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La huella humana que dejó el volcán en Fuerteventura

Se calcula que unas 2.000 personas tuvieron que refugiarse en la Maxorata huyendo de las erupciones volcánicas de Timanfaya en Lanzarote

Eloy Vera 0 COMENTARIOS 20/11/2021 - 08:38

En junio de 1731 Luisa de Betancort, vecina de Masdache (Lanzarote) y viuda del capitán Lorenzo de Ayala, contaba que, por culpa de “las arenas de los volcanes”, había perdido todos sus bienes y los de su marido “de manera que con la pobreza que ha quedado y la muy larga familia con la que se halla sin remedio alguno la obliga a salir de la Isla en el barco de Juan de Acosta”. Sin dinero para embarcarse, pedía hacerlo “en el modo que le es posible como madre o tutora”.

Su testimonio, recogido en un protocolo notarial de la época, debió de ser similar al de los miles de lanzaroteños que emigraron a otras islas huyendo de la virulencia del volcán, en erupción desde 1730 hasta 1736. Cerca de unos 2.000 emigraron a la cercana Fuerteventura, muchos de forma clandestina.

El 1 de septiembre de 1730 el volcán empezó a expulsar lava. Nadie debió de imaginarse que aquel espectáculo de la naturaleza terminaría durando seis años y arrasando aldeas, que acogían al 25 por ciento de la población, en torno a unas 2.000 personas. El Chupadero, Chimanfaya, Tingafa, Santa Catalina, Mancha Blanca...

Embarcaderos como el de Janubio y, sobre todo, extensas vegas como las de Vegas del Boiajo o Iguadén, que hasta ese momento habían ayudado a generar riqueza y calmar el hambre de su gente, quedaron bajo la lava. Fueron los Todoque de la época.

El historiador canario José de Viera y Clavijo resumió aquella catástrofe de la naturaleza describiéndolo de esta manera: “El fuego corrió por los lugares de Tingafa, Mancha Blanca, Maretas, Santa Catalina..., destruyéndolos todos y cubriendo con sus arenas, lava, cenizas y cascajos los de Asomada, Iñaguadén, Gerias, Macintafe, San Andrés... Era el estrépito de aquellas explosiones tan fuerte, que se oía en Tenerife, sin embargo de distar 40 leguas de Lanzarote”.

Mientras los vecinos de La Palma esperan en vilo desde el pasado 19 de septiembre que el volcán de Cumbre Vieja les dé una tregua y puedan regresar a “la nueva normalidad” que el paso de la lava les permita, el historiador Pedro Quintana Andrés explica cómo una de las consecuencias directas de la erupción del Timanfaya fue la emigración a las islas de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, con las que Lanzarote había mantenido relaciones comerciales en otras épocas, y sobre todo a Fuerteventura.

Se calcula que cerca de unas 2.000 personas, algunas de forma clandestina, emigraron a tierras majoreras. “Se asientan sobre todo en el norte, en la zona de La Oliva, porque muchos pensaron que era una erupción que iba a cesar en poco tiempo y pronto podrían regresar a su Isla”, explica el investigador.

El arqueólogo José de León ha dedicado parte de su vida como investigador a seguir las huellas que el volcán de Timanfaya dejó sobre el paisaje de Lanzarote y sus gentes. De esas horas de pateo por las aldeas sepultadas y el registro en documentos de la época surgió su tesis doctoral: Lanzarote bajo el volcán. La reconstrucción del territorio, los recursos potenciales y la infraestructura construida cubiertos por las erupciones volcánicas del siglo XVIII en la isla de Lanzarote.

De León explica a Diario de Fuerteventura cómo, en un primer momento, las autoridades lanzaroteñas prohibieron a sus habitantes salir “para no dejar la Isla despoblada, por miedo a ataques e invasiones de piratas”. A ello se unía el temor de las clases dominantes a que el éxodo de la población produjera la desarticulación de su organigrama productivo en plena crisis.

Los que huyeron de Timanfaya se asentaron, sobre todo, en la zona norte de la Isla

Sin embargo, la erupción volcánica era “tan fuerte que salían clandestinamente”. Y lo hacían hacia Fuerteventura, donde había habido históricamente un trasvase de población de un lado a otro del estrecho de La Bocaina.

Finalmente, la presión popular y la ejercida por la Real Audiencia de Canarias permitió la salida del vecindario hacia Fuerteventura. Más tarde, hubo migraciones a América e, incluso, Madeira, donde parece que llegó a haber una evacuación organizada.

Los desplazados a Fuerteventura se instalaron sobre todo en la zona norte, cerca de los puertos de la Isla para un posible regreso cuando el volcán volviera a dormirse. Empezaron a habitar en La Oliva, Vallebrón, Villaverde, Los Lajares, Tetir, La Matilla...

Algunos, ante las perspectivas de trabajo que presentaban otros lugares de la Isla o por asentarse allí amigos y familiares, terminaron residiendo en lugares como Antigua, Betancuria o Pájara.

El arqueólogo explica cómo, años antes de la erupción, hubo una emigración importante de majoreros a Lanzarote. Con el estallido del volcán, se van en masa a Fuerteventura y repueblan o crean otros pueblos. Caseríos que casi no existían hasta ese momento como La Caldereta, Piedra Hincada o Huriame aparecen recogidos como poblados en esa época.

“Toda esa zona aumenta su población a través de la gente que llega desde Lanzarote”, asegura el también inspector de Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria.

“Rechazo” local

Al otro lado de La Bocaina, en Fuerteventura, la llegada de un contingente importante de personas debió, en un primer momento, de preocupar a las autoridades de la Isla. Quintana Andrés aclara que se trata de una población que llega en un momento extremo con una situación que “provoca el rechazo de una parte de la población y de las instituciones por no tener elementos suficientes para afrontar la llegada de pobres de necesidad”.

“El que tenía posibilidades económicas por sus relaciones personales con otros ricos tenía la posibilidad de alojarse en una vivienda”, pero posiblemente había quienes no y, al final, “todo eso se entendía como un problema de orden público”, explica.

Al final, la condición fue que los inmigrantes se trasladaran con enseres y granos, único modo de eludir posibles altercados y tumultos incontrolados con los vecinos de la Isla, castigados por la miseria y a los que ahora se sumaba una población errante y atemorizada.

Muchos de los lanzaroteños se embarcaron con todo su ganado a cuestas

Un acta del Cabildo majorero recoge en 1732, de forma textual, cómo “pasan familias y ganados que ya son quasi en tanto número así los vecinos como cuios ganados como los propios desta dicha Isla de cuia concurrencia se espera que si falta el año que viene que no lo permita Dios se espera una grande fatalidad” (sic).

Los emigrantes, según citan De León y Quintana Andrés en su artículo Incidencias sobre la emigración forzosa en Canarias: lanzaroteños en Fuerteventura entre 1725-1740, “también se expusieron a las arbitrariedades de los propietarios, de los comerciantes y patrones de barcos que vieron en dicho desplazamiento una fuente de notables ingresos, gracias a la introducción de precios abusivos en la venta de abastecimiento y en el transporte”.


Timanfaya. Foto: Adriel Perdomo.

Una de las personas que huyó a Fuerteventura para resguardarse de la virulencia del volcán fue el terrateniente Bernabé Gutiérrez con casa y tahona en Mancha Blanca y propiedades en Chimanfaya. Tras el cese de la erupción, Bernabé terminaría regresando a Lanzarote en torno a 1740. Unos debieron viajar con una muda de ropa, una cuchara y un plato de madera. Otros con sus pertenencias y dinero.

Quintana Andrés, después de años consultando archivos, explica que “hubo personas que viajaron con capital. Nos hemos encontrado con casos de personas que en Lanzarote vendieron sus terrenos a sus vecinos tres días antes de que el volcán se los llevara por delante”.

A su llegada a Fuerteventura, los que tenían capital debieron comprar tierras o viviendas, sustitutas de todo aquello que el volcán se llevó por delante. La mayor parte de ellos se instalaron en la Isla de forma momentánea, aunque hubo algunos que, tras perder todo en Lanzarote, decidieron tomar Fuerteventura como residencia hasta el final de sus días. “En la Isla, continuaron haciendo la labor que hacían en Lanzarote que era el cereal o el cuidado del ganado”, apunta el investigador.

Volcán y nacimientos

En los barcos que salían de Lanzarote rumbo a Fuerteventura viajaban ganaderos que, a la desesperada, subían su ganado al barco. En 1732, las autoridades de la Isla encargaron la realización de una apañada, “existiendo muchos sin marcar y mayormente ahora con la cantidad que se han trasportado desde la isla de Lanzarote, los cuales no tienen marcas para reconocer sus dueños”, por lo que “se acuerda se hagan las apañadas correspondientes y se cobren los derechos por los recogidos”.

Las autoridades se mostraron preocupadas por el aumento de población

La llegada de lanzaroteños pronto tendría sus consecuencias en las estadísticas poblacionales de la Isla, sobre todo en La Oliva. Pedro Quintana Andrés ha estudiado los archivos parroquiales de La Oliva. Según los datos aportados por los libros de bautismo, se observa que el número de bautizados en el periodo comprendido entre 1725 y 1740 experimenta una espectacular subida desde el año 1731, fecha que coincide con el inicio de la erupción volcánica.

“El movimiento natalicio estuvo íntimamente unido al proceso vulcanológico. Así, a un recrudecimiento de este se producía un desplazamiento de la población afectada y a un apaciguamiento del volcán se generaba un regreso de los desplazados”, apunta.

De esta manera, en 1731 se registran 76 bautizos y al año siguiente 104 de los que el 32 por ciento son de niños cuyos padres, o al menos uno de ellos, eran vecinos de Lanzarote. Otro de los municipios en los que se asientan los lanzaroteños es Betancuria, donde ese año se produce un incremento de bautizos hasta alcanzar los 21.

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