FUERTEVENTURA DIVERSA

Esteban Quirós: “Con 13 años vi cómo mataban a alguien”

“Vine a Fuerteventura a buscar empleo y no ayudas”, dice el joven, que llegó a la Isla en junio de 2019 después de ser policía en Colombia

Esteban Quirós, de 23 años, en un momento de la entrevista. Foto: Carlos de Saá.
Eloy Vera 1 COMENTARIOS 24/12/2020 - 08:05

Esteban Quirós llegó a la Isla en junio de 2019. Desde entonces, deja el móvil sobre la mesa sin temor a que se lo roben. También ha perdido el miedo a que, en cualquier momento, le puedan asaltar. “Fuerteventura es un respiro de armonía”, comenta este joven colombiano que desde niño aspiraba a cruzar las fronteras de su país. “La gente siempre quiere salir de Colombia. Prefieren tener paz y tranquilidad en otros lugares”, asegura.

El joven llega antes de tiempo a la entrevista. Se sienta en un banco de la plaza, pone el móvil a un lado y espera a que lleguen las preguntas. Cuando surgen, lo primero que cuenta es que nació hace 23 años en Barranquilla. “De donde es Shakira”, dice en un intento de familiarizar el lugar. Luego explica que su infancia fue “bastante dura y difícil”. Vivía en una finca con su madre, el marido de esta y su hermano.

“En una finca siempre hay trabajo llevando agua, leña…”, aclara. Así hasta que cumplió nueve años y se fue con su familia a Riohacha, la capital del departamento de La Guajira. La llegada de la adolescencia le pilló en Riohacha, una de las ciudades más antiguas de las fundadas por los españoles en América. Estudiaba bachillerato, soñaba con profesiones a las que poder dedicarse y, de vez en cuando, salía con los amigos de fiesta.

Un día, tras salir de una fiesta, se topó con la realidad de Colombia, un país que en 2019 tuvo una tasa de homicidios de 25 por cada 100.000 habitantes. Recuerda que una tarde, no debía de ser más de las ocho, regresaba con un amigo de una fiesta: “Después de caminar un rato nos dio sed y fuimos a pedir agua a una casa. De repente, estacionó una moto y sacó una nueve milímetros -una pistola- y comenzó a disparar a todos los que estaban en la vivienda. Nosotros estábamos tan cerca del sicario que reconocimos el arma. Fue impresionante ver cómo disparaba a todas las personas. Fue la primera vez que vi cómo mataban a alguien. Yo tenía 13 años”.

Más tarde, supo que aquellos disparos produjeron la muerte de dos hombres. Un total de 6.466 personas murieron en Colombia a manos de sicarios en 2019, según un estudio de la Fiscalía General del país, una violencia callejera que se une a las más de cinco décadas de conflicto entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La esperanza que millones de colombianos pusieron en el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC en 2016 se ha ido desvaneciendo con la reconfiguración de un conflicto que ha puesto en la diana a líderes sociales y defensores de los derechos humanos. Esteban tiene claro que los acuerdos de paz, “no sirvieron de nada. Fue una patraña, algo que no va a pasar. Ha habido muchos años de violencia y eso no se va a detener con un tratado de paz”, señala.

Como a cualquier joven también le preocupa no poder disfrutar del ocio con seguridad en su país. Durante la conversación insiste en que en Colombia “constantemente hay muerte y violencia en las fiestas y en las discotecas. Siempre va a haber sicarios y bandas que no se llevan unas con otras. Allí, no se puede ir a disfrutar a una fiesta porque continuamente va a haber violencia”.

Adolescente inmigrante

Con 15 años, el joven se convirtió en inmigrante. Viajó a la cercana Venezuela para estar con su padre y continuar con los estudios. Sin embargo, su idea de seguir formándose no tardó en encontrar piedras en el camino. “Fue muy difícil terminar mis estudios porque no me hacían exámenes y querían bajarme el grado”, explica. Luego se mudó a la ciudad de El Tigre y empezó a hacer el curso de paramédico.

Tras terminar los estudios, estuvo siete meses trabajando en el hospital de San Tomé. Permaneció en Venezuela cuatro años y ocho meses. Regresó a Colombia en 2016, justo cuando empezó a complicarse la situación económica y política, a crearse colas ante las puertas de los centros de abastecimiento y a vaciarse los supermercados. “Iba a comprar y no había nada, salvo desinfectantes y lejías, ni siquiera galletas”, recuerda.

Ante esta situación, hizo el camino de vuelta y se instaló en la vivienda de su madre en Riohacha, una pequeña casa de barro donde empezó a ilusionarse con la idea de convertirse en policía. Dos años más tarde, logró el objetivo. Al principio, la suerte se puso de su lado, “en la escuela de policía te tratan con respeto”´, explica. Pero “una vez sales de allí te enfrentas con una realidad, que es la corrupción tan grande que hay en la policía”, apostilla.

El joven dibuja este escenario en las calles de Colombia: “Se ve policías robando, extorsionando y tú no lo puedes reportar porque si lo haces llevas la de perder y acaban amenazándote a ti y a tu familia”. Para Esteban todo aquello fue chocar contra una realidad que jamás pensó: “yo creía que portar el uniforme de la policía era un honor, pero luego supe que no”.

“Los acuerdos de paz no sirvieron de nada. Fue una patraña”

Duró un año patrullando las calles de Bogotá. Al final, decidió dejar la profesión y buscar otro empleo, “pero a las empresas que pueden darte trabajo no les interesa que hayas servido a tu país. Al contrario, te tratan como si fueras lo peor del mundo”, explica.

Después de un tiempo dándole vueltas a la cabeza, Esteban empezó a pensar en Fuerteventura como un lugar donde poder trabajar y vivir seguro. “En Colombia la plata no alcanza. Todo el dinero se va en arriendo y recibos”, sostiene.

 A finales de 2017, su padre viajó a Fuerteventura en busca de trabajo y oportunidades. Desde la Isla, Esteban recibía mensajes de progreso. Durante un tiempo, fue madurando la idea de hacer las maletas y coger el avión. Al final, se decidió.

Luego, llegó la hora de contar sus planes a su madre, aunque la situación no era fácil. A la mujer le habían diagnosticado un tumor en la glándula tiroidea. El joven esperó a que la operaran porque antes de la intervención no le parecía el mejor momento para contarle esto: “Al principio lloró, pero luego me dijo que si me parecía que eso era lo mejor que me fuera. Era joven y podía ir a la aventura”.

“Llegar a Fuerteventura ha sido un cambio, como de aquí a la Luna”, dice, mientras señala el suelo de la plaza y mira después al cielo. Esteban recuerda su trabajo como policía en Bogotá, “una ciudad muy agitada”, reconoce. En cambio, en Fuerteventura sostiene que ha encontrado “paz, armonía y tranquilidad” y la oportunidad de caminar sin tener que mirar hacia atrás por si viene alguien a atracarlo o robarle.

Cuenta que, hasta en dos ocasiones, le atracaron en Bogotá. Una de ellas fue de viaje al trabajo: “Era muy temprano y me salieron dos tipos con navajas y me quitaron el teléfono, una pulsera de plata y 12.000 pesos que llevaba para el almuerzo y el billete de la guagua”. La segunda fue cuando regresaba a casa después de cenar una pizza. “Me cogieron en una calle oscura con un arma y me quitaron todo”, asegura.

Esteban llegó a Fuerteventura con el objetivo y la ilusión de trabajar. Explica que como inmigrante sabe que tiene que exponerse a “lo que sea, ya sean abusos, ya sean malos pagos”, aunque asegura que en la Isla se topó con “mucha gente amable que nos dieron trabajos por día pintando casas o levantando alguna pared”.

Trabajar sin papeles

El joven no esconde la dificultad que supone trabajar sin papeles: “A mi padre le dieron un trabajo y le dijeron que si veía a la policía se escondiera. Al final, estás trabajando y es como si estuvieras robando porque te tienes que ocultar de la policía”, lamenta.

También lamenta las dificultades que tienen las personas inmigrantes a la hora de poder regularizar su situación en España. Para conseguir el permiso de residencia es necesario acreditar una residencia continuada en España un mínimo de tres años, tener recursos económicos y una oferta o contrato de trabajo de un año de duración. Esteban se pregunta quién “te va a hacer un contrato de trabajo sin tener DNI. Ni siquiera te van a alquilar una casa si no muestras un contrato laboral. Al final, es una serpiente que se muerde la cola”.

Cuando hizo las maletas para viajar a España jamás pensó que se toparía con una pandemia que azota a la población de todo el planeta, pero con especial virulencia a los inmigrantes y a quienes viven en la economía sumergida. “Con el tema de la COVID, por seguridad, ya nadie te va a meter en su casa para que le pintes una pared o le hagas una reparación”, asegura.

Al principio, él y su padre pagaban 400 euros de alquiler. Llegó un momento en el que tuvieron que dejar la vivienda. Se vieron a punto de acabar en la calle. Al final, la solidaridad de unos majoreros ha hecho que padre e hijo tengan un techo bajo el que vivir.

Durante la entrevista, el joven insiste en que en Fuerteventura hay “mucha gente amable, que te recibe como si fueras parte de la familia. Los majoreros te acogen de una manera diferente a otras partes”. Desde que empezó la pandemia él y su padre no han vuelto a trabajar. Viven de las ayudas que reciben de algunas entidades religiosas. “Eso me tiene oprimido porque ese no era mi objetivo cuando decidí venir aquí. Yo venía a buscar empleo y no ayudas, pero no te dan oportunidades”, lamenta.

A diario habla con su madre. Con su hermano tarda más tiempo porque no tiene teléfono. Antes de partir rumbo a Fuerteventura, se comprometió a enviarles remesas y ayudar a su hermano en los estudios. “Vine con la promesa de ayudarle en la universidad. Estudia ingeniería mecánica, pero no he podido hacer nada”, lamenta.

No sabe hasta cuándo se quedará en la Isla. Insiste en que “para las personas que trabajamos en negro no hay trabajo”. Al futuro, le pide más oportunidades para el colectivo de inmigrantes. “Una oportunidad para poder trabajar”, sostiene. Y añade: “No se trata de dar pescado, sino de enseñar a pescar”.

Comentarios

Comprendo la necesidades que tiene, pero mal momento para llegar a Fuerteventura, sin duda este es un paraíso no solo comparado con sur américa, sino con todas las capitales del mundo.

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