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Antonio Molina, una vida entre indios y vaqueros

Asegura haber leído miles y en su casa tiene centenares de libros de Marcial Lafuente Estefanía, el escritor de novelas ambientadas en el oeste americano

Eloy Vera 8 COMENTARIOS 05/03/2023 - 08:15

Antonio Molina tiene cientos de novelas del oeste en su casa. Jamás las ha contado, pero casi todas son de Marcial Lafuente Estefanía, el creador de historias de vaqueros, cuyos títulos circularon de mano en mano durante la España franquista. Tampoco ha calculado cuántas de ellas ha leído a lo largo de su vida, pero puede que sean miles. Empezó a leerlas de chiquillo, en una época en la que se compraban a cinco pesetas, un duro de la época, y ha seguido con ellas en el bolsillo hasta ahora que tiene 72 años y se venden en el mercado al precio de dos euros y diez céntimos.

Son las 12.30 de un jueves de febrero. Hace un rato que Antonio abrió las puertas del bar del teleclub de Puerto Lajas, a su cargo desde hace cuatro años. Se mueve de un lado para otro. Cobra un café a un cliente; sirve una cerveza a otro y se apresura a atender una mesa antes de que se le vayan. En el bolsillo del pantalón, ese hueco que en la época de la tecnología ha quedado reservado para el móvil, él lleva una novela de Estefanía.

Sobre el mostrador del bar suele haber también algún ejemplar y en su furgón guarda una caja de plástico con decenas más. En su casa, tiene varias cajas y bolsas con más títulos de un autor que llegó a vender más de 50 millones de libros.

Antonio se para unos minutos detrás del mostrador y empieza a contar su vida, parte de ella a bordo de barcos con los que navegaba por las aguas de medio mundo y otra gran parte inmiscuido en aventuras de vaqueros, buscadores de oro y luchas contra los indios. Mientras va soltando fechas y países visitados, un ojo permanece pendiente de la puerta por si llegara algún cliente al que atender.

Antonio comenzó a ganarse la vida con 15 años haciendo unas obras en los alrededores del Parador. Cada día se acercaba al muelle hasta que un día un patrón de barcos, José Sánchez, le dijo si quería embarcarse con ellos. “Le dije: no me lo digas dos veces, que me voy... y me fui”, recuerda.

Estuvo seis meses en los barcos que transportaban la cal desde Puerto Cabras a Tenerife hasta que se rompió una pierna y se tuvo que quedar en tierra. Poco después, le hablaron de la posibilidad de embarcarse en los barcos que iban a faenar a Senegal. Otra vez volvió a decir que sí. El día que tenía que embarcar, apareció en el muelle con unas bolsas repletas de novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Hacía algún tiempo que había descubierto los libros de un escritor que, junto a la autora de historias de novelas románticas, Corín Tellado, inundaban los kioscos de la España del momento.

Las lecturas de Estefanía y otro autores del wéstern le ayudaron a que las travesías fueran más cortas. Enseña una foto en blanco y negro que guarda en la memoria del móvil, sentado en un barco rumbo a Senegal, mientras cuenta que de Fuerteventura a Senegal eran tres días de navegación y la vuelta solía durar otros tres días y medio o cuatro, si había mal tiempo. Los ratos que no estaba de guardia, estaba entretenido viajando por páginas que le acercaban al oeste norteamericano.

Con 19 años recibió la llamada del cuartel. Se fue a San Fernando, en Cádiz, a hacer la instrucción y como parece que el mar le seguía llamando pidió, luego, enrolarse en el Juan Sebastián de Elcano. Estuvo 14 meses embarcado, nueve de ellos dando la vuelta al mundo. Trabajaba como cocinero jefe y siempre que los fogones le daban un respiro volvía a las páginas de los libros de un Estefanía que, en medio del mar, le hablaban de personajes que medían siempre un promedio de seis pies y seis pulgadas, vaqueros rubios y amantes del orden y la violencia.

“En Manila, Filipinas, cogí dos bolsas de novelas y me fui por los trasbordadores de los americanos y las cambié todas”, cuenta. “Iba de barco en barco intercambiando las novelas. Había muchos sudamericanos que estaban allí para participar en la guerra de Vietnam. Venían a ver el Elcano y me veían vestido de marinero y hablaban conmigo. Luego, yo iba a sus barcos a intercambiarlas”, recuerda.

Más tarde, trabajó en los barcos de la pesca de sardinas y en los del cemento navegando por el Caribe hasta que con 28 años decidió volver a tierra y empezar a buscar un futuro en Fuerteventura. Consiguió trabajo en el bar del antiguo cine Marga, donde se fue haciendo cada vez más conocido por la clientela. En 1982 compró un bar en El Matorral y se casó. Hoy es padre de cuatro hijos. “En El Matorral llegué a dar de comer hasta a 400 personas, muchas de ellas eran trabajadores, coincidiendo con el boom de El Castillo”, dice orgulloso. Allí estuvo hasta 1992.

Ha pasado por varios trabajos más hasta que hace cuatro años aterrizó en el bar del centro cultural de Puerto Lajas. En una casa que se ve desde el bar vivió con sus padres y sus hermanos, ocho en total, y en una vivienda antigua, que hacía las veces de escuela, aún en pie cerca de la ermita del pueblo, aprendió a leer.

Herencia del padre

Su afición por la lectura puede que la heredara de su padre, un agricultor que en los descansos que le daba el campo se refugiaba en la lectura. “La práctica de leer la cogí de él. No fue a la escuela, pero leía libros y tenía una caligrafía muy bonita”, recuerda. Más tarde, empezó a coger las novelas del oeste que Antonio traía a casa.

En Manila, intercambiaba novelas con los soldados de la guerra de Vietnam

A Antonio le gustaba la geografía, saber dónde estaban las provincias de España, pero sobre todo leer novelas del oeste y cuando no había se entretenía con periódicos y revistas. “Siempre me gustó la lectura y por no enviciarme en otra cosa cogí los libros”, asegura.

La primera novela de Estefanía la compró en Puerto del Rosario. Las solía conseguir en un kiosco que había frente al edificio actual del Ayuntamiento de Puerto del Rosario o en la tienda de Antonio Espinosa, conocido como Antoñito el dulcero y también aficionado a las novelas del oeste. Reconoce que son argumentos simples en los que siempre gana el bueno. “Siempre hay el que dispara más rápido”, dice riéndose, pero así “estoy entretenido”.

Asegura que ha leído miles de novelas del oeste. “A veces las repito. Cuando voy por la mitad, me doy cuenta de que ya la había leído”. Unas veces se las lee en dos horas y otras tarda una semana. Recuerda que antes había más gente en Fuerteventura aficionada al género del wéstern. “Había mucha gente, pero unos han ido muriendo y otros han dejado de leer”, cuenta.

Hasta no hace mucho conseguía las novelas a través de un hombre de El Charco, Marcial, que se las traía de los mercadillos de Tenerife, pero también murió. Por el bar a veces viene gente de Lanzarote para cambiarle títulos. “Me dicen: ‘Antonio te voy a cambiar cien novelas’ y las cambian y me dejan las cien de ellos”, comenta.

En la caja que tiene en el furgón aparecen títulos como Cabalgando sobre una bala de Joseph Berna, Un camino para morir de Clark Carrados y varios títulos de Silver Kane, pseudónimo de Francisco González Ledesma, pero sobre todo le gustan las de Marcial Lafuente Estefanía. “Me parecen más entretenidas”, asegura. De todas, le gusta más una que leyó durante su estancia en Senegal, de Estefanía. No recuerda el título, pero sí el nombre del personaje. Se llamaba Murdo. Recuerda su nombre porque era bajito. “En estas novelas el tío siempre es alto, pero en aquella era bajito y ese fue el mayor recuerdo que tengo de aquella novela”, asegura.

Antonio se levanta a las cinco de la mañana, prepara la comida para el bar y se va al teleclub desde las doce del mediodía hasta las once de la noche. En los ratos libres se sienta en un cuarto aledaño al mostrador a leer. Lee todas las noches antes de acostarse, aunque esté muerto de sueño. Alguna vez abre los ojos y tiene el ejemplar sobre la cara. Dice que seguirá leyendo hasta que se muera. Seguirá fiel a Marcial Lafuente Estefanía, el autor que entretuvo a millones de lectores con las más de 2.600 novelas del oeste americano.

Comentarios

Interesante artículo, sobre una interesante biografía. Soy de la misma quinta que el protagonista, y también empecé a leer ese tipo de lectura muy jovencito. En mi lugar, perdido entre montañas en uno de los más apartados rincones de la Fuerteventura de aquellos años, adonde no llegaba prácticamente nada, y menos que ninguna otra cosa, lo escrito, impreso. Pero tuve la suerte de conocer a una señora que entonces tendría 45/50 años, medianera que plantaba tomateros, muy aficionada a ese tipo de novelas. Ella las alquilaba, no recuerdo si era a dos perras gordas, en el quiosco del que entonces era muy conocido quiosco de Mangas, en Gran Tarajal. Aprovechaba cuando iba allí a hacer la compra, una vez al mes, como casi toda la gente del sur de la isla. La mayoría de los ejemplares estaban muy, muy usados, medio deshechos, de pasar por tantas manos, tan callosa como poco limpias, en lugares como corrales, gavias de alfalfa o plásticos de tomateros, durante ratos de descanso, o incluso, mientras se cuidaba ganado o regaba.... En parte, esas lecturas despertaron lo que sería una de mis grandes aficiones: la geografía, siguiendo las descripciones de territorios, ciudades... que aparecían en esas novelas... ¡Y los rubios ...bandidos, bravos, salvajes, aventureros...! De Corín Tellado, Marcial La fuente Estefan...
GRANDE el Sheriff de Puerto Lajas!.
Si que recuerdo al bar Molina por estos lares ya que alguna que otra vez suelo pasar por la calle y sinceramente siempre me quedo mirando pá'las rejas verdes del bar y suelo recordar los exquisitos menú que solía servir por esa época e los 90. Hay varios bares por el matorral todod viven pero yo sigo recordando los paseos del bar Molina y recordándolo que no era uno de los bares de primera fila estaba algo escondidillo pero el boca a boca de lo bueno siempre se hecha de menos. " YA SE POR DONDE LE IRE A HACER UNA VICITA A MOLINA.
Le conocí estos días cuando una persona amiga me dijo Cholo vete al teleclub de Puerto Lajas que se come muy bien y casero y no estallan. Eso hice y a la primera que conocí fue a su mujer pués es la qué te atiende en las mesas y la barra (encantadora) después apareció el de los fogones que resultó ser él. Me pareció todo un personaje y NOS CAÍMOS MUY BIEN ( me consta ). ES TREMENDAMENTE SIMPÁTICO "el pistolero chico" jajajajaja
Le conocí estos días cuando una persona amiga me dijo Cholo vete al teleclub de Puerto Lajas que se come muy bien y casero y no estallan. Eso hice y a la primera que conocí fue a su mujer pués es la qué te atiende en las mesas y la barra (encantadora) después apareció el de los fogones que resultó ser él. Me pareció todo un personaje y NOS CAÍMOS MUY BIEN ( me consta ). ES TREMENDAMENTE SIMPÁTICO "el pistolero chico" jajajajaja
Cada uno tiene su existencia marcada por sus propias circunstancias personales y las de la época que le toca vivir, sobre todo durante infancia y adolescencia. Para los majoreros contemporáneos del admirable Don Antonio, que además nos criamos en lares de la isla mucho más perdidos que él, oscuros, aislados totalmente de cualquier atisbo cultural, de ocio...del mundo exterior, la lectura era la luz, el aire, el alimento ... para " VIVIR". El problema, como en mi caso, era tener acceso a cualquier " cosa" escrita: periódicos, revistas, libros... y tener dinero para poder comprarla... O un " alma caritativa e ilustrada" que tuviera y te prestara. Estas eran muy, muy escasas: por el escaso número de habitantes del lugar, y porque de estos la mayoría no sabía leer. Esa SALVACIÓN para mi, fue la señora que mencioné en mi anterior comentario, quera muy aficionada a leer novelas del Oeste. Y ella, ddjándomelas a mí, me " contagió" su gusto por esa literatura. ¿ Por qué sería ella tan aficionada a este tipo de novelas? Pienso que porque no tenía posibilidad de conseguir nada más para poder leer. Cualquiera, aislado y apasionado de la lectura, " prisionero" de un único tipo de la misma, puede terminar obsesionado con él: recordemos al famoso caballero manchego " loco" por las novelas de caballería... Con el paso del tiempo, tuve oportunidades, aunque muy limitadas, de " saltar" a otros mundos de libros, revistas...Uno de mis momentos más felices, fue cuando, con 17/18 años, mediados de los sesenta, pude entrar por primera vez en una biblioteca pública (La pequeñita y única en Ftv, en Puerto, que a mí me pareció gigantesca), y la encargada me dijo que podía coger y leer cualquiera de los ejemplares que había en la misma, cuando le pregunté si eso era posible.
La gran catástrofe " literaria" para la amiga que me facilitaba novelas del Oeste, y mía también. Mensualmente, Panchita iba a Gran Tarajal, a comprar comida y a alquilar novelas , en el carrillo de Mangas. En una ocasión, tuvo, tuvimos, tan mala suerte, que al día siguiente de volver ella con su, nuestro, tesoro de papel, mientras Panchita y toda su familia estaban fuera de su casa, en los tomateros, sus cabras entraron en la misma, y no solo arrasaron con papas y otros comestibles de sus dueños, sino que también CON LOS PAPELES de nuestras amadas novelas, sin que pudieran impedirlo la multitud de pistoleros, sheriff, cuadremos y otros valientes que habitaban en ellas. ¡ Mi querida y Pobre Panchita, lo que lloró ella, al verse sin alimentos para los cuerpos, el suyo y los de sus familiares, y para su alma! EN TIEMPOS DE TANTA POBREZA, ESCASEZ. Menos mal que al menos pudieron alimentarse de la leche de la cabras " novelicidas". Supongo que esa leche, a Francisquita, le caería como sangres: las de sus devorados - por una vez, literalmente, y por sus perversas cabras, y no en sentido figurado, por ella y yo mismo - héroes y bandoleros. Nunca he conocido persona con tanto y tan buen humor, a pesar de todos sus incontables trabajos y pesares. Era capaz de sacar risas y carcajadas hasta de lo malo que le pasará. Por eso, después de los dos o tres días de " duelo" por nuestra desgracia, el resto del mes fue muy divertido para nosotros dos, imaginándonos cada uno, y contándonos , por ejemplo, los asaltos entre su ganado majorero y las bandas de forajidos americanos.
Eso no es cultura es subcultura eso sí ....no es nada malo es hasta transgresor

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