OTRA HISTORIA DE CANARIAS

Las huellas olvidadas de la II Guerra Mundial en Fuerteventura y Lanzarote

En el 75 aniversario de su finalización, recordamos cómo las islas orientales vivieron años temiendo y preparando su posible entrada en este conflicto

Nido de ametralladoras en Puerto del Rosario. Foto: Carlos de Saá.
Mario Ferrer 1 COMENTARIOS 23/12/2020 - 07:42

La pandemia de la COVID-19 ha mermado las celebraciones que estaban previstas este año por el 75 aniversario de la finalización de la II Guerra Mundial, pero las secuelas del enfrentamiento aún siguen vigentes en el orden internacional. Frente a las conmemoraciones de países europeos o de Rusia, donde la confrontación es conocida como la Gran Guerra Patria, en el eje oriental de Canarias apenas se recuerda aquellos años trascendentales en los que se vivió pendiente de entrar en un conflicto de dimensiones nunca vistas previamente. Aunque Fuerteventura, Lanzarote y sus islotes no llegaron a ser zona de guerra, estuvieron muy cerca de serlo y sus huellas arquitectónicas siguen en pie.

Durante la II Guerra Mundial se batalló en el Pacífico o Asia, pero Europa occidental y el norte de África fueron escenarios principales, con lo cual volvió a relucir el papel geoestratégico de Canarias, como puerta de entrada y salida hacia los dos continentes y la zona clave del mar Mediterráneo.

Las ayudas militares y económicas a Franco de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini habían sido claves durante la Guerra Civil y también eran evidentes las apetencias del dictador español de ampliar sus territorios en África, a costa de las posesiones francesas, o de expulsar a los británicos de Gibraltar.

Sin embargo, estos ánimos toparon con que la II Guerra Mundial empezó en septiembre de 1939, apenas cinco meses después de una contienda civil que había dejado al país en carne viva, con su economía y su sociedad totalmente destrozadas. De esta manera, España inicialmente se declaró neutral, para luego, en 1940, pasar a ser país no beligerante, lo que ha de interpretarse como pre-beligerante, cuando parecía clara la victoria de las potencias del Eje.

En este contexto, el apoyo al bando nazi y el uso alemán del Puerto de La Luz o Jandía creaban gran inseguridad para las islas, en tanto en cuanto el Atlántico era dominado por los ingleses, con quien además Canarias guardaba amplios lazos comerciales y sociales. Mientras, en el bando de los Aliados, éstos se debatían entre el estrangulamiento económico y diplomático a Franco y el deseo de que no entrara en guerra abierta junto a Hitler.

En el tablero militar del sur de Europa y el norte de África era clave la plaza de Gibraltar, pieza muy estudiada para ser atacada por alemanes y españoles, con apoyo italiano, por su papel para controlar las entradas y salidas al Mediterráneo. Ante el miedo de perder Gibraltar, los ingleses pensaron en invadir alguno de los archipiélagos atlánticos como base alternativa.

Desde 1940 se empezaron a construir decenas de “nidos de ametralladoras”

De esta manera, se prepararon diversos planes de invasión de Canarias, con el objetivo prioritario de Gran Canaria (sobre todo por el Puerto de La Luz, con capacidad para albergar una amplia flota de grandes buques) y Tenerife, pero a las que luego seguirían el resto de las islas del Archipiélago.

En los planes de invasión militar de los Aliados, Lanzarote y Fuerteventura tenían una consideración estratégica menor que las islas centrales, aunque mayor que el resto. Los dos bandos creían que Fuerteventura y Lanzarote podían ser tomadas por sus adversarios como base ideal desde la que usar la aviación para bombardear al enemigo y el Puerto de La Luz, señalando la falta de agua como punto crítico para ambas islas.

Los planes de invasión de las Fuerzas Armadas británicas, en los que también participaron canadienses y norteamericanos a partir de determinado momento, se denominaron sucesivamente Chutney, Puma, Pilgrim y Tonic. Fueron años de gran tensión por la cercanía del conflicto y las diferentes opciones que se fueron barajando. El bando alemán también bocetó un plan de invasión de Canarias en caso de conquista por parte del sector de los Aliados, e incluso se rumoreó con la posibilidad de instalar en Canarias un gobierno alternativo a Franco en caso de invasión inglesa.


Plan 'Pilgrim' para la invasión de Canarias. Imagen: Gabriel Betancor.

Finalmente, la respuesta franquista fue un programa sin precedentes para reforzar las defensas militares de las islas, incluyendo Lanzarote, Fuerteventura y sus islotes. El problema era que su estado era pésimo al inicio de la guerra (Lanzarote solo contaba con la batería del Río) y que tampoco tenían efectivos militares suficientes. De hecho, los especialistas en historia militar coinciden en señalar la mala defensa secular que había mantenido España con respecto a Fuerteventura y Lanzarote, consecuencia de la cual habían sido islas que habían sufrido mucho las incursiones de piratas y tropas enemigas en las centurias anteriores.

La estrategia española a partir de 1940 consistió principalmente en dificultar el desembarco de tropas enemigas reforzando la costa, por lo que en puertos, fondeaderos o playas se instalaron multitud de pequeñas fortificaciones, concretamente nidos de armas automáticas y casamatas. Aunque el esfuerzo se concentró en Gran Canaria y Tenerife, desde 1940 se empezaron a construir “nidos de ametralladoras” en Fuerteventura y Lanzarote, en los que también se contemplaban cañones y obuses. La costa se dividió en tres tipos de zonas: resistencia, vigilancia y pasiva, con especial atención a las zonas de El Río, La Bocaina, Arrecife, Puerto de Cabras, Arrieta, La Caleta de Famara, Jandía, Gran Tarajal y San Antonio.

Pero los problemas en el terreno eran graves, porque la construcción de toda esta red era compleja, y además había una aguda escasez de soldados y de armas. La línea costera de la isla era demasiado larga para los 4.000 efectivos, aproximadamente, con los que contaban ambas islas (los Aliados desembarcaron 70.000 soldados en Marruecos en 1942).

Junto a las construcciones militares, Lanzarote y Fuerteventura fueron escenario del paso de submarinos y buques alemanes e italianos y de escaramuzas entre ambos bandos, lo que ha dado pie a la creación de una amplia rumorología. Pero dejando ese mundo de leyendas a un lado, la política de defensa española también tuvo una amplia repercusión económica, puesto que aunque el contingente de soldados y oficiales era menor al necesario militarmente, su impacto fue grande en las derruidas finanzas de Lanzarote y Fuerteventura.

Los especialistas afirman que las defensas no hubieran resistido una invasión

Diversos especialistas e historiadores han tratado este tema, como Víctor Morales Lezcano, Ángel Viña, Klaus Jorg Ruhl o José Alcaraz. Pero para las islas más orientales destaca, sobre todo, Juan José Díaz Benítez, quien además de publicar el libro Canarias indefensa: Los proyectos aliados para la ocupación del archipiélago durante la II Guerra Mundial, ha escrito artículos específicos en las Jornadas de Estudios de Lanzarote y Fuerteventura.

En estos textos Díaz Benítez ha remarcado que la defensa de estas islas nunca estuvo preparada para una posible invasión, concluyendo que para España “la única forma de evitar una ocupación extranjera [de Canarias] era desarrollando una política exterior neutral, que no fue fruto de la habilidad del régimen franquista, sino forzada por el curso de la guerra, la debilidad de España y la dependencia económica con respecto a los aliados”.

Efectivamente, la postura española se vio obligada a cambiar a partir de 1942, acentuando la política de neutralidad, conforme la balanza se inclinaba a favor de los Aliados y en contra de la potencias del Eje. Pero esa situación no relajó la tensión y el miedo en Canarias, porque tras la Operación Torch, en noviembre de 1942, los Aliados lograron desembarcar y establecerse en territorio marroquí, haciendo aún más evidente la debilidad de Canarias ante un posible ataque. De esta manera, España afianzó su peculiar “neutralidad armada”, por lo que continuó con su programa de construcción de pequeñas fortificaciones en las costas de Canarias, incluyendo Lanzarote, Fuerteventura y sus islotes, aunque cambió su estrategia de defensa.

No está claro cuántas fortificaciones se construyeron durante la II Guerra Mundial, pero los listados más fiables contabilizan en torno a 120 entre ambas islas, aunque otros documentos apuntan a más. En todo caso, muchas de esas construcciones permanecen en pie, sin que se hayan llevado a cabo proyectos de revalorización patrimonial, como ha reclamado el historiador Juan José Díaz. Decenas de construcciones con carga histórica que afortunadamente nunca llegaron a ser usadas. Su destino ha sido un tanto paradójico. Setenta y cinco años después de la finalización de la II Guerra Mundial, estos testigos mudos del pasado han visto como la costa que debían de defender se convertía en una gran zona turística especializada, precisamente, en recibir a visitantes de los países que antes planificaron su invasión militar.

Comentarios

En esta isla hay muchas huellas olvidadas, no sólo las de la guerra civil, de triste recuerdo. Estan las huellas de nuestros abuelos, ejemplificada por una arquitectura rural practicamente desaparecida o por las de sus actividades de subsistencia, como los hornos de cal. Tambien las huellas de nuestros antepasados, los aborigenes mahos, profundamente alteradas, quizás más que en ninguna otra isla. En fin, huellas que los intereses de unos y la desidia de otros contribuyen a borrar. Felicidades a todos

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