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Tindaya más allá de Chillida

Los vecinos lamentan que las administraciones se hayan centrado en defender el proyecto en la montaña y hayan olvidado cubrir las demandas del pueblo

Eloy Vera 3 COMENTARIOS 17/06/2021 - 08:04

El nombre de Chillida llegó a Tindaya a mediados de los noventa. El pueblo vio en el proyecto del escultor vasco la puerta que les abriría al turismo y al reconocimiento internacional. Poco a poco, la idea fue perdiendo fuelle y Tindaya empezó a aparecer en titulares vinculada a uno de los mayores casos de corrupción de Canarias. Entonces, la mayoría dejó de ver en Chillida a un salvador y se fue poniendo del lado de los que defendían que el monumento ya existía y no hacía falta ningún agujero en la montaña para hacerla importante.

Hace unas semanas, llegó la noticia de la declaración de toda la montaña como Bien de Interés Cultural, un mecanismo jurídico que la protege y entierra la posibilidad de perforarla. Los habitantes de la zona hace años que ya habían borrado la idea de Chillida de sus cabezas.

Pamela Espinel era adolescente cuando el escultor de El Peine del Viento puso los ojos en Tindaya. Recuerda haber ido un día con sus compañeros de instituto a ver la maqueta del proyecto. Ella no tenía aún muy clara su opinión sobre el tema. Era joven y pensaba en otras cosas, pero sí le sorprendió que en el boceto no apareciera el pueblo. “Nadie habló en aquella época de arreglar el pueblo. Daba la impresión de que la montaña era una cosa y Tindaya, otra”, comenta.

Son las cinco de la tarde y Pamela acude junto a Alicia Reyes y Verónica Suárez a la plaza del pueblo. Lo hacen para charlar y reivindicar mejoras para Tindaya. Desde hace algún tiempo, la asociación de vecinos está inoperativa. Ellas se resisten a tirar la toalla y siguen reclamando mejoras para el lugar. Con el apoyo de otros vecinos, continúan organizando las fiestas de La Caridad, a mediados de agosto. Son el único evento que rompe por unos días con el silencio y la monotonía que durante todo el año se respira por sus calles y callejones.

Se sientan en los muros de la plaza con el temor de acabar con la ropa manchada de cal. La plaza pide una reforma, pero no es lo único que necesita una intervención, aunque de eso se hablará luego. Lo primero es hablar de la montaña sagrada y la primera en hacerlo es Alicia. “En un primer momento, a la gente le gustaba el proyecto. Muchos estaban de acuerdo. Yo era una de ellas”, reconoce. “Siempre y cuando se conservara el estado de la montaña”, aclara.

Dejaron de creer en el proyecto al ver cómo desaparecía el dinero

Al principio, muchos de los vecinos estaban entusiasmados con la idea. Su pasado vinculado al sector primario, sobre todo a la ganadería, estaba aún muy cerca y creían que la idea del vasco haría que Tindaya se conociera más allá de las fronteras de Fuerteventura y que traería riqueza. Los mayores soñaban con que el monumento se tradujera en puestos de trabajo que garantizaran el futuro a sus hijos y, lo mejor de todo, cerca de casa.

La historia de Chillida con la montaña comenzó en 1994. El artista eligió el enclave para realizar una gigantesca escultura a la tolerancia, inspirada en el verso de Cernuda, “lo profundo es el aire”, mediante el vaciado de la montaña. En 1995, el Gobierno de Canarias declaró de interés nacional el proyecto. Tres años más tarde se creó la Sociedad Proyecto Monumental Montaña de Tindaya, responsable del proyecto y formada por la empresa pública Saturno y Canteras de Cabo Verde.

Los políticos pasaban por el pueblo, hablaban a los del lugar de los beneficios del proyecto, se hacían la foto y se iban. Mientras tanto, los vecinos seguían madrugando para coger el coche e ir a trabajar a Corralejo o Puerto del Rosario. Pasaron los años y el proyecto seguía sin hacerse. Gobierno de Canarias, Cabildo y Ayuntamiento de La Oliva continuaban defendiendo la idea, aunque algunos de sus representantes lo hacían ya de dientes para afuera. Se habían destinado al menos 18 millones de euros -las cuentas nunca han estado del todo claras- sin moverse una piedra en torno a la obra de Chillida.

Desilusión y tribunales

Poco a poco, el proyecto de Chillida dejó de ser tema de conversación en los bares del pueblo. Llegó la desaparición del dinero público, las sentencias y los titulares en prensa donde Tindaya se asociaba con la corrupción. “La gente se empezó a desmotivar. Veían cómo desaparecía el dinero y nadie daba una explicación de dónde estaba ni si se iba a hacer o no. Sólo veíamos cómo se pasaban unos a otros la pelota en los medios de comunicación”, recuerda Alicia.

Verónica siempre tuvo clara su postura en contra del proyecto. Aún se sigue preguntando para qué se iban a “cargar una montaña”. Tal vez, cree que todo aquel revuelo fue para llevarse la piedra a otros lugares. “Si se llega a llevar a cabo esa obra, ¿qué se iba a generar alrededor? La economía estaría ahí, pero el pueblo no se iba a enterar”, opina.


Pamela Espinel, Verónica Suárez y Laura Reyes.

Los vecinos echan en falta obras en la plaza, iluminación y zonas verdes

Desde un primer momento, la comunidad científica defendió su importancia sin necesidad de la intervención artística. Clamó para poner en valor todo el espacio natural de Tindaya por su riqueza geológica, al contar con pitón traquítico, testimonio de un antiguo volcán erosionado, y por su interés arqueológico, al conservar más de 200 grabados podomorfos, lo que convierte a la montaña en uno de los yacimientos rupestres más importantes del mundo.

En todo este tiempo hay quien ha defendido convertir Tindaya en un parque arqueológico, una iniciativa que revalorizaría el enclave, generaría riqueza y evitaría expolios o proyectos de dudoso respeto medioambiental. La apuesta del turismo vinculado a la arqueología parece convencer a los vecinos. Hay, incluso, quien ha soñado con que sea declarada Patrimonio de la Humanidad.

“Se han centrado en el proyecto y no en proteger la montaña. Si la hubieran protegido, Tindaya hace mucho tiempo que hubiera sido un referente”, sostiene Pamela. Explica cómo la gente continúa subiendo, a pesar de estar prohibido su acceso. “Se está viendo que hay un reclamo, entonces, ¿por qué no se ha acondicionado un sendero con vigilancia? Al final, eso también genera empleo”, opina.

El Cabildo rehabilitó y abrió hace unos años la Casa Alta, una antigua construcción ubicada a la entrada del pueblo, con la idea de convertir el espacio en un centro de interpretación del monumento de Chillida. Después de unos años abierta mostrando la maqueta del proyecto, decidieron cerrarla. Hace unos meses, volvieron a abrirla. Fue uno de los últimos actos del gobierno progresista antes de que Sergio Lloret llegara al sillón de presidente del Cabildo. “Los vecinos la ven abierta o cerrada, pero nada más”, dice Pamela.

Alicia lamenta que la gente de Tindaya no pueda disfrutarla. “No han motivado nada para que el pueblo vaya y la pueda disfrutar”, sostiene. Se le ocurren miles de ideas que van desde un punto donde los artesanos de la zona puedan vender sus productos a un lugar en el que instalar un mercadillo y “quien plante una acelga la pueda vender”. A su lado, Verónica apostilla: “La casa quedó muy bonita rehabilitada, pero nadie se la ha ofrecido al pueblo para poder usarla”.

Durante la conversación, pasan coches por la carretera del pueblo. Puede que algunos vayan rumbo a la playa de Jarugo. Las tres mujeres coinciden en que Tindaya se ha convertido en un lugar de paso hacia Jarugo, pero nada más. Echan en falta una señalización de los lugares. Incluso, apuestan por señalética que informe sobre ubicación de las dos queserías que hay en el pueblo y así ayudar a generar economía en el lugar.

También reclaman una apuesta clara para mejorar espacios comunes como la plaza. “Necesita adecentarse. Todos los pueblos tienen su plaza nueva. Han evolucionado a nivel de infraestructuras, pero Tindaya está abandonada”, asegura Pamela. Las vecinas recuerdan haber oído hablar de la creación de un merendero en un antiguo parque, en la parte baja del pueblo. Un día se llevaron los columpios, aunque el mobiliario para el merendero jamás llegó.


Una niña cruza la calle frente al polideportivo.

Deporte en el cercado

Los niños y no tan niños que quieren hacer deporte en el pueblo tienen todo el cercado para hacerlo, pero no unas infraestructuras deportivas acordes al siglo XXI. En pie continúa el polideportivo, pero con la puerta cerrada. La última vez que recuerdan con vida el recinto fue con la visita del payaso Miliki hace más de veinte años. Hace un tiempo, pintaron un campo de futbito en una parte del suelo del polideportivo, pero para poder acceder a él hay que pedir la llave.

Verónica cree que, si el polideportivo estuviera arreglado, se podrían hacer mil actividades, desde un campamento los meses de verano para que los padres tengan donde dejar a sus hijos cuando van a trabajar hasta mercadillos y conciertos. “Es un espacio grande y con posibilidades, pero está cerrado”, lamenta.

El campo de fútbol parece que tiene algo de vida en los últimos tiempos al habilitarse como lugar de entrenamiento para hacer CrossFit. Alicia, Pamela y Verónica también celebran el incremento de actividades en el centro cultural en los últimos tiempos, aunque echan en falta actividades para adolescentes.

Los vecinos miran con ilusión el palmeral que han creado a la entrada del pueblo, pero les gustaría tener más zonas verdes en Tindaya. También más iluminación en algunos puntos del pueblo y aceras. Quienes quieren dar un paseo tienen que hacerlo por el borde de la carretera con el peligro de que aparezca un coche y se los lleve por delante. Asimismo, piden mejorar el asfaltado. Alicia calcula que su calle, Lomo La Palma, no supera los 800 metros. Ha contado hasta 17 agujeros en la vía antes de llegar a su casa. “Se tiene que ir haciendo eses en el coche para evitar agujeros en el asfaltado”, explica. Son incapaces de dar el número exacto de vecinos que viven en el lugar, pero calculan que entre 800 y 1.000. En la España vacía, donde los pueblos del interior se quedan sin gente, Tindaya parece ser de los pueblos que marcan la diferencia. Ha aumentado la población gracias, en parte, a extranjeros que han decidido vivir en el caserío de la montaña mágica y las leyendas de brujas.

Las tres vecinas llevan casi una hora de conversación en torno al pueblo. Es ahora Alicia quien pregunta a sus compañeras cómo estará la fuente de La Palma, una fuente histórica que calmaba la sed de la gente de Tindaya en épocas de miseria. La mujer recuerda a su madre, María, con cantaros a cuestas viniendo de la fuente. Le gustaría poner en valor el lugar. Las tres creen que se podría hacer una ruta por los podomorfos de la montaña, la ermita, la fuente y la estatua de Miguel de Unamuno, en Montaña Quemada, donde el olvido al monumento ha condenado al escritor a un segundo exilio.

La conversación termina en el bar frente a la plaza. Verónica y Pamela miran ahora hacia la plaza desde otro punto y se imaginan todo lo que se podría hacer en ella y sus alrededores. Además, sueñan con poder estar una semana sin cortes de agua en el pueblo porque Tindaya tampoco se libra del azote de los cortes de agua que afectan a media Isla. También vuelven a recordar, entre risas, la visita de Miliki al polideportivo. El payaso les preguntó aquello de “cómo están ustedes”. Tal vez, fue el último que preguntó a los vecinos de Tindaya cómo estaban.

Comentarios

Aquí el problema de que no haya inversión en el pueblo es en gran parte culpa de la corporación política encabezada por la alcaldesa. No más entrar manifestaba que quería ser espejo de su padre, el "marqués". Pues éste está imputado y su hija, nuestra alcaldesa votada por muy pocos, se dedica a hacer cosas muy extrañas como la última expropiación de un terreno mayoritariamente NO Urbanizable en El Cotillo por la friolera suma de 900.000 euros. Evidentemente en el pleno no supo dar explicaciones y tampoco saldrá esa noticia en los medios de comunicación.
Rianse y sueñen, porque es lo unico que nos queda a los vecinos del pueblo. Reirnos cuando vienen los políticos de turno a sacarse la foto. Soñar con lo que dicen, pero jamás se cumple. España, Canarias, Fuerteventura, La Oliva y desafortunadamente también Tindaya, son así. Soñando y riendo me voy a la playa, Porque vaya vaya, al menos la playa!
Que se creían, no les importa el pueblo de Tindaya ni a los políticos ni a los adeptos a la magia de la Montaña de Tindaya los que les importa es usarla para los votos y salir en los medios, sino vean cuantos titulares tienen en Diario Fuerteventura, los,adeptos poseídos de la magia.

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