
Explotada, alienada y pobre
Se despertó antes de que sonara la alarma del teléfono, se duchó, desayunó deprisa y esperó a que la guagua, repleta de trabajadores como ella, llegara. La kelly, mujer explotada o camarera de piso, como quieran llamarla, debía esperar una media hora antes en la parada de guaguas para llegar a la próxima estación donde, después de una hora más de espera, la llevaría por fin hasta su lugar de trabajo, un hotel en el sur.
La mujer cabecea en el asiento, las pastillas que toma para el dolor de huesos le produce somnolencia, se pone los cascos y escucha música en el móvil para no oír a las otras compañeras hablando de entradas y salidas y del trabajo que les espera hoy.
Cuando llega al hotel debe comenzar a correr como el conejillo de Alicia. Tiene que limpiar veinticinco habitaciones más cuatro salidas para antes de las cuatro, pero esto es sólo un número porque casi nunca acaba a su hora. Tampoco se las pagan nunca. Debe espabilar, le dice la gobernanta, como si estuviese empezando cuando lleva treinta años limpiando. Apenas tiene tiempo de comer, veinte minutos sentada entre ropa sucia y productos de limpieza.
La mujer, llamémosla Isla, no sabe porque nadie se lo ha dicho, que los constantes dolores, la depresión soterrada, la ansiedad y angustia que siente es a causa del sufrimiento que le proporciona su trabajo. Isla, si supiera lo que es explotación laboral, es decir, la apropiación de la plusvalía, de las ganancias que generan los trabajadores y que termina en las manos de los empresarios, sabría que está siendo explotada porque vive en precariedad laboral, es decir, lo que gana no le llega para tener una vida digna.
Cuando acaba su trabajo, debe hacer de nuevo el mismo recorrido de vuelta. Las esperas son aún más largas pues las guaguas van llenas de turistas y los trabajadores, tan cansados como ella, dormitan en los asientos contiguos.
Al llegar a su casa ha pasado casi doce horas fuera y solo tiene ganas de tumbarse en el sofá, tomarse unas pastillas para el dolor de espaldas y de rodillas y no hablar con nadie. No quiere ni puede. Solo desea descansar y no pensar. Cuando lo hace piensa en que aún le quedan como mínimo quince años para jubilarse, pues tiene cincuenta, y que cuando llegue a esa edad estará con suerte muerta, como siga con esa carga de trabajo, o impedida para hacer nada.
Si Isla supiese de marxismo, sabría que su salud mental y física, es a causa de la alienación que sufre, es decir de la cosificación e instrumentalización que antepone el beneficio económico de los empresarios a la dignidad y realización humana .
Isla se ducha, toma algo rápido de la nevera, y se tiende en el sofá para ver la tele. Pone las noticias del telecanarias. Los políticos, esos señores que no saben lo que es sentirse tan cansada que hasta las pestañan le duelen, hablan del turismo como motor de la economía de Canarias y de proyectos para evitar la turismofobia mientras, se va quedando dormida.
Si Isla supiese decir, diría que es una mujer explotada, alienada y pobre. Pero Isla no puede hablar, tampoco nadie habla por ella. Ni siquiera ella sabe que es el motor de la economía, pues si todos los trabajadores y trabajadoras, el verdadero motor de esta industria turística, se detuviesen un día, si se negasen a acudir a su trabajo hasta que la situación cambie, nada de todo esto funcionaría.
Comentarios
1 Carilda Jue, 01/05/2025 - 20:00
2 Mahoh Vie, 02/05/2025 - 13:47
3 Jio vani Vie, 02/05/2025 - 23:04
4 Anna Mar, 13/05/2025 - 19:22
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