Tindaya, El Cotillo y otros tantos puntos de la geografía majorera hasta terminar la temporada en octubre con las fiestas de El Rosario, en la capital. “Trabajamos seis meses y guardábamos para los otros seis meses”, explica.

La feriante asegura que, debido a la pandemia: “Han caído todos los ingresos y aún queda pasar la mala época que empieza en octubre”. Su marido se ha tenido que dar de baja de autónomo. Ella tiene las esperanzas puestas en la hamburguesería que regenta en el barrio de El Charco.

“Con esta enfermedad hay que tener mucho cuidado porque puede morir mucha gente, pero también hay quienes no tienen para comer. Si montas la feria y se contagian, es peligroso y si no montas, no comes”, explica.

También sabe que, aunque se pudieran montar los puestos de la feria, no sería muy rentable “porque mucha gente tiene miedo. El año que viene toca aguantar. No hay otra solución, sino intentar que el virus se vaya y empezar de cero”. A pesar de todo, tiene claro que no dejará las fiestas. Paqui, al igual que hizo su padre, quiere morir con las botas de feriante puestas. Ginés Hernández es de Lanzarote, pero lleva años afincado en Fuerteventura. Pertenece a una familia de feriantes con una tradición que suma cuatro décadas.

Él tiene 37 años y, cuando nació, sus padres ya tenían ventorrillo. Luego el negocio familiar ha ido prosperando e incorporando atracciones de feria, como los toros locos, la olla o las camas elásticas y remolques de venta de crepes y hamburguesas que va moviendo entre las islas de Lanzarote y Fuerteventura.

La COVID-19 les impidió empezar la temporada de fiestas. “Con la calima, el Carnaval de Puerto del Rosario solo pudo hacerse dos días y no hemos podido trabajar más en todo el año. Vivimos de los ahorros y de una ayuda del Gobierno autónomo de 600 euros. Con eso hay que pagar las inversiones que has hecho, comer la familia y mantener una casa. Y no da”, cuenta.

Sus padres, su hermana, su mujer y él viven de las atracciones de feria. Ginés asegura que las pérdidas son incalculables. “Tal día como hoy, a principios de agosto, tendría un negocio montado en la carpa de windsurfing de Costa Calma, otro en la fiesta de Arrieta y otro más en la del Carmen, en Puerto del Carmen, estas dos últimas en Lanzarote, fiestas punteras que son prácticamente el grueso de nuestros ingresos, pero todo eso se ha perdido. Después de la anterior crisis económica, el ocio iba en aumento, pero ahora esto nos ha hundido”, lamenta.

Parque de Ocio

A la desesperada y con el objetivo de demostrar que el ocio es compatible con la seguridad, Ginés se puso a trabajar, junto a otros compañeros, en la idea de crear un parque de ocio en la capital. Desde el pasado 31 de julio, la zona del recinto ferial de Puerto del Rosario cuenta con un espacio de atracciones para hacer más llevadero un verano sin fiestas. La idea es alargar la iniciativa hasta finales de septiembre.

El feriante insiste en que “el parque no está hecho con fines recaudatorios, sino con el fin de demostrar a las administraciones públicas que se pueden hacer este tipo de parques y que cumplimos con todas las medidas de seguridad”.

Ginés Hernández: “Como nosotros, las administraciones tendrán que adaptarse, porque hay empresas de sonido, productoras... que quieren trabajar”

Asegura que las instalaciones cuentan con el protocolo “más estricto que hay”. Uso obligatorio de mascarilla, gel hidroalcohólico, rutas en una sola dirección para evitar que los grupos se tropiecen unos con otros, aforos reducidos en cada atracción y medidas de desinfección en la atracción cada vez que un niño se sube.

El Parque de Ocio cuenta con 11 negocios y sólo se permite la entrada a 100 personas. “Hoy en día no es rentable, pero no por los aforos en sí, sino porque este parque está puesto por nosotros: seguridad, baños químicos, seguros, animación los fines de semana... El Ayuntamiento nos ha prestado el suelo”, cuenta.

Ginés plantea el parque como una especie de experimento para que “las instituciones vean que se pueden hacer cosas”. Agradece la predisposición del Ayuntamiento de Puerto del Rosario y lamenta que otras administraciones hagan oídos sordos a este tipo de propuestas. Asegura que el colectivo de feriantes, la mayoría autónomos: “Nos sentimos abandonados por el Gobierno. Fuimos los primeros en parar las actividades porque se suspendieron las aglomeraciones y ahora en la desescalada somos los últimos en poder empezar la actividad”.

También echa en falta las ayudas Ismael Aisa. Lleva siete años viviendo en Fuerteventura y unos 20 haciendo ferias. Pertenece a la tercera generación de feriantes. En la actualidad, tiene una caseta de tiro de peluches, un puesto de venta de palomitas y otro de globos de helio.

Este año solo pudo trabajar tres días. Los del segundo fin de semana del Carnaval de Puerto del Rosario, los que la calima permitió un respiro. La situación meteorológica ya pronosticaba que no sería un año fácil. “Solo he trabajado esos tres días en todo el año y lo que facturé dio para comer una semana”, comenta.

La pandemia le obligó a tirar de un crédito y de la ayuda familiar para poder seguir comiendo él, su mujer y sus dos hijos, de 12 y 17 años. Asegura que el confinamiento ha sido “la ruina completa. No había para mantener a la familia, pagar el alquiler y vivir”.

Dos días antes de decretarse el estado de alarma, se dio de baja de autónomo por miedo a no poder hacer frente al pago del recibo. Sin embargo, ha tenido que seguir pagando teléfono, agua, luz..., aunque en su caseta de tiro lleve meses que no se oye un disparo. Ismael tiene también las esperanzas puestas en la iniciativa del Parque de Ocio de la capital.

Antes de llegar al recinto ferial, tuvo que poner a prueba, de nuevo, las casetas. Calcula que, en cada una de ellas, se ha gastado unos 1.000 euros. “Sabemos que lo del parque no va a ser el dinero que ganamos en ferias, pero por lo menos que nos dé para vivir”, espera. Sabe que las fiestas están perdidas hasta que los laboratorios den con una vacuna y esta permita volver a la vieja normalidad, porque la nueva normalidad no sirve a los feriantes. “Ahora, no se pueden hacer fiestas, ni verbenas ni actos multitudinarios. Sí actos sentados, pero eso no es una feria”.

“El Ayuntamiento de Puerto del Rosario y, en concreto, su concejal de Festejos apostó por nosotros, pero hay municipios que siguen estando negados, no abren ni una pequeña ventana”, lamenta Ismael. Su compañero Ginés Hernández cree que no queda otra que reinventarse. “Tenemos que adaptarnos a las medidas y, como nosotros, tendrán que hacerlo las administraciones públicas porque también hay empresas de sonido, productoras... que quieren trabajar”, sentencia.

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