CULTURA

Aga, el compositor de Villaverde

El músico ha ganado el tercer Concurso Internacional de Composición Musical Ateneo de La Laguna con ‘Vientos’, una obra escrita para timple y clarinete

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 17/10/2021 - 09:01

Aga Umpiérrez Flores comenzó a remar contracorriente el mismo día que decidió estudiar guitarra clásica. Siguió remando en contra cuando en el Conservatorio optó por estudiar composición. Era mediados de los años noventa y lo ‘normal’ era estudiar una carrera de las que tenían ‘salida laboral’. Hoy suma más de una decena de estrenos. Hace unas semanas, resultó ganador del tercer Concurso Internacional de Composición Musical Ateneo de La Laguna con su obra Vientos.

El músico nació en 1981, en Toronto, Canadá, lugar al que había ido a parar su padre, un majorero hijo de la emigración canaria, en 1974. Allí conoció a una mujer guatemalteca con la que decidió formar una familia. Años después, decidieron regresar a Villaverde. En ese momento, Aga tenía cuatro años.

Con siete empezó a coquetear con la música. Los coqueteos fueron con el timple, de la mano del músico Esteban Ramírez, en el teleclub de La Oliva. Sentado en una cafetería de Puerto del Rosario, un domingo de mediados de septiembre, Aga valora aquella enseñanza de manos del maestro Ramírez: “Se iba aprendiendo sin esforzarte. Esteban se adaptaba al ritmo de aprendizaje de cada uno y eso lo valoro bastante”. Aún recuerda el primer día que se atrevió a cantar con Esteban, “ese día me eché a llorar”. También los viajes a Corralejo para tocar para los turistas que llegaban en busca de sol y se alojaban en el hotel Tres Islas.

El músico y compositor aún saborea el éxito de haber sido premiado por el Ateneo lagunero con una obra escrita para timple y clarinete, motivo suficiente para repasar la trayectoria musical del joven que dio un paso más allá en el mundo de la música el día en el que aparecieron en el restaurante de su padre, El Rancho de Villaverde, dos guitarras para quien quisiera tocarlas. Y el que quiso fue Aga.

A través de unos chicos del pueblo, supo que en la capital se impartían clases de guitarra de la mano de Kike Díaz, uno de los majoreros que, junto a El Colorao y Carlos Cabrera, habían tenido la suerte de tener como profesor a Blas Sánchez. “Me hablaban maravillas de Kike, me animé y empecé a ir a clase un mes a Puerto. Kike me enganchó y comencé mi pasión por la guitarra”, cuenta. Más tarde, le animó a acudir a clases con Carlos Oramas, un guitarrista muy conocido a nivel nacional que a la vez era profesor del Conservatorio de Las Palmas de Gran Canaria. “Él fue quien me animó a dar el paso con 17 años”, explica.

Su paso por el Conservatorio lo recuerda con emoción, un sentimiento que a veces se entremezclaba con otros menos agradables. En ocasiones, llegó a sentirse como “un extraterrestre”, especialmente cuando regresaba a su tierra, Fuerteventura, y tenía que explicar una y otra vez que había decidido dedicar su futuro profesional a la música. Al final, “era una sensación de remar contracorriente”.

Cuando venía de vacaciones a la Isla, tenía que escuchar las misma preguntas y la misma retahíla de conversaciones. Desde aquellas que confundían el Conservatorio con el Auditorio Alfredo Krauss hasta las que le preguntaban qué más estudiaba además de música, “porque de eso no se vive”, solían decirle.

“Hace falta un circuito que fomente la exposición de los músicos de la Isla”

Años después, lamenta que aún se reste importancia al estudio de la música cuando en otros contextos como Alemania “estudiar música es casi como estudiar una carrera de astronauta”. “En mi caso, incluso empecé la carrera de historia para aliviar la culpa de estudiar música”, recuerda.

Durante los estudios de guitarra clásica, comenzó a recibir clases de armonía, que es el primer esbozo de la composición. “Aquello me gustó mucho y me empecé a interesar”, recuerda. Su profesor Daniel Roca le comentó a Carlos Oramas, su tutor y padre musical, que Aga era un crack y que debía estudiar composición. Carlos no tardó en plantearle la idea. Los ahorros que tenía guardados para comprar una guitarra fueron a parar, poco después, a un ordenador con el que poder componer. Tenía entonces 22 años.

La Filarmónica

En 2015 Aga vio cómo la Orquesta Filarmónica estrenaba en el Auditorio Alfredo Krauss una de sus composiciones, Viento de arena esculpido por el viaje, un trabajo con ecos de Fuerteventura en el que intenta reflejar el proceso migratorio que vivieron muchos majoreros. La composición estaba dedicada también a su padre, aquel joven que un día emigró a Toronto. “Estaba contento por el estreno, pero no cobré nada. Al final, todo aquello me costó dinero a mí”, lamenta.

En todos estos años, ha conseguido estrenar once composiciones. “Me siento privilegiado si me comparo con otros compañeros, pero, si pienso todo el trabajo que lleva componer, veo que hay una ambivalencia. Por un lado, me siento un privilegiado, pero, por otro, veo que la remuneración es poca. Al final, el reconocimiento es bastante efímero con respecto al trabajo realizado”, explica.

“La música, en buena dosis, es muy nutritiva, pero puede ser destructiva”

Hace unos meses, supo de una convocatoria del Ateneo de La Laguna, en la que pedían una composición con timple y clarinete con una duración mínima de seis minutos y máxima de once. Aga siente pasión por el timple y conoce el clarinete por sus estudios en composición musical, así que se planteó el concurso como un reto.

El compositor explica que, desde el primer momento, se enfrentó al reto con la intención de ver cómo “se pueden empastar instrumentos diversos y que apenas se han combinado. El timple tiene un sonido muy agudo, pero dura poco. En cambio, el clarinete puede tener sonidos bastante largos de duración y un registro muy amplio en contraposición con el timple”.

Tras probar ideas con el timple, Aga empezó a sacar unos esbozos “hasta que me sugirió el tema de buscar los estados que genera el viento en Fuerteventura. Es algo invisible con lo que convivimos a diario; provoca estados diferentes, debido a la calima, la brisa, el viento constante o la calma”. La composición es, en palabras de su autor, “un desarrollo orgánico, un viaje de estados emocionales, nuevas conexiones y sonoridades con el timple y el clarinete”.

En la composición confluyen varias influencias. Intenta llevar a cabo un desarrollo orgánico, propio de compositores impresionistas como Claude Debussy; utiliza ciertas escalas y campos armónicos que recuerdan a la música árabe y también la huella de compositores como Mozart y sus conciertos de clarinete. Aún no hay fecha para el estreno. Será cuando el Covid lo permita. Sí está claro quiénes serán los músicos: Pedro Izquierdo al timple y Javier Llopis con el clarinete.

A Aga le gustaría estrenar alguna de sus piezas en el Palacio de Congresos

Aunque ahora saborea las mieles del éxito, Aga sabe que el triunfo es efímero. Sufre las penalidades de cualquier compositor a las que se suma la doble periferia del territorio majorero, alejado de los grandes cenáculos culturales. “En Las Palmas de Gran Canaria, al estar rodeado de músicos, te sientes más motivado”, dice.

En el caso de Fuerteventura, el compositor echa en falta el apoyo a cualquier evento de música con sello majorero. Incluso, en el folclore. “Hace unos años, se hacía un baile de taifas y se traía a los grupos de fuera. No se fomenta que se desarrollen los de aquí. Parece que el mérito está en ver qué grupo de fuera viene y no en apoyar al que está aquí”, lamenta. A su juicio, parte del dinero que se emplea en pagar billetes y dietas se podría emplear en “fomentar la educación para esos grupos y en apoyarlos para que se puedan desarrollar”. Y concluye el alegato echando en falta “conexiones entre la educación musical y un circuito que fomente la exposición de los estudiantes y músicos de la Isla”.

“Hay condiciones de sobra en esta Isla, pero falta un contexto que favorezca ese talento y la valoración social. Hay que pasar de decir ‘estudias música y qué más’ a ‘estudias música qué bueno’. Es un mito eso de que no se puede vivir de ella”, asegura.

El músico terapeuta

Mientras realizaba los estudios musicales, Aga cayó enfermo con depresión. Por su cabeza pasó la idea de aparcar los estudios en el Conservatorio y buscar otras vías de futuro. Llegó, incluso, a pensar en estudiar psicología, con la idea de tener un título colgado en una pared de casa que dejara contentos a aquellos que no veían que un joven pudiera dedicarse profesionalmente a la música y la composición.

“Llegué a la psicología como paciente y cliente, pero aquello me fue gustando. Al final, la psicóloga que me trataba me animó a estudiar terapia Gestalt, terapia familiar y sistémica”, cuenta. Hoy sus ingresos proceden un 70 por ciento de las terapias que imparte a un público variado, algunos de ellos músicos.

El compositor se inició en el timple de la mano del maestro Esteban Ramírez

“Gracias a la terapia pude terminar la carrera de composición. Me ha dado fortaleza mental para ponerme a componer. La vida del músico la necesita, al igual que un deportista de alto nivel. Ahora mismo, no se puede entender a un Rafa Nadal sin su equipo de psicólogos. Los músicos necesitan también herramientas psicológicas”, sostiene.

“La música puede ser una terapia o una destrucción”, insiste Aga. Y pone como ejemplo el martillo, “una buena herramienta para clavar tachas, pero con la que puedes majarte un dedo. La música es una herramienta muy poderosa. En el confinamiento pudimos ver cómo nos sostuvo en muchos aspectos. En su buena dosis es muy nutritiva, pero también puede ser destructiva. El estudio de la música es bastante exigente y te puede llevar a frustraciones y comparaciones. Yo mismo sufrí sus exigencias y esa charla interna que nos vamos diciendo mientras estamos estudiando. El músico tiene mucha presión y sostenerla no es fácil”.

Hace unas semanas, Aga recibió el premio del Ateneo de La Laguna. En todo este tiempo, no ha habido una llamada desde las instituciones de la Isla felicitando al que podría ser el primer majorero en terminar unos estudios de composición musical y recibir un premio internacional en esta categoría. “A nivel personal, algunos políticos que conozco me han felicitado, pero no ha habido llamadas institucionales”, asegura. “Echo en falta un mayor reconocimiento. No solo para mí, sino para la cultura en Fuerteventura, que se pueda reconocer a personas que aportan un valor diferencial”, manifiesta.

Tras ver representadas sus composiciones en teatros como el Arriaga, en Bilbao, o el Alfredo Krauss sueña con que llegue el día en el que se pueda sentar en una butaca de la Sala Sinfónica del Palacio de Congresos de Fuerteventura para escuchar los acordes que llegan desde el escenario de una composición firmada por Aga Umpiérrez, el músico de Villaverde, hijo de un majorero y una guatemalteca.