Los tres viajes de Malick hasta llegar a Europa
Tras varios intentos fallidos, el joven senegalés llegó cuando aún era menor de edad a la Isla en la que ahora trabaja en un hotel
La primera vez que lo intentó no lo logró. La segunda vez también fracasó. A la tercera lo consiguió. Tras 15 horas en una zodiac, a la que no dejaba de entrar agua, Malick, de 17 años, llegó junto a 47 personas más a Fuerteventura en 2022. Se hacía realidad el sueño que rondaba en su cabeza después de que con nueve años viera a un tío suyo regresar a Senegal desde Europa con regalos y juguetes para sus hijos. “Veía que él estaba bien y que podía ayudar a su familia”, recuerda el joven. Y lo quiso imitar.
En Kaolack, Senegal, la gente se despierta muy temprano y se mete a pescar en el agua. Malick empezó, aún menor, en un barco. Faenaba seis días a la semana, unas 15 horas diarias. “Era un trabajo durísimo”, asegura, pero no le quedaba otra si quería contribuir con la economía familiar. El jornal de taxista de su padre no daba para alimentar las bocas de sus cinco hijos.
Malick llevaba una vida feliz hasta que empezaron a rondar pensamientos en su mente: “Responsabilidad, quiero trabajar para ayudar a la familia, soy el hijo mayor y tengo que trabajar y traer dinero a casa...” y con esa letanía se subió en 2017 a un cayuco.
“Estuvimos cuatro días en el mar, pero cuando estábamos en altamar el motor empezó a dar problemas”, cuenta. Tras varios días a la deriva algunos tripulantes fallecieron. “Cada día, teníamos uno o dos muertos”, recuerda. A bordo viajaban varias mujeres y menores de edad. Al final, los avistó un barco y los devolvió a Senegal.
Malick regresó a Kaolack y volvió a los libros. Empezó a estudiar en la escuela coránica para ser profesor del Corán, pero “la vida era cada vez más complicada”, asegura. Era difícil llenar la despensa del hogar familiar. Cuando llovía fuera, también lo hacía dentro de su casa. “Ahí fue cuando dije voy a dejar de estudiar y empezar a trabajar para ayudar a la familia. Yo soy el hijo mayor. Mi madre trabajaba en el mar, pero estaba mayor y no podía hacer más esfuerzos y mi padre tampoco tenía mucho dinero”, se justifica.
Siguió trabajando como pescador y, a veces, como albañil en la construcción. “Se pagaba muy poco en la obra. Era un trabajo de fuerza. En el mar se saca más dinero”, explica, aunque, a veces, entraban al agua y salían sin pescado.
En 2019 decidió volver al cayuco y buscar un futuro diferente en Europa. Su padre intentó borrarle los planes de la cabeza. Le decía que el viaje en patera era muy peligroso, pero Malick no le quiso escuchar. “Un chico joven quiere tener una vida mejor; tiene que asumir responsabilidades. Tengo muchos amigos en Europa, que trabajan y tienen una vida mejor que la que tenían antes y ayudan a sus familias”, insiste. “¿Por qué Malick no puede ir?”, se preguntaba.
A escondidas de su padre, se subió al cayuco. Esta vez viajaban 158 personas. En el camino el aire empezó a soplar fuerte. La embarcación no paraba de moverse al ritmo del viento. El patrón decidió regresar a la costa.
Volvió a su casa. En ese momento, recuerda, su padre no le dejaba salir porque “sabía que yo iba a intentar el viaje de nuevo”. “Quería que esperara a que vendiera su taxi para buscar un billete y venir por un camino legal, pero aunque vendiera su coche el dinero no iba a ser suficiente”.
Guinea Bissau
Una madrugada, a eso de las cinco de la mañana, Malick habla con su primo. Los dos quieren ir a Europa a toda costa. Acuerdan que esta vez el viaje será desde Marruecos. Empiezan a planificarlo.
Lo primero es buscar un trabajo para poder ahorrar algo de dinero para el camino. Se va a Guinea Bissau. En su casa se despide diciendo que se va a trabajar al país vecino. Les oculta que Guinea Bissau es sólo un trampolín para poder coger una patera en Marruecos y llegar a Canarias.
Tras ocho meses trabajando como pescador en Guinea Bissau, compró el billete para irse a Marruecos. Un mes y medio más tarde, a eso de las ocho de la noche, salió desde una playa del Sáhara a bordo de una zodiac. “El viaje fue fatal. El aire empezó a salirse de la neumática y a entrar agua”, cuenta. El patrón decidió continuar el viaje.
Tras trabajar en los invernaderos de Almería, decidió regresar a Fuerteventura
A las tres de la tarde, llegaron a Puerto del Rosario. El calendario marcaba 10 de abril de 2022. Malick tiene 17 años. Poco después le derivaron a un centro de menores. Sin saberlo, se convertía en uno más de esos jóvenes que quitan el sueño a Gobierno central y autonómico y sirven de azote a los de la ultraderecha.
Estuvo un año y medio en el centro de menores. Tiene buenos y malos momentos. Recuerda lo difícil que resultaba poder comunicarse con los educadores sin conocer el idioma. No sabía cómo decirles que le dolía el estómago o la cabeza. En el centro le arreglaron los papeles para la autorización de residencia. Durante un tiempo también estuvo apuntado en lucha canaria en el Club Rosario de la capital.
Cuando alcanzó la mayoría de edad, tuvo que comenzar a buscarse la vida fuera del centro. Consiguió alquilar una habitación y un trabajo en la empresa Fran y Chemi en El Matorral. Cada mes enviaba una remesa de dinero a Senegal. Poco a poco, empezaba a acariciar el sueño que tenía cada noche al fundar la cabeza en la almohada de su casa en Kaolack.
Un día el dueño del piso donde se alojaba le dijo que tenía que irse. Necesitaba la habitación. Anduvo y anduvo en busca de un alquiler, pero no lo consiguió. Le llegaron noticias de falta de mano de obra en los invernaderos de Almería y para allá se fue.
“El trabajo en el invernadero estaba muy bien. Mi jefe era muy bueno, era mi amigo. Estuve siete meses”, cuenta. Pero la tierra majorera le tiraba y decidió regresar. “Me encanta la Isla, aquí me siento mejor que en Almería”, dice sentado en uno de los bancos de la plaza de la iglesia de la capital.
Encontró una casa de alquiler y un trabajo como freganchín en un hotel de Costa Caleta. De eso, hace casi dos años. A punto de cumplir los 21 años, ahora es ayudante de cocina con un contrato indefinido, pero pronto “voy a ser cocinero”, dice convencido.
![]()
Ecos de odio
Mientras cuenta su historia los ecos del odio racista se escuchan de norte a sur del país. Aún resuenan los sucesos de Torre Pacheco donde la ultraderecha inició una caza contra los inmigrantes después de que un vecino fuera agredido supuestamente por un marroquí. Varias comunidades autónomas siguen negándose a coger a los niños y niñas que viven hacinados en centros de acogida de Canarias y en Jumilla, Murcia, se ha abierto otro melón después de que el Partido Popular vetara celebraciones islámicas en sus instalaciones deportivas.
“En África hay muchos blancos. Nosotros también tenemos derecho a estar aquí”, insiste
“Yo no vine a robar. Estoy aquí para trabajar y tener una vida mejor. Puede que haya gente que robe, pero todos no somos iguales. Estamos aquí para trabajar”, insiste mientras recuerda la frase que le dice su padre cada vez que habla con él por teléfono: “No cojas nunca lo que no es tuyo”.
En estos años ha escuchado alguna vez cómo lo llaman “puto negro”. “Eso me hace sentir mal. No entiendo por qué se trata mal a los inmigrantes. Cuando alguien sale de su país, si se puede se debe ayudar y, si no, por lo menos dejarlo tranquilo. Todo el mundo tiene derecho a ganarse un futuro. En África hay muchos blancos. Nosotros también tenemos derecho a estar aquí y buscar una vida mejor”.
“No tenemos otro camino. Sólo hay dos: el avión o la patera, pero si no tienes dinero sólo podemos coger la patera. Es la última solución. Si hubiera tenido dinero no la hubiera cogido”, dice convencido.
En cinco años le gustaría verse como jefe de cocina en un restaurante, “Me encanta ese trabajo”, asegura. La paella y el estofado de ternera son sus platos estrella, confiesa antes de salir apurado para el hotel donde trabaja. Ese día tiene turno de tarde.














Añadir nuevo comentario