Ramdan, hijo de la ‘hamada’
Con tan solo un año y cinco meses de edad, huyó con sus padres y sus ocho hermanos al desierto de Tinduf tras la llegada de la Marcha Verde al Sáhara Occidental
Abdalahe y Salca echaron el fechillo a la puerta de su casa de la calle Naranjo, en el barrio del Cementerio, en El Aaiún y huyeron al exilio en un camión. Abdalahe conducía y a bordo viajaban sus nueve hijos junto a otras familias. En los brazos de Salca iba Ramdan, el más pequeño de un año y cinco meses. Era noviembre de 1975 y Marruecos había comenzado una marcha militar para ocupar el territorio del Sáhara que arrastraba a miles de saharauis al éxodo.
Ramdan nació en junio de 1974 bajo bandera española y con libro de familia de España. No tiene recuerdos de la huida hacia el desierto de Argelia más allá de los que le han relatado sus padres y hermanos. “Me contaban las penurias que sufrieron para desplazarse. Tuvieron que salir corriendo de El Aaiún cuando llegó la Marcha Verde”, dice.
Al llegar al desierto argelino, Abdalahe aparcó el camión en Rabuni. Hasta la huida trabajaba como chófer de talleres de mecánica en El Aaiún. En Rabuni, habían empezado a desplegarse algunas tiendas de campaña para acoger a los saharauis que iban llegando, huyendo de Marruecos. Unos meses después, los trasladaron al campamento de Nasar.
“España nos abandonó como a un bebé en pañales tirado en una calle”, dice
El desierto ‘hamada’ es, quizás, el lugar menos acogedor para levantar un asentamiento permanente para personas. Allí Argelia prestó un trozo del desierto de Tinduf a los saharauis que huían de la guerra y de la ocupación marroquí. Se asentaron en campamentos distribuidos, en principio, según la ocupación de cada cual.
Los de El Aaiún en el campamentos de El Aaiún; los de Smara en una nueva Smara de jaimas; los que proceden de Dajla en el campamento de Dajla; en Auserd los de Auserd y en Bojador los que llegaron del antiguo 12 de febrero.
La familia de Ramdan se instaló en el bautizado como El Aaiún. Él es un hijo del desierto. Su infancia tiene episodios felices, pero la mayor parte están salpicados de penuria. Cuando tenía dos años, su madre murió en un parto. Con un padre en la guerra y sin madre, él y sus hermanos se quedaron al cuidado de familiares y de vecinas. A algunos de ellos los enviaron a estudiar a Argelia o a Cuba.
Tras estudiar en Cuba, Ramdan regresó a Tinduf hasta 2002 que se vino a España
“Hubo mucha necesidad y sufrimiento” en los campamentos, asegura. Recuerda cómo sin candiles ni lámparas se las ingeniaban para encender fuego para alumbrarse: “Las mujeres cogían las latas de sardinas, que nos daban para comer, y con un trozo de tela hacían una soga, la insertaban en la lata y la encendían. Con esa luz estudiaban los niños”.
Las latas de aceite, que llegaban de la ayuda internacional, se transformaban en carros; las chanclas en coches; las tapas de las jeringas en ruedas para esos coches... Sin juguetes alrededor, a los niños del campamento no les quedaba otra que juntar el ingenio y la imaginación con los pocos recursos que había sobre la arena del desierto.
Iban a la escuela sin calzado. Cuando no estaban en el aula, los de más edad se movían a recoger restos de árboles secos para hacer fuego con el que preparar la comida, “que era escasa”. La enfermedad convivía como un refugiado más en los campamentos. Había brotes de sarampión, varicela... Ramdan y su hermano estuvieron ingresados en un hospital en Argelia. Otros tuvieron menos suerte y murieron.
“En los campamentos, te haces enseguida hombre”, reconoce
A los seis años empezó en la escuela que levantaron en el desierto. “En los campamentos, te haces enseguida hombre y aprendes que tienes que estudiar para construirte y seguir luchando por tu tierra”, dice. Desde niño, asegura, “el objetivo es estudiar porque tenemos que llegar a la victoria, a nuestra independencia y libertad”. “Desde el principio sabes que el desierto no es tu lugar. Mi sitio era El Sáhara”, dice sin dar pie a la duda.
Los jóvenes de los campamentos se escolarizan hasta los 16 años. Estudian en régimen de internado en las escuelas 9 de Junio y 12 de Octubre. Ramdan lo hizo en la 12 de Octubre hasta que lo enviaron a Cuba. En su universidad se matriculó en Ingeniería Agrónoma, pero al año la dejó y se apuntó en un módulo para técnico superior de montaje de equipos industriales, “que de eso no hay en los campamentos porque nuestro objetivo es tener gente preparada para cuando se independice el Sáhara”.
Estuvo doce años sin volver a los campamentos. Regresó con 24 y con una maleta cargada de ganas de seguir luchando por su gente. Fue voluntario al servicio militar. Luego, se apuntó a maestro ante la escasez de profesores para impartir clases de español. En 2002 consiguió un visado para viajar a España.
Frustración
Miles de saharauis, se calcula que unos 170.000 según Cruz Roja, viven desde 1975 en el desierto de Tinduf, una cárcel al aire libre con condiciones climáticas extremas, una cantidad ínfima de agua, con un reloj que apenas camina y donde las horas parecen convertirse en días.
“El día a día en el desierto está marcado por la frustración y ver que no se avanza”, asegura Ramdan. Viven prácticamente de la ayuda internacional, que cada vez es menor. El Programa Mundial de Alimentos ha reducido un 30 por ciento la canasta de productos básicos que ha distribuido entre los saharauis en los campamentos de Tinduf.
“El día a día en el desierto está marcado por la frustración y ver que no se avanza”
Para este saharaui, detrás de esta merma de ayuda internacional hay intereses, “es algo fabricado para empujarnos a la desesperación y para que abandonemos la lucha, pero no saben cuánta paciencia tiene el saharaui”.
La frustración se ha convertido en una más en el desierto. Especialmente entre los jóvenes. “Se enfrentan a muchas. Allí no hay trabajo. Viven de la ayuda. Abordan el conflicto con la idea de que hay que seguir con la lucha armada”, asegura y añade que “la juventud quiere la guerra porque sabe que la paz no existe. Solo existe para los que manipulan como Marruecos o España, que nos abandonó como a un bebé en pañales tirado en una calle”.
En 1991 se firmó un alto el fuego entre Marruecos y el Frente Polisario, respaldado por la ONU, que sentó las bases para un plan de paz con el objetivo de organizar un referéndum de autodeterminación para el Sáhara Occidental.
“La paz que nos hicieron fue una trampa, una destrucción para nuestra lucha, un freno en el tiempo. Fue lo peor que nos pasó, incluso peor que la guerra. Nos dijeron que iban a parar para hacer un referéndum y luego vimos que fueron todo promesas vacías y llenas de mentiras. Todo eso nos llevó a una frustración total, pero ellos no contaban con nuestra unión y resistencia, aunque sea pacífica. Nosotros queremos la paz, pero no la habrá con gente que no entiende salvo con la guerra”.
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“La paz que nos hicieron fue una trampa para la lucha y un freno en el tiempo”
La diplomacia ayuda, reconoce, “pero no trae la solución. La solución es la fuerza armada por más que no queramos. Nosotros no queremos guerra ni la empezamos, pero todos nos dan la razón Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, Tribunal de La Haya...”
Ha estado en dos ocasiones, en 2012 y 2014, en El Aaiún ocupado. “Cuando volví, me dio una impresión enorme. Me quedé asombrado con la presión que tiene nuestra gente. Nunca había visto tanta seguridad ni opresión. Hay policías de paisano que te siguen, presencia militar por todos lados y hasta tiendas de campaña en las calles con policías vigilando. La gente no puede hablar con libertad”, lamenta.
Tras llegar a España, estuvo en Castellón de la Plana, País Vasco y, desde hace un tiempo, vive entre Ibiza y Fuerteventura, a la que se desplaza por temas profesionales. Trabaja en una planta de asfaltado; está casado con una saharaui y tiene cuatro hijos.
Dos de sus hermanos viven en España, el resto en los campamentos. También su padre, Abdalahe, de 94 años. Cuando habla con ellos, le cuentan que cada vez es más difícil vivir en el desierto argelino. Los sueldos, quien los tiene, son simbólicos. Muchas familias viven con las remesas que envían sus familiares desde España.
Vivir en la diáspora tampoco es fácil. “Aunque te integras y tienes un buen trabajo, siempre se arrastra el hecho de que dejas atrás a la familia. Si el Sáhara fuera independiente, con todos los miembros de la familia trabajando, puedes hacer mucho. Pero teniendo a todos en un campamento de refugiados, donde nadie trabaja, siempre estás atado, al límite”.
Cuando se sienta con su padre y hablan de la historia del Sáhara la conversación suele terminar con las mismas palabras de su padre: “Hay que luchar, no rendirse nunca” porque claudicar es “el fracaso”.
A Ramdan le gustaría acabar sus días en El Aaiún, pero libre, mirando al Atlántico y sin ningún ruido de guerras al fondo porque “este mundo no tiene necesidad de guerra”.

















Comentarios
1 Anónimo Mié, 05/11/2025 - 08:03
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