“Segunda vida” para los últimos y más viejos olivos silvestres de Canarias
El rescate genético logra recuperar al acebuche, una especie asentada en Fuerteventura, de la que apenas sobreviven unos 600 ejemplares
Fuerteventura y Lanzarote no siempre fueron un desierto desarbolado. Antes de la llegada de los seres humanos había bosques de olivos silvestres encaramados a las montañas: los acebuchales. No eran un vergel, pero mantenían el suelo y enriquecían el paisaje. Dos milenios después de muchos fuegos, talas y cabras voraces, apenas sobreviven 600 ejemplares. A pesar de su escaso porte, la mayoría son centenarios, viejos árboles dispersos cada vez más secos y enfermos por culpa del cambio climático, incapaces de reproducirse.
En una desigual batalla contra el tiempo, el doctor en Biología Stephan Scholz está empeñado en algo increíble, clonar a estos ancianos del bosque olvidado, lograr copias genéticamente idénticas que eviten su desaparición. El Jardín Botánico de especies autóctonas del Oasis Park Fuerteventura es ahora el nuevo hogar de una decena de asombrosos árboles clonados, casi podríamos decir resucitados, gracias a un empeño totalmente desinteresado. De hecho, algunos de esos padres ya han muerto, pero allí siguen vivos sus hijos, mucho más grandes y lozanos, que en realidad son ellos mismos, genéticamente hablando.
“Lo hice porque me gusta, para mí es como un instinto”, justifica con modestia. “Es un rescate genético artesanal, de andar por casa, pero siempre es mejor que nada”. Persona sensible, devoto de la naturaleza majorera, tenía que intentarlo. Los acebuches de Fuerteventura, aunque pertenecen a la misma especie que los de las otras islas, Olea cerasiformis (aceitunas con forma de cereza), son “fenotípicamente diferentes”, explica el botánico, de aspecto algo diferente, más parecidos a los peninsulares.
Stephan Scholz está empeñado en clonar a estos ancianos del bosque olvidado
La mayoría los ve iguales, pero el ojo experto de este biólogo los distingue del resto gracias a mínimos detalles en la forma algo más ancha y color más verde oscuro de las hojas, al igual que una madre identifica sin dudar a sus hijos gemelos. En este sentido, se podría decir que Stephan Scholz es la madre de los acebuches majoreros. Su madre coraje.
Olivos y viñedos
El nombre suena raro, demasiado técnico. Termófilo quiere decir amante del calor y se aplica a especies o ambientes que prosperan en condiciones cálidas. En el caso del bosque termófilo canario, el término no alude a temperaturas extremas, sino a desarrollarse en un clima suave y seco, típico de las franjas bajas y medianías de las Islas, donde predominan especies que evitan el frío y requieren mucha luz como el acebuche o la sabina, pero también el almácigo, la palmera o el drago.
Algunos lo relacionan directamente con el clima típico mediterráneo, lo que explicaría que donde antes había ese tipo de bosques en Canarias, ahora se cultiven olivos y viñedos, la esencia de la cultura mediterránea. Pero el bosque termófilo canario es muy diferente. Es una formación subtropical adaptada a las condiciones cálidas de las Islas, donde la humedad llega principalmente del mar y los alisios, no de un régimen estacional de lluvias como el mediterráneo, con cuatro estaciones muy marcadas donde prosperan las encinas. Y aún más importante, el canario tiene raíces macaronésicas propias, lo que le confiere una mezcla singular de especies que no aparecen juntas en ningún otro lugar del mundo.
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Stephan Scholz delante de un acebuche centenario en Agua de Bueyes.
“Es un rescate genético artesanal, de andar por casa, pero siempre es mejor que nada”
Los botánicos canarios coinciden en señalar que los bosques termófilos fueron, con mucha probabilidad, la única formación forestal realmente presente en Fuerteventura antes de que llegaran los seres humanos, con excepción de algunas cumbres como las de Jandía, donde se desarrolló una variante de laurisilva seca muy localizada. Estas formaciones cálidas y relativamente frondosas se extendían de manera natural por las partes altas de los principales macizos -como Betancuria o Vigán- y por los cuchillos más elevados de la Isla. En conjunto no ocupaban mucho territorio: se calcula que alcanzarían unas 2.800 hectáreas, algo menos del dos por ciento de la superficie majorera.
De toda aquella vegetación apenas sobreviven hoy unos pocos retazos, alrededor de cien hectáreas y no más de 500 o 600 ejemplares dispersos, testigos mínimos que apenas permiten intuir cómo fue el paisaje original de Fuerteventura antes de nuestra llegada. En Jandía quedan menos de una decena, mientras que la mayor parte se concentra en el macizo de Betancuria. También persisten algunos en La Muda y en los alrededores de Tetir, y más al norte apenas aparecen ejemplares aislados en zonas como Vallebrón o Tindaya.
La toponimia y los testimonios botánicos confirman que estas comunidades estaban dominadas por el acebuche, de ahí nombres de montañas como El Aceitunal o Cuchillo de los Olivos, pero también la localidad de La Oliva, a los pies de una montaña donde pudo haber olivos silvestres y se tomó prestado su nombre hace mucho tiempo. Porque como recuerda la vieja copla: “Ni en La Oliva hay olivos ni pájaros en Pájara”.
En Lanzarote la situación es aún peor. Los únicos restos de acebuchal que allí sobreviven, apenas un puñado de ejemplares dispersos, están restringidos a las cumbres del macizo de Famara, en donde apenas suponen unas 3,5 hectáreas, el 0,2 por ciento del bosque termófilo potencial de la Isla.
La mayor parte está en Betancuria y algunos en La Muda, Tetir o Vallebrón
A consecuencia del ramoneo constante de las cabras, algunos ejemplares muy viejos se han convertido en auténticos bonsáis naturales. Son extraordinarios. Hoja o rama que crece, hoja y rama que se comen los animales, dándoles con sus dientes formas caprichosas, a modo de esculturas vegetales, auténticas rocas pinchudas entre cuyos huecos más profundos apenas asoma el verde. Parecen jóvenes miniaturas, pero pueden llevar siglos empeñados en tan desigual lucha, incapaces de crecer al menos un milímetro al año.
La clonación
La clonación de un árbol a partir de un esqueje es una técnica aparentemente sencilla, habitual con frutales. Consiste en cortar un tallo o una ramita de la planta madre y plantar ese fragmento en un medio adecuado para que desarrolle raíces y forme una nueva planta. Genéticamente, la planta obtenida tiene exactamente el mismo ADN que la original. Es una copia con el mismo genoma, conservando todas sus características como el color, la resistencia a enfermedades y otros rasgos particulares.
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Acebuche bonsái en Jandía.
Su madera es muy dura, flexible y de gran calidad, apreciada para herramientas
Con los acebuches majoreros el resultado ha sido sorprendente. El ejemplo más asombroso es el de un ejemplar bonsái que crecía junto a la pista que lleva a Cofete, en el valle de Jorós. Era muy pequeño, estaba medio seco, malamente protegido por un murito de piedra para evitar que las cabras lo devorasen. En apenas 10 años, la ramita plantada en el Oasis Park es ahora un gran acebuche, diez veces más grande que el árbol madre. Y este año ha florecido por primera vez, produciendo acebuchinas en abundancia, “muy pequeñas y redondas, especiales”, resalta Scholz. Justo a tiempo, porque el ejemplar de Jorós finalmente ha muerto. “Ha valido la pena rescatarlo”, se congratula. “Este acebuche podrá tener ahora una amplia descendencia”.
Otro ejemplar increíble, éste de momento vivo, es el acebuche bonsái del pico Tejera, por encima de Morro Jable, que ahora cuenta con dos hijos clónicos en La Lajita, al igual que los del Pico de la Zarza, Montaña Cardón o el Barranco de Butihondo. Todos están georreferenciados con su lugar de origen y plantación, para evitar equívocos o dudas futuras. Son fruto de más de 40 años de entusiasta dedicación a la flora majorera, de búsqueda infatigable de esos árboles olvidados y de un empeño personal por evitar su desaparición.
No hay palo que lo luche
Los usos del acebuche en el medio tradicional canario han sido múltiples. Su madera es muy dura, flexible y de gran calidad, lo que la hizo apreciada para herramientas, bastones, garrotes o aperos de labranza. Ya lo recuerda el dicho: “Al acebuche no hay palo que lo luche”, pues por su dureza se utiliza para la lucha del palo canario y la lata del salto del pastor. “Hasta que llegó el escobón y le dio un cachetón”, concluye el refrán.
“Nunca he visto un acebuche en Fuerteventura que haya nacido de semilla”
Los aborígenes canarios extraían varas de acebuche para fabricar sus armas defensivas, como el banot, los tezzezes o los toletes. De esta última derivan las expresiones populares canarias “dar toletazos” o “eres un tolete”. Estas varas o “porruños” se endurecían al fuego para hacerlas más resistentes y duraderas, especialmente las bolas en las que terminaban esos toletes usados en Fuerteventura para matar “a garrotazos” a la siempre peligrosa pero muy sabrosa morena, al tiempo que se cantaba para atraer al animal: “jo, morenita... jooo”, así como: “ven morenita pintada, que viene el macho y te come la carnada”.
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Acebuche en Las Casitas.
¿Bosque clónico?
Un proyecto LIFE europeo encabezado en 2008 por el catedrático José María Fernández-Palacios y sus compañeros del Grupo de Investigación de Ecología y Biogeografía Insular de la Universidad de La Laguna, junto con expertos del Cabildo de Tenerife, concluyó que en Fuerteventura y Lanzarote, los poquísimos fragmentos de bosque termófilo no son suficientes para propiciar la recuperación de esta formación.
Por ello, propusieron la adquisición pública de terrenos destinados a su regeneración en entornos estratégicos, como posibles conectores entre poblaciones ya establecidas. También la restauración del hábitat “allí donde se den las condiciones adecuadas”, creando núcleos que sirvan como favorecedores de la dispersión de las especies que lo integran. No se habla de utilizar ejemplares clónicos, pero sí de que las plantas madre deben de ser siempre locales para garantizar su pureza genética.
“Aguantan, son muy tenaces, y en cuanto cae una buena lluvia se recuperan”
Stephan Scholz no ve viable la creación de un hipotético bosque clónico: “Proteger áreas específicas para que se regenere el acebuchal lo veo prácticamente imposible, pues vallar esos sitios es muy difícil y además tenemos un grave problema ambiental. Llueve muy poco y aunque se han hecho plantaciones en Parra Medina, cuando se encadenan varios años seguidos muy secos las plantas al final se mueren”.
También porque, aunque parezca raro, plantar árboles no hace un bosque: es necesario recuperar toda la cohorte de especies asociadas. La regeneración natural es igualmente improbable, como ratifica el botánico. “Nunca he visto un acebuche en Fuerteventura que haya nacido de semilla, no existe renovación natural”. Se podría, eso sí, utilizar la especie en jardinería o en proyectos de restauración ambiental, al menos para evitar su desaparición.
Los acebuches salvajes, cada vez menos, cada vez más viejos, más debilitados por la sequía y el calor extremo, lo están pasando muy mal. “Pero aguantan, son muy tenaces, y en cuanto cae una buena lluvia se recuperan”. Algunos, claro. Porque la lista de acebuches muertos cada vez es más larga.
















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