PERFIL

La historia de Chiquitito y Nena: cuando la tierra llama y te devuelve a casa

“Cuando tú te vas de aquí porque no ganas para un plato de potaje... Eso también hay que vivirlo”

Foto: Carlos de Saá.
María Valerón 4 COMENTARIOS 23/08/2020 - 08:33

Salvador Domínguez (Chiquitito) nació el año que estalló la guerra, un 12 de marzo de 1936; fue un niño de la posguerra. Eugenia Torres (Nena) nació años después, pero la posguerra y el hambre se alargaron lo suficiente en Fuerteventura para alcanzar también su infancia. Él se crió en la loma Este del Valle de Giniginámar, ella en la loma Oeste. Aún así, nunca coincidieron de niños.

Fueron aquellos los años secos, los años duros del hambre. Tan duros como para no borrarse de la memoria, aún con el paso de los hijos, los nietos y de toda una vida. “Yo era el más pequeño y dormíamos en una cama de hierro: mi madre, mi padre y yo al centro. Llevaba llorando (y lo recuerdo) varios días, día y noche. Mi padre le preguntó a mi madre de madrugada: '¿Qué le pasa a ese niño, mujer?' y mi madre le dijo que hacía días que no comía. Mi padre fue a probar suerte donde las gallinas, que ya ni ponían de hambre que tenían también, y consiguió un huevo pequeñito; recuerdo que mi madre lo puso crudo en una taza y me lo puso en la boca. Y ya dormí”. Así relata Chiquitito los años del hambre: recoger cosco y trillarlo para hacer gofio, frangollo mañana, tarde y noche, sobrevivir.

La muerte del padre añadió a la situación familiar más gravedad, pero su madre, Doña Águeda Quesada, era mujer fuerte y aprovechó lo poco que tenía; con algún saquito de harina, comenzó a hacer torrijas que freía “con aceite poco, en unas piedras”, a la puerta de la casa. Los altos mandos de un acuartelamiento militar cercano bajaban de madrugada al aroma: vendiendo sus torrijas consiguió que en la casa hubiera algún ingreso, incluso ahorrar, poco a poco, para muchos años después construir unas dependencias a cal y piedra en Gran Tarajal.

Con diez años, Chiquitito ya trabajaba cuidando ganado en Tuineje, y para aprender a hacer cuentas cada día iba, a la vuelta del trabajo, a la escuela de Lolita, también en Tuineje: “Éramos más de veinte los que íbamos a la escuela por la noche, de ocho hasta las diez. Así aprendimos las cuentas básicas, sumar y restar, dividir, multiplicar”.

Pero la historia de Chiquitito no es una historia sobre el hambre; la suya es, quizás, una historia sobre la vida, más allá del daño, y sobre el riesgo para salvarse. Chiquitito dice que lo feliz no lo recuerda, sólo el dolor: “Lo malo no se olvida”, repite. Y sin embargo, todo lo feliz lo rodea, y su alegría contagia allá donde va.

“Mi madre dijo: 'Vamos a pasar a ver a Chiquitito, el de Aguedita, que hubo guerra en África y ahí está el muchacho, que acaba de venir'. Yo no lo conocía, y solo estaba pensando en bajar a la playa que era mayo y había fiesta (enramábamos y cantábamos y nos reuníamos todos en la playa). Pero fui con mi madre y lo conocí, y al final él se emperchó y vino con nosotras caminando a la playa. 21 años tenía él, doce yo. Frente a frente vivíamos, pero ahí nos conocimos”, cuenta Nena.

Era 1958 y Salvador acababa de regresar de la guerra de Ifni, que enfrentó a España y Marruecos por el control del Sáhara occidental, Ifni y el Protectorado Sur (Cabo Juby). A partir de entonces, se encontraron en los bailes y enamoraron unos años más hasta que, al fin, en la iglesia vieja de Giniginámar, se casaron. Era 1965 y ya Salvador sabía que el futuro estaba en Gran Canaria.

La tierra llama a quien se va

“Arando día y noche en Los Valles, aún soltero, saqué suficiente de un trabajo que salió; de aquellas todo iba a casa de mi madre, porque estaba difícil. Mi madre separó de lo que le di siete mil pesetas y me las dio. Con eso fuimos a Gran Canaria”, cuenta Salvador, que dice que ya no huía del hambre, pero sí de la necesidad: “No era ya hambre como lo que yo viví de niño, pero era falta de trabajo. Cuando tú te vas de aquí porque no ganas para un plato de potaje... Eso también hay que vivirlo”. Se embarcó a Gran Canaria con un tractor “en busca de oportunidad” y la oportunidad lo encontró a él.

“El representante de Blandy Brothers nos recomendó para hacer la pista del aeropuerto de Gando y así empezamos, viviendo todos los majoreros – los muchachos Rodríguez y yo - en una cuartería y comiendo todos juntos de un caldero con agua y gofio escaldado, esa era la comida”. Se fue soltero y al año, ya casado, le siguió Nena a la isla vecina. “Vivíamos en la cuartería, los pies de la cama debajo del pollo de la cocina, tierra a todas horas, la ropa tendida arriba, pero así pudimos empezar” recuerda ella, que enumera los pisos que vinieron después: de Las Puntillas a El Calero y, finalmente, Schamann.

También Nena buscaba su oportunidad y como le gustaba la repostería se embarcó a montar una dulcería. Ya niña había descubierto que su vocación era el mostrador: “Yo ya sabía que el campo para trabajar, no. Mi padre habló en Gran Tarajal con Don Antonio y allí me fui, a trabajar en la tienda de los González. Allí vi que a mí me gustaba la venta, atender”.

Así que en Gran Canaria, para labrar su propio futuro, quiso volver al mostrador y se lanzó. “La dulcería la trabajé yo sola dos años, porque él seguía con el tractor; después, ya el negocio era estable y bueno, se vino conmigo”. La dulcería fue un impulso próspero que les dio más de veinte años en Gran Canaria.

Por el transitar de esos más de 20 años llegaron sus tres hijos, y también nuevos proyectos empresariales, como una peluquería o una frutería en la que vendían fruta y verdura de una finca que habían comprado en San Mateo, pero su proyecto siempre fue la dulcería y a ella regresaron. Durante los primeros nueve años, no pudieron volver a Fuerteventura, “faltaba el duro” resume Salvador. Pero la tierra llama: “Decidimos trabajar todos los días del año, mañana y tarde, también domingos y festivos, para cerrar un mes entero al año y pasarlo aquí con la familia”, cuentan. “Así que los hijos no querían saber nada que no fuera Giniginámar, siempre queriendo volver”.

Y fueron ellos, Fabiola, Servando y Salvador, los que en 1989 tiraron por los padres para dejarlo todo y volver. “Cuando los chiquillos dijeron 'Vamos', yo dije: '¡Corro para Fuerteventura!'”, se ríe Chiquitito. La pareja dejó todo resuelto en Gran Canaria y se lanzó a un nuevo salto sin paracaídas: “Dejar la dulcería se me hizo muy pesado: daba para comer, estaba ya bien asentada, la trabajaba bien. Volver era empezar otra vez de cero y decidiendo un negocio nuevo”, cuenta Nena.

Fue otra intuición lo que les permitió continuar trabajando el día que, finalmente, y a remolque de los hijos, volvieron a Fuerteventura. Era 1989 y montaron una tienda de muebles. ¿Por qué una tienda de muebles? “Qué sé yo, si me preguntan ni sé decirlo: algo había que hacer para vivir, un amigo de Gran Canaria tenía una, le iba bien, y pensamos: pues vamos a intentarlo en Gran Tarajal”, cuenta Nena, y ambos se ríen por el impulso de la decisión. El Economato del Mueble, ahora regentado por los hijos, nació de un olfato y de las ganas de volver a la tierra, a toda costa.

“Creo, siempre he creído, que hay una oportunidad, que hay una posibilidad, aunque cuesta mucho trabajo. A mis hijos siempre les dije que el que quiere, consigue. Aunque sea vender pipas, las vende”, se ríe Nena y así resume la esencia que ha ido dejando en el aire la conversación.

Dicen que hace 53 años, cuando se casaron, nunca habrían imaginado que todas estas aventuras formarían parte de su vida; que la fueron creando, día a día, siempre buscando mejorar, siempre buscando algo nuevo, siempre sabiendo apoyarse. Hoy su historia parece impregnada del olor de las torrijas de Doña Aguedita, madre de Salvador, que noche tras noche, sobre la piedra, consiguieron reunir, con esfuerzo y perseverancia, los ingresos para salir adelante y crecer.

Comentarios

Mi enhorabuena a esta familia, humilde, trabajadora y honrada, que supo salir adelante, a pesar del hambre y la miseria. Muchas familias padecieron los mismos síntomas.
Un artículo hermoso entre tanto desastre. ¿cuánto debemos a nuestros mayores y a su esfuerzo?. Muchas gracias por el artículo.
Una familia extraordinaria.!!!
Gran familia que vive en paz y armonía con el mar y el mundo desde su esquina de la bahía de Giniginamar.

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