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Fuerteventura, una puerta más del exilio venezolano

Adela Di Marzo. Foto: Carlos de Saá.
Eloy Vera 0 COMENTARIOS 31/10/2017 - 07:45

Adela, Luis y Nery comparten patria, Venezuela, y un lugar de residencia desde hace algo más de un año, Fuerteventura. Los tres forman parte de la oleada de venezolanos que en los últimos tiempos han hecho las maletas para huir de la República Bolivariana y comenzar una vida alejada de la pobreza, la inseguridad y el miedo que aseguran invade su país. En la Isla han empezado de cero. ¿Volver a Venezuela? La respuesta de los tres es no.

En el último año y medio han llegado a España unos 29.000 venezolanos. Según el Observatorio de la Voz de la Diáspora Venezolana, que analiza los datos del Instituto Nacional de Estadística, más de 300.000 viven en estos momentos en el país. En Canarias, las estadísticas del INE cifran en 4.712 los venezolanos llegados el año pasado al Archipiélago. Detrás de estas estadísticas hay historias como la de Nery Sánchez. Su padre era español, pero el amor por una venezolana hizo que terminara marchando a Venezuela. Allí nació Nery, una joven que soñaba con ser pediatra pero las circunstancias de la vida hicieron que terminara en la docencia.

Nada más terminar la carrera, empezó a trabajar y no paró de hacerlo hasta que viajó a Fuerteventura. Dio clases en colegios, impartió docencia en la Universidad, fue bibliotecaria y trabajó en la empresa privada. También fue madre de dos hijos. En Venezuela tenía trabajo, una familia y una vida hecha. Un día empezaron a ponerse las cosas “más feas de lo que ya estaban” y comenzó a haber problemas de suministro y seguridad. “Un día llevé el coche al taller y al recogerlo vi que me faltaba la goma de repuesto y se habían llevado algunas herramientas”, recuerda. Fue perseguida por Caracas para robarle hasta en cuatro ocasiones. Un día le quitaron la batería del coche, otro se despertó con una nota en el parabrisas de su auto donde se leía “cuida de tus hijos”. No era la única, su hijo también estaba recibiendo amenazas anónimas que terminaron por hacerle marchar a la zona de Margarita.

En la cabeza de la mujer empezó a rondar la idea de hacer el mismo viaje que había hecho su padre, pero a la inversa, y viajar a España. En Fuerteventura vivía desde hacía tiempo un hermano suyo por lo que la isla se presentaba como una buena opción. Nery reunió a sus dos hijos y les dijo “yo me voy de esta vaina. El que quiera patria que venga conmigo”. Su hija optó por quedarse. Su hijo la siguió a Fuerteventura.

“Es muy fuerte tener que meter tu vida en dos maletas y renunciar a todo. Venir aquí y empezar de cero”, explica esta mujer que tuvo que dejar un doctorado a medias y huir a España en septiembre de 2016, aprovechando que tenía la doble nacionalidad por ser hija de español. “Los primeros días iba al supermercado y me daba ganas de llorar. Pensaba todo esto lo tenía en Venezuela y ahora allí no hay nada”, lamenta mientras bebe café sentada en una cafetería de Puerto del Rosario. “En Venezuela ni siquiera tomar un café en la calle se puede hacer”, sostiene.

Al llegar a Fuerteventura se alojó en casa de su hermano y comenzó a buscar en anuncios ofertas de trabajo. También se ofreció como voluntaria de Cruz Roja. En la Isla aprendió que tener un currículo muy extenso puede cerrar las puertas al mercado laboral. Desde su llegada no ha podido encontrar trabajo. “Llegué con la intención de no pedir nada al Gobierno español para no ser un parásito”, comenta. El último año ha sido de “rechazo tras rechazo”. “Cuando mi papá emigró la cosa aquí estaba jodía, pero a mi papá no lo zapatearon tanto allá como a mí y yo soy española”.

Un país rico

Venezuela es la primera reserva petrolera del mundo, también en oro y la segunda en gas natural. También es el principal país de procedencia de solicitantes de asilo a España en 2016 con 3.960 personas. El delicado momento político que atraviesa el país, acrecentado tras la llegada de Nicolás Maduro al poder, ha disparado las cifras situando Venezuela por delante de otros lugares como Siria o Ucrania, sumidos en graves conflictos bélicos.

Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), a fecha de mediados de septiembre, unas 283 personas habían pedido protección internacional en Canarias, tres de ellos en Fuerteventura. No hay números oficiales que recojan la llegada de venezolanos a la Isla en los últimos tiempos. Según Cruz Roja, a través de su programa de integración para personas inmigrantes en Fuerteventura, han realizado 35 atenciones a ciudadanos venezolanos del 1 de enero al 29 de septiembre, frente a los 29 del mismo periodo de 2015.

La falta de alimentos, medicinas y la inseguridad suelen ser las causas que arrastran a los venezolanos al exilio. Adela Di Marzo es una de ellas. Su historia familiar tiene episodios en Italia, España y Venezuela. Sus abuelos paternos viajaron de Italia a Venezuela huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Los maternos lo hicieron desde España dejando atrás un país sumido en una guerra civil. Adela, de 35 años de edad, empezó a darse cuenta de cómo estaba empeorando la situación en Venezuela cuando su padre, el cantante Yordano Di Marzo, enfermó de cáncer en 2014. “Tenía que hacer malabares para conseguir las ampollas de quimioterapia e, incluso, viajar a Colombia a comprar el tratamiento”, explica.

Hasta entonces, la vida de Adela y su marido, un monitor de surf con un abuelo canario que también supo lo que es el exilio por sus pensamientos contrarios al régimen franquista, era “maravillosa”. El nacimiento de su primera hija sumó más felicidad al matrimonio.

Sin embargo, la maternidad no fue fácil para Adela. “Empecé a sentir mucho miedo al ver que no conseguía pañales, que no había cosas básicas como un antibiótico, ni siquiera un paracetamol. Todo se convirtió en una vida de película y de pedir quién tiene tal cosa”.


Luis Barroso Alfaro.

Los tres cargan con la preocupación por no saber qué pasará con Venezuela. También arrastran la tristeza de haber dejado atrás a familiares

La situación empezó a complicarse para el matrimonio. Ella ya no encontraba tanto trabajo como diseñadora freelance y su marido veía cómo la playa donde impartía clases de surf se llenaba de inseguridad. Las noticias de secuestros y robos a personas cercanas y la falta de elementos básicos para sacar adelante a su hija les animaron a tirar de la doble nacionalidad europea y viajar a España. En abril de 2015 llegaron a Fuerteventura. Fueron acogidos por los propietarios de una escuela de surf en la Isla. Poco a poco, han conseguido recuperar el trabajo y hacer nuevos amigos. Su cara se trasforma en tristeza cuando asegura que “nunca me imaginé que sería madre y tendría que criar a mi hija lejos de mi familia”.

A través de los medios de comunicación y de las llamadas a su madre, la conocida ilustradora Carmen Salvador, tiene noticias de un país donde “se vive con incertidumbre y pendientes de buscar comida”. En ocasiones, Adela tiene que alejarse unos días de las noticias que llegan de su país donde Cáritas ha cifrado en un 9 por ciento el número de muchachos que sufre desnutrición severa.

Adela tiene claro que “el cambio político inmediato no dará pie a la solución pero será el comienzo de una democracia y de que se respeten los derechos humanos”. A su juicio, “lo que se vive allí es más fuerte que una guerra” y justifica la respuesta asegurando que “en un conflicto se sabe lo que hay, pero Venezuela no es una guerra porque no hay dos bandos armados sino un gobierno con armas y un pueblo ignorante al que han armado y por otro la gente que quiere un cambio y democracia”.

De Ampuyenta a Venezuela

Luis Barroso Alfaro nació en Ampuyenta en 1942. Es descendiente de Antonio Mena, el doctor majorero que en el siglo XIX luchó contra las epidemias en Cuba y Canarias y al que el Cabildo ha destinado un museo en su casa natal en Ampuyenta. Al igual que su antepasado Luis también emigró a Sudamérica. Con 16 años se embarcó junto a su madre y algunos de sus hermanos rumbo a Venezuela. Allí le esperaban su padre y el resto de hermanos desde hacía algún tiempo.

En Venezuela Luis se graduó como ingeniero electricista y se especializó en comunicaciones. En Venezuela también conoció el amor y terminó casándose con una vasca con la que tuvo dos hijas. En 1980 empezó a trabajar por su propia cuenta con empresas vinculadas al sector eléctrico. Las funciones de empresario las compaginó con las de profesor en la Universidad Central de Venezuela y más tarde en la Universidad Católica Andrés Bello.

Resume sus últimos años en Venezuela como “terribles”. “Allá, quien no comulgue con las ideas del régimen no tiene trabajo. Las empresas nacionales están absorbidas por el poder y todo el trabajo que hay, que es poco, depende del Estado”, asegura.

Luis nunca comulgó con las ideas del Gobierno. A cambio, empezó a quedarse sin trabajo. “Tenía el contrato de mantenimiento con el metro de Caracas”, recuerda. Con la llegada de Hugo Chávez al poder “me empezaron a hacer la vida imposible no solo a mí sino al resto del empresariado. No pagaban y cuando salía el cheque querían cierta participación”. “Yo nunca estuve de acuerdo y tuve que renunciar a esos contratos. En los últimos cinco años no trabajé como empresario”, recuerda. Sin embargo, lo que realmente le hizo salir de Venezuela fue la situación sanitaria. Una de sus hijas padece esclerosis múltiple. “Allá no tenían sus medicamentos. No se conseguía por la Seguridad Social y tampoco comprándolo”. Al final, él, su mujer y su hija se subieron a un avión en junio de 2016. Fuerteventura dejaba de ser ahora el lugar de vacaciones para convertirse en la residencia habitual de la familia Barroso.

Luis coincide con Nery y Adela en lo complicado que se presenta el futuro para su país. “Creo que Venezuela no se va a recuperar en un futuro inmediato. No veo solución por la vía democrática. Cuando se vaya Maduro, Venezuela tardará dos o tres generaciones en recuperarse, quizá más de lo que a mí me quede de vida”, lamenta.

Los tres cargan con la preocupación por no saber qué pasará con Venezuela. También arrastran la tristeza de haber dejado atrás a familiares. En cambio, en Fuerteventura Adela puede pasear en bicicleta por Puerto del Rosario; Nery dejar el teléfono sobre la mesa de la cafetería mientras toma café y Luis conseguir los medicamentos para su hija.

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