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70 años de Las Parcelas, el pueblo ‘bendecido’ por el agua

Es uno de los caseríos aislados de Fuerteventura creados para reactivar la agricultura y ganadería insular y destaca por su elevada productividad y organización

Itziar Fernández 1 COMENTARIOS 17/02/2019 - 08:27

La localidad de Las Parcelas, dentro del término municipal de Puerto del Rosario, es uno de los caseríos aislados de Fuerteventura, que se creó para reactivar la agricultura y ganadería insular destacando por su elevada productividad y organización. Logró reunir hasta 200 habitantes pero hoy día quedan pocos residentes fijos en las 30 viviendas, que han pasado de padres a hijos. Esta colonia rural está situada entre la localidad histórica de Tefía y el Puertito de Los Molinos, y siguen en pie las parcelas e inmuebles que se levantaron hace 70 años.

En la actualidad, los residentes mantienen activa la Asociación de Vecinos El Charco Verde de Las Parcelas para solicitar la renovación de las instalaciones e inmuebles públicos, y mejorar la convivencia. Una de las principales demandas de los vecinos es que se repare la presa y se vuelva a abrir para que el agua fluya por las canalizaciones y llegue a las fincas.

Una de las residentes más mayores de Las Parcelas es Martina Monserrat Cabrera, que el pasado 30 de enero cumplió 80 años. “Aquí llegaron a residir más de 200 vecinos”, confirma. “Se trabajaba en los tomateros, venía gente de todos los alrededores para arrancar alfalfa y plantar hortalizas”, recuerda. “Era una vida muy alegre y yo era la que cantaba las coplas cuando venía a visitarnos el general García Escámez con otras niñas”, resume.

Se llegó a cultivar papas, millo, y diferentes hortalizas como tomates, lechugas, coles, acelgas, pimientos e incluso claveles. Sobre todo, las familias aseguran que predominó el cultivo de forrajes llegando a sacar del pueblo 25.000 kilos de pacas de alfalfa, que “los González llevaban hasta Gran Tarajal y se embarcaban a Gran Canaria”.

El hermano de Martina, Bernardo, recuerda la anécdota de la visita de Franco, que acudió a conocer esta colonia rural tras aterrizar en el aeropuerto de Tefía acompañado de García Escámez. “Esa visita generó una gran expectación, se organizó una calurosa acogida, aunque pensaban que no llegaría hasta aquí”, rememora.

Sin embargo, la importancia del sector agrícola y la construcción de la presa atrajo al caudillo hasta este pueblo majorero. El mando económico del Archipiélago y capitán general de Canarias, García Escámez, inauguró en 1946 Las Parcelas y la presa de Los Molinos. El mismo capitán adquirió a sus expensas los terrenos. En ellos se procedió a una planificada parcelación en lotes de unas dos hectáreas, de las que una era para regadío.

Desde la presa se tendió un canal con una capacidad de conducción de cien litros por segundo, y una red de acequias que beneficiaban a las parcelas. Además, el proyecto inicial contemplaba los terrenos con viviendas, un mercado, una escuela y una ermita, pero la capilla no se construyó hasta 1998.


Reunión vecinal de los residentes.

La Asociación Vecinal El Charco Verde reivindica la restauración de las canalizaciones y presa de Los Molinos para recuperar su función de recoger el agua y que fluya por las fincas

“Se les proporcionó a todos ellos, para comenzar sus labores, los jornales necesarios para preparar las tierras adjudicadas, las semillas y abonos convenientes”, agregan los residentes mayores. Lo jornales fueron invertidos en el cultivo, los insecticidas, los elementos de armado de tierras y, por último, se les regaló la cosecha de tomates, alfalfas y hortalizas productivas, con lo cual cada beneficiario entró en posesión de su parcela con un ingreso inicial por la venta de tomates de unas 10.000 pesetas. Cada lote incluía vivienda y el uso del agua. Este reparto benefició a 30 numerosas y humildes familias del municipio de Puerto Cabras: 23 parceleros y siete propietarios.

“Los propietarios no poseían casas pero tenían los mismos derechos de terreno y agua que los parceleros, como Orarte o Berriel”, recuerdan los residentes de mayor edad. Aunque la mayoría disponía de medianeros, indican. La entrega de las tierras, casas, agua y capitales de explotación fue gratuita, con la limitación de no poder vender, hipotecar, ni dividir lo entregado. Si bien, podían dejarlo en herencia a sus hijos y otros herederos.


Martina Monserrat Cabrera y su hermano Juan.

 

Patronato del Agua

La superficie que ocupaba la tierra de labor del pueblo se encontraba establecida entre la carretera general, y lindaba entre el Barranco de Los Molinos y el Barranco de la Casa. Ahí se hallaban las parcelas, la red de acequias, las casas, hornos de cal, aljibes y la escuela. A su vez, toda la zona está atravesada en su interior por el Barranco Verde, que como el de la Casa son afluentes del principal de Los Molinos.

Además, la gestión y reparto del agua se hizo a través de un Patronato del Agua con su presidente, secretario, tesorero y vocales, pero del que sólo podían formar parte los vecinos. Dependiendo de las lluvias cada parcelero disponía de un tope de 5.000 metros cúbicos de agua anual.

“Era una construcción curiosa”, comentan los residentes, “porque al final de mes el cañero anotaba los litros de cada parcelero y cobraba lo que cada uno debía. Todos esos ingresos se destinaban al mantenimiento de los canales e instalaciones necesarias”, explican. Para los residentes, aquellos fueron muy buenos tiempos con la recogida de agua, “y no como ahora, con los canales secos y la presa rota”, explica la presidenta de la Asociación El Charco Verde de Las Parcelas, Mari Ferry.

Una reivindicación vecinal es que el Cabildo invierta en la restauración de la presa de Los Molinos para recuperar su función, de recoger el agua y evitar que se pierda en el mar. También demandan que se reparen “las viejas canalizaciones del pueblo para que fluya el agua, y no se pierda en un futuro la esencia de la colonia rural”. Además, subrayan que “se hicieron varias presas en la época como Las Peñitas, pero ahora permanecen abandonadas, y ninguna está acondicionada para recoger agua y regar los pueblos campesinos”.


Foto: Carlos de Saá.

Exportación de tomate

El general García Escámez visitaba las parcelas cada tres o seis meses, y las familias salían a recibirlo con sus cosechas y versos. Una anécdota, muy nombrada, es la exhibición de una calabaza gigante de 65 kilos que asombró a todos los residentes. Por la necesidad de rotación de las tierras se ampliaron los terrenos hasta el Charco del Chorro, con más de 30 hectáreas que se cedieron a los parceleros, así que llegaron a producir hasta tres zafras en un año; la segunda la gestionaba la empresa exportadora ‘Suárez’.

“Según reza en la historia de nuestro pueblo fue la única vez que se vendió el tomate en rama llegando cada parcelero a retribuir 14.000 pesetas”, reseñan los actuales residentes, que pertenecen a la segunda y tercera generación, insiste Juan Monserrat. Añade que “la cuadrilla la conformaban Juan Pérez, conocido como Juanito ‘el canario’, y como capataces ejercían Fortunato Morales, Pedro García y Rosendo Espinel. Además, a cargo de la presa se encontraba el cañero Chano Espinel, que luego fue sustituido por Domingo Machín”, comentan.

“Llegaron a venir a trabajar a las zafras hasta 200 mujeres de todos los pueblos de la zona, y se hospedaban en el Puertito de Los Molinos, así que no fueron pocas las parrandas”, reconoce Bernardo. Una producción tomatera que organizaban dos compañías existentes en la Isla, Suárez o Betancort y se trasladaban en camiones a Gran Tarajal, “para exportar la producción al extranjero”.

SAN ANDRÉS VENÍA DESDE LA VEGA DE TETIR

“El inicio de las fiestas de San Andrés, que era el patrón de los campesinos, fue gracias a mi madre, María Jesús Cabrera Fuentes que hizo una promesa”, comenta Amparo. En 1950 la Isla estaba viviendo una intensa sequía, la gente comenzó a emigrar y algunos parceleros se lamentaban al ver sus acequias vacías y la presa seca.

“Mi madre contaba que una tarde de mayo cuando tostaba en un tenique en el Barranco de las Escuderas, mirando al cielo ofreció a San Andrés que si traía agua” se traería el santo al pueblo. “Repentinamente comenzaron a caer unas gotas, seguidas de una fuerte lluvia que dado el mes que era sorprendió a todo el mundo. Las gavias se llenaron y la presa cogió agua”, atestigua Martina.

Así, comenzó a traerse el santo de San Andrés desde la Vega de Tetir y se pedía prestado un camión. Muchas personas participaban en ese acto de ambos pueblos, como la maestra de Tetir, Carmen Rodríguez, y se celebraba una misa en la escuela de Las Parcelas, un colegio que reunía a muchos escolares. Después el santo regresaba a la iglesia de Santo Domingo.

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